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Canciones sin prejuicios de género

Actriz y cantante, hace una obra con poemas de Safo de Lesbos. Y explica por qué decidió rescatar esa voz.

- Sandra Commisso scommisso@clarin.com

Fue un flechazo. Tratándose de una poeta griega que le canta al amor, no podía ser de otra manera. A Daniela Horovitz le llamó la atención un pequeño libro ilustrado con el que se topó en una librería de usados de la calle Corrientes hace 15 años. Eran los poemas de Safo. O los fragmentos que quedaron de ellos, recuperado­s 2.600 años más tarde.

“Desde entonces, tuve la idea de hacer un espectácul­o con ese material. Y ahora lo pude concretar”, dice la actriz y cantante. Su obra se llama El dulce amargo. Canciones de Safo (Ver Domingos con aire griego). Y recupera el espíritu de aquellos tiempos en la Grecia clásica.

Respetando el origen de los versos, Horovitz les puso música y los convirtió en canciones. “En ese entonces ella nos los recitaba, los cantaba. Lo que no sabemos es cómo sonaban, y eso me dio libertad para musicaliza­rlos a mi gusto”, cuenta.

De Safo de Lesbos (la pequeña isla que ella habitaba) se sabe muy poco. Y de las transcripc­iones y censuras por las que pasaron sus escritos a lo largo de la historia, sólo quedan algunos bellos párrafos y la idea de una homosexual­idad femenina.

“Todo se redujo a eso. Pero lo que en realidad hay son más preguntas que certezas. A ella se la consideró una pervertida, una prostituta, una lesbiana. Pero todo tenía que ver con el hecho de que era mujer y le cantaba al amor”, asegura Horovitz.

Safo tuvo bastante influencia en su medio. “En su época hubo monedas y estatuas con su rostro. Y Platón la llamó ‘la décima musa’. Más tarde, durante el Iluminismo fue que se adoptó el gentilicio lésbico para identifica­r el amor entre mujeres. Pero de su obra no se habló. Hasta que fue reivindica­ba con el tiempo”.

Horovitz realizó una intensa investigac­ión sobre el personaje y completó la falta de informació­n con imaginació­n y arte. De los fragmentos rescatados y dispersos en algunos libros surgieron canciones para su espectácul­o. Hoy, algunas suenan como boleros, otras como rancheras y también hay sonidos de milonga, siempre acompañada­s por el piano, la guitarra y una lira que la cantante mandó a fabricar. “La hizo un luthier de Córdoba especialme­nte para esta obra”, explica. “Los distintos géneros fueron apareciend­o según la inspiració­n que me iban aportando los textos. Quise darle una vuelta de tuerca a sus poemas con una mirada personal y un espíritu más moderno”.

Safo fue una adelantada a su tiempo. La ventaja de vivir en una isla lejos de Atenas, el centro del poder, le permitió mayor libertad para expresarse y también le otorgó más influencia sobre sus contemporá­neos.

De esta poeta se sabe poco y nada. Sí que fue una artista de vanguardia que rompió con los cánones literarios vigentes entonces. Safo de Lesbos fue, junto a otros poetas, los que comenzaron a hablar de otra manera. Con ella nació el lirismo.

Los relatos de guerras y batallas heróicas, los textos exaltando las extensas gestas de ejércitos y soldados lejos de casa, fueron reemplazad­os por la voz, en primera persona, del ciudadano común. El que habla de sus miedos, del sufrimient­o, del enamoramie­nto. Del amor, en todas sus formas. Y Safo fue de las primeras en ocuparse de esto aunque de sus nueve libros sólo hayan sobrevivid­o fragmentos.

Como un viaje en el tiempo, con una atmósfera onírica y la belleza de la Grecia antigua, Horovitz recrea ese mundo y le rinde homenaje. “Yo te buscaba y llegaste y has refrescado mi alma que ardía de ausencia”, escribió Safo hace 2.600 años. Como si fuera hoy.

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GERMAN GARCIA ADRASTI Especial. Horovitz, con la lira que se hizo para la obra. Toca boleros, rancheras y milonga con poemas de Safo.

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