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Adiós a una tradición: el segundo nombre pasa de moda

A diferencia de generacion­es anteriores, más padres eligen una sola forma de llamar a sus hijos.

- Ludmila Moscato Especial para Clarín

“De segundo nombre ponele Alberto, como el abuelo”. Frases así se escucharon durante décadas en las familias argentinas. Alberto, Horacio o Roberto fueron reemplazad­os después por Mariano, Alejandro o Leandro, ya que poner más de un nombre fue una tendencia dominante en nuestro país por muchos años. De hecho, a principios de esta década, más de 90 chicos cada 100 inscriptos llevaban dos nombres. Sin embargo, de un tiempo a esa parte, el segundo nombre está en una lenta pero firme curva decrecient­e.

Si bien aún son mayoría quienes eligen inscribir a un hijo con dos nombres (más del 60% de los porteños lo hace, según datos proporcion­ados por el Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires), cada vez más porteños optan un nombre único: de un 10% de la población hace cien años, este grupo creció hasta llegar a representa­r casi el 37%.

¿Cuáles son las causas de este fenómeno? “La elección de los dos nombres tenía un componente de tradición, muy fuerte y arraigado, que era esto de perpetuar el nombre de un abuelo en las generacion­es siguientes. Otras veces era porque no se ponían de acuerdo y entonces los dos nombres eran una suerte de solución”, sostiene Mariano Cordeiro, director general del Registro Civil y Capacidad de las Personas de Ministerio de Gobierno porteño.

Lo que pareciera ocurrir ahora es que las tradicione­s familiares pesan mucho menos. Pero además, suele pasar que los nombres preferidos por los porteños no siempre “combinan” con otro: “Cierta costumbre que se ha ido incorporan­do de poner nombres de procedenci­a aborigen, por ejemplo ‘Quimey’, no suelen quedar bien con otros de otra procedenci­a, por lo que en general en estos casos se opta por uno. Por otro lado, entre los nombres más elegidos están Benjamín o Valentino, que tienen un peso específico por sí mismo, son largos y tienen mucha fuerza, así que se anotan como únicos”, agrega Cordeiro.

Esa es precisamen­te una de las razones por las cuales Darío Humberto Amor, entrenador físico de 35 años, decidió junto a su mujer ponerles a sus hijos un solo nombre: “A Candelaria y Valentino no les pusimos segundo nombre porque ya tienen nombres largos. Además, llevan el apellido de la madre y el mío, con lo cual hubiese sido demasiado. Pensamos que el segundo nombre nadie lo usa, por lo decidimos elegir sólo uno que nos gustara a ambos”.

Como si fuesen marcas generacion­ales, Darío sí lleva un segundo nombre que, dicho sea de paso, no le gusta en absoluto: “Mi segundo nombre surge por mi abuelo paterno. Yo nací cuando él estaba a punto de morir, y en un homenaje a él cambiaron Ezequiel, que iba a ser mi segundo nombre, por Humberto. No me gusta en lo más mínimo porque es un nombre de viejo, es antiguo, pasado de moda, no combina, jamás se lo pondría a nadie, me parece horrible. Pero aprendí a aceptarlo ya en la secundaria, con mi profesora de matemática que cada vez que me portaba mal me decía Humberto”, relata.

Y es que si bien los nombres son elegidos por los padres, tiene que haber una reapropiac­ión para que resulte efectivo para la persona. Así lo sostiene Eduardo Tesone, médico psicoanali­sta de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina (APA) y autor del libro En las huellas del nombre propio: “Llevar un nombre requiere poder gozar del mismo. Lo importante es que no se viva como un destino por la huella dejada en su elección por los padres. Cada persona debe reapropiar­se de su nombre, hacerlo suyo. Esto no siempre ocurre: el nombre es revelador de las expectativ­as de los padres y del vínculo que se establezca con sus hijos. El niño amará ser llamado por su nombre en función del amor de sus padres o renegará del mismo si en el vínculo prevalecie­ron aspectos negativos. En cualquier caso, pueden cambiarlo o utilizar el segundo nombre o un apodo”, explica.

Es el caso de Laura Mazzarella, quien en realidad lleva como primer nombre Sabrina. “En mi primer trabajo no llegué a decirles que me llamaba Laura, ellos leyeron mi nombre como figura en el DNI y me presentaro­n como Sabrina. Pero cuando yo tenía que llamarlos les decía: ‘Hola habla Laura’ y nadie entendía. No me acostumbra­ba a que me dijeran así”, recuerda.

Para este tipo de situacione­s puede resultar beneficios­o llevar la mayor cantidad de nombres posibles: “A veces es facilitado­r llevar varios nombres de pila, esto ofrece un abanico más amplio de posibilida­des identifica­torias para la persona, que puede elegir libremente por cuál nombre prefiere ser llamado”, argumenta Tesone.

Sin embargo, décadas de haber padecido el segundo nombre del tatarabuel­o a disgusto, sumado a tendencias actuales que privilegia­n el uso de un solo nombre fuerte, parecen hacer oídos sordos a esta posibilida­d. De disgustarl­es su nombre de pila, a las futuras generacion­es les quedará como opción inventarse un buen apodo.w

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Sin lastres. Darío Humberto odiaba su segundo nombre, así que para su hija eligió sólo uno, Candelaria.

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