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Un nivel de saciedad óptimo

- Einat Rozenwasse­r einatr@clarin.com

Nueve en punto de un martes y en Alo’s, el delicioso bistró de La Horqueta, nos reciben con su vermú Papi (Punt e Mes, Pomelo, hojitas verdes). En la primera bajada, 11 bocaditos diferentes. Cous Cous con ananá, cilantro y plátanos fritos; croqueta de cochiillo; sopa de papa e hinojos; ajos confitados; mini pickles caseros varios; tres encurtidos también caseros; manteca tostada; pan de masa madre. La boca se va acomodando a las diferentes tex- turas; cada bocado despierta un sector diferente de las papilas gustativas. Siguen un tartar de ciervo, trofiettes de sémola, la pesca. De pronto son las diez y media y apenas estamos empezando.

Llega la molleja con calabaza y después una paleta de cochinillo confitada (que le pelea el podio a la pasta de recién nomás). El equipo regula el ritmo mientras la selección del sommelier avanza sobre el terreno de los blancos con gran éxito; debatimos sobre la pertinenci­a de un rosado para la molleja, es difícil decidir. Minutos después de las once y media nos sorprende un sorbet de kimchi de frutas: limpia, refresca, pica en la mitad de la lengua y va bajando. Estamos listos para el postre de siete cítricos: fresco, dulce y ácido, evoca a muchos puntos del menú y es un desafío encontrarl­os. Las mesas de alrededor ya están vacías. Pasa la medianoche y un nuevo juego de cucharas anuncia que todavía falta un cremoso de chocolate. Es cierto, ya dan ganas de levantarse.

Aunque las valoracion­es son siempre subjetivas me animo a hablar de un nivel de saciedad óptimo. Y una sensación liviana y placentera, en el extremo opuesto a la del platón del bodegón o la hamburgues­a casera doble carne con extra, extra y otro extra.w

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