Concierto que logró despegar
En el undécimo programa de la Filarmónica, la gran apuesta era el doble concierto de Brahms interpretado por el violinista Pinchas Zukerman y su mujer, la violonchelista Amanda Forsyth. Difícil imaginar dos mejores para esta obra virtuosa y potente. Y sin embargo, el programa salió al revés de lo esperado, y la clásica y algo predecible sinfonía escocesa de Mendelssohn, resultó mucho más interesante que el doble de Brahms, Zukerman y Forsyth juntos.
Algo no anduvo bien desde la cadenza con la que arranca el violonchelo después de la introducción del tema. El gran sonido que se le conoce a Forsyth -capaz de arrastrar una
orquesta completa- no estuvo en ese primer momento ni en el resto de la noche. Sin volumen ni sutileza, la violonchelista parecía rezongar cada frase, sin impulso ni claridad.
Tal vez para no desequilibrar, el violín de Zukerman tampoco sonó con la claridad y potencia habitual, pero sobre todo no logró entablar ningún diálogo con el violonchelo.
Sin esos mascarones de proa por delante, la orquesta apenas funcionó como un sostén sin colorido y sin impulso, estancada y sin ninguna conexión con los solistas . Los solos de vientos sonaron lejanos incluso en el comienzo del segundo movimiento como la sombra de lo que suelen ser.
Maximiano Valdés, director invitado, administraba el desencuentro. Aunque es cierto que consiguió algunos momentos de intensidad, esas ráfagas llegaban como un fenómeno exterior antes que como el corolario de un impulso, de un movimiento.
Afortunadamente, la anorexia de la primera parte fue curada con la sinfonía de Mendelssohn que sonó en la segunda parte. Finalmente, la batuta del chileno mostró su talento para ordenar los planos y liberar el potencial de cada sección. Fue especialmente notable la precisión de los cornos en la introducción, el preludio de una gran interpretación que reveló, con elegancia, la poesía del paisaje mendelssohniano.