La Boca desde el Riachuelo: historias con magia
El almirante Brown, frente al río. Los palacios. Fantasmas. Todo desde un viaje que organiza el Museo Quinquela.
Si la argentinidad se define desde las paradojas, un buen ejemplo es la Vuelta de Rocha, en La Boca. Un símbolo de Buenos Aires y, al mismo tiempo, un rincón deteriorado. Aunque están ahí el arte exquisito de la Fundación Proa, el imán turístico de la calle Caminito y, muy cerca, el fervor popular de la cancha de Boca, también es el lugar de la silueta contaminada del Riachuelo y sobrevuela el temor a la inseguridad. Ahora, el Museo Benito Quinquela Martín (MBQM) sale a levantar una bandera de su creador, el gran artista boquense que vivió entre 1890 y 1977 y que además de retratar la zona fue un promotor de su desarrollo.
Esta tarde, en una embarcación de la Dirección de Higiene y Limpieza porteña -que retira residuos del Riachueloel museo organiza una navegación histórica y cultural, gratuita y con inscripción (ver ficha).
La propuesta parece sumarse a una tendencia en la museología global: que las instituciones valoricen el patrimonio cultural de su entorno, extramuros. La navegación se llevará adelante como parte de los festejos por los 147 años de La Boca: el 23 de agosto de 1870 se creó el Juzgado de Paz de La Boca del Riachuelo y el barrió empezó a tener autonomía jurisdiccional con respecto a Barracas. En el MBQM apuntan a que el recorrido sobre las aguas se vuelva actividad permanente en breve.
Clarín vivió la experiencia. “En cada rincón hay una historia”, se entusiasma el director del museo Víctor Fernández, que encabezará la charla con la curadora Yamila Valeiras.
Sopla el viento, avanzamos, se impone el olor característico de estas aguas. “Quienes lo conocieron relatan a un marino invicto, que nunca perdió una batalla, pero sí terminó derrotado por la tristeza; es el prócer de La Boca”, evoca Fernández. Señala el busto del almirante irlandés nacionalizado argentino Guillermo Brown (1777-1857), el mismo que vivió en la legendaria Casa Amarilla.
Miramos hacia la Plazoleta de los Suspiros (frente a Proa), junto al inconfudible mástil marinero. “Durante las guerras por la Independencia, la flota del Almirante arreglaba sus barcos en la Vuelta de Rocha, una zona del río reparada por su geografía”, explica el director del MBQM. “Es el héroe lugareño, por eso tantas cosas, como la avenida, llevan su nombre”. Cuenta: fue un líder romántico y, en sus últimos años, pasaba horas para- lizado mirando el río. Allí se había ahogado su hija, Elisa, tiempo después de que perdiera la vida su prometido en una batalla naval.
De los primeros años, también se actualizan historias de fantasmas. Muchas noches aparecía un gran trapo blanco colgado de un árbol frente al Riachuelo. Aparecía y desaparecía. El rumor del “espectro” errante se multiplicó enseguida. Pero los historiadores reconstruyeron: era el malevo Manuel Parra, miembro de La Mazorca -la policía del régimen de Rosas- que cuando iba a ver a su amante Robustiana, que vivía allí, dejaba esa señal para avisar que “la autoridad” caminaba la zona.
Se cree que la Plazoleta de los Suspiros recibió su nombre por las familias de inmigrantes: esperaban allí noticias de ultramar. A pocos metros, en Quinquela Martín y Pedro de Mendoza, hay unas ruinas históricas. Las divisamos desde la embarcación. Se trata de lo que quedó de la Mansión Cichero. “Fue el palacio del barrio durante décadas. La familia había llegado desde Génova y eran constructores marinos. A fines del siglo XIX era un espectáculo ver salir los carruajes elegantes de su portada. El presidente Julio Argentino Roca fue huésped muchas veces”, dice Fernández.
Entre vientos y el bamboleo de la navegación, se relata: a partir de 1860, La Boca explotó demográficamente y llegó el ferrocarril. El barrio portuario pasó de unos 6.000 habitantes a tener 60 mil cerca de 1890. Vinieron industrias, astilleros y pobladores.
Con los años, la Mansión Cichero demolida parcialmente en 1973 y olvidadase convertiría en inquilinato de artistas. Allí, ya en los años ‘40 tendrían sus estudios de arte el propio Quinquela y los pintores boquenses Fortunato Lacámera y Miguel Carlos Victorica. Los creadores, acordes con la bohemia del barrio, apuraban algunas noches con buena bebida. En esos momentos, siempre, Victorica juraba que iba matar a Lacámera. Y lo decía en serio. Cada una de esas noches, no sin esfuerzos, Quinquela lo convencía de posponer el homicidio para el día siguiente. Con el amanecer, el enojo se evaporaba. El bote motorizado se detiene frente al conjunto de edificios del gran artista boquense, la colorida Unidad Cultural. Se ven la Escuelamuseo que Quinquela inició en 1936 y que hoy es la sede del MBQM, donde se atesoran sus obras. El jardín de infantes inaugurado en 1944 y el lactario municipal de 1947 -hoy integrado al jardín-, la Escuela de Artes Gráficas (1950), el Instituto Odontólogico Infantil (1957) y el Teatro de La Ribera (1971). Quinquela, que había tenido éxito económico con su trabajo como artista, retratando el puerto de La Boca, donó todos los terrenos y se invo-