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“Soy muy vulnerable a las críticas”

Antes del estreno de la miniserie “El Maestro”, el miércoles, reflexiona sobre su propio rol de formador de actores, sobre su inserción en la televisión y sobre la mirada de los otros sobre su propio trabajo.

- Juan Tomás Erbiti jerbiti@agea.com.ar

Podríamos suponer que a un formador de actores como Julio Chávez (61), hacer de un maestro de danza le implicaría ponerse una máscara más o menos similar a la auténtica. Pero resulta que construir este personaje no le fue tan natural como se puede pensar a priori. “A veces, lo más cercano se hace más difícil de relatar. A veces, cuando una cuestión te es lejana te invita al disfraz”, enseña, con la claridad que lo caracteriz­a.

En su casa de Palermo, ahí nomás de Plaza Serrano, Chávez se abre a la charla sincera, lejos del casete o la respuesta mecanizada. Entre pinturas y esculturas propias, y una videoteca ordenada por director, el actor y artista plástico cuenta que apenas le llegó la propuesta de Adrián Suar para protagoniz­ar El

Maestro, la nueva miniserie de Polka en co producción con El Trece, Cablevisió­n y TNT (ver recuadro), consultó a su amigo Ricky Pashkus y este le recomendó que hablara con Raúl Candal, quien terminó entrenándo­lo para la ficción que se estrena este miércoles a las 22.45 por El Trece, (el jueves a las 22 por TNT).

En el unitario, Chávez encarna a Prat, un ex bailarín clásico retirado de los escenarios que enseña danza en una escuela privada en su casa. La ficción sirve para hablar del maestro, una figura que Chávez siempre reivindica desde su actividad incesante de formador de actores, y también desde el recuerdo y el consejo de sus viejos maestros: tanto los reales Agustín Alezzo y Augusto Fernandes, como otros más metafísico­s como Fernando Pessoa o Jorge Luis Borges. A ellos acude cuando necesita una mirada crítica sobre algún trabajo suyo.

“Yo no pregunto a la gente qué le parece. ¿Por qué? Porque soy muy vulnerable. Yo escucho, imprimo, y me afecta, me preocupa. Entonces tomé la decisión de elegir interlocut­or es para preguntarl­e a ellos qué ven, qué les parece”, explica.

-¿Qué te atrajo de la historia?

-Lo que más me gusta de El Maestro es volver a poner en el tapete la manera de vincularno­s a través del aprendizaj­e. La ocupación y preocupaci­ón de meterte en tu propia cocina para alcanzarle a otro una herramient­a que tal vez le sirva en su cocina. Para mí, ese es el trabajo del maestro. Creo que es un elemento olvidado o que no pertenece a la ficción. Y es una manera de recordarno­s.

-¿Se te hizo más natural la construcci­ón del personaje al ser maestro?

-Te diría que ni más natural ni menos. Me parece que la actuación no pasa por si conocés o no de lo que se habla. Pasa por si querés actuar, si tenés el gusto de relatarlo. Una persona sabe muy bien lo que es tomar un café con leche. Pero tal vez lo ponés frente a una cámara y se le vuelca el café, le tiemblan las manos y se resiste a hacerlo. Ahora, estar preocupado por un alumno, chequear dónde está el límite, lo comprendo. Pero no por comprender­lo se hace más fácil.

-¿Qué dirías que se te hace más fácil a esta altura de tu carrera?

-Lo que se me hace más fácil del actuar, primero, es que estoy grande, estoy menos defendido y más cercano al límite. O sea, no hay tanta opción. Estoy mucho más cercano a lo que es mi naturaleza, y por otro lado, mucho más limitado. No hay tanta ilusión de que baje un plato volador y te transforme en Marlon Brando. Eso no va a pasar. Entonces estoy usando más lo que hay en mi espacio... menos pretencios­o, si querés.

-Cuando hablabas del límite del maestro, ¿hablás de la dificultad de encontrar el límite de exigirle mucho o poco a un alumno?

-Hablo de mi límite, del límite de la comunicaci­ón, de la inevitabil­idad de los puntos de vista, de la subjetivid­ad. De tratar de que alguien que se forma se despida del resultado final, entre en el problema de la pregunta y no te utilice a vos para la respuesta certera. Yo no creo en el maestro que resuelve los problemas. Para mí, el vínculo maestro-alumno es más constituti­vo que el vínculo padreshijo­s. Lo reconozco desde que soy muy chiquito, y se fue transforma­ndo hasta llegar al entendimie­nto de que el maestro de cada uno es uno.

-¿Y cómo fueron los vínculos con tus maestros? Dijiste que agradecías haber tenido a Agustín Alezzo antes que a Augusto Fernandes.

-Sí, es verdad. Cuando era chico, mi madre me daba oporto mezclado con huevo y azúcar antes del colegio para que pueda trepar las barrancas de Núñez en días de frío. Creo que eso me volvió alcohólico, pero no importa (risas). Alezzo me resultó como ese preparado materno que me nutrió de confianza y afecto para poder escalar esa difícil montaña que puede llegar a ser un maestro como Fernandes. Si no hubiese tenido el afecto hacia mí mismo que Alezzo me dio...

-El ego.

-Sí. Eso que es muy importante pero que es maltratado porque depende de cómo lo alimentes. Si le das mierda, pues será mierda. Pero si le das buena comida, el ego te lo agradece.

-Decís que no solés ver tus trabajos hasta muy poco antes del estreno. Y a pesar de tu trayectori­a, decís que siempre se te aparece la mirada del otro.

-Lo que pasa es que cuando digo ‘la mirada del otro’, es la mirada que yo creo que tiene el otro, de manera que es mi mirada.

-¿Y el otro es el público, son tus colegas, tus maestros?

-Es complejo. Yo soy muy vulnerable a las críticas. Hace 43 años que me dedico a esto. Y no me he fortalecid­o en ese sentido. Por otro lado, no se puede todo. Es así, trabajo con vulnerabil­idad, a veces logro cerrar la puerta y a veces no. Hay grandes del teatro como Peter Brook, que sale con su libretita y le pregunta a la gente qué le pareció y anota. Yo antes de hacer eso me corto los dos huevos.

-Para un actor de oficio y de raíz teatral, ¿qué te pasa con la televisión? Porque es un medio muchas veces denostado, considerad­o de menor prestigio ante el cine y el teatro.

-A mí no me pasa nada de eso. El espacio donde yo elija trabajar, intentaré que no sea lo que se dice. Yo no trabajo en un espacio para comprobar lo que se dijo, cobrar mi cachet e irme formando parte de opinión masa.

-Pero está claro que muchos actores trabajan en televisión porque paga mejor. Y algunos lo blanquean.

-Bueno, ahí no me meto. Todo depende del principio de cada uno. Si tu principio es ganar guita, sé consecuent­e con tu principio. No pasa nada. No es mi principio. Yo no puedo habitar un espacio con ese cinismo. Porque en mí sería cinismo. Yo establecí un enamoramie­nto con este oficio. Donde lo haga, voy a intentar comunicar eso que me enamoró.

-Alguna vez contaste que te echaron de la televisión y decidiste alejarte.

-Sí. Me alejé muchos años porque no podía ejecutar como intérprete lo que yo entendía que tenía que ejecutar para el formato. Decidí alejarme y volver con las herramient­as para resolver, y no entrar en pelea con el espacio. Yo entro más en pelea con los que están en pelea con ese espacio. Me sentí echado y con razón. Y volví feliz a reconquist­ar a la princesa.

-Imagino que como autor y director pensás mucho en el espectador. Pero en esta televisión en proceso de cambio y evolución, ¿Es más complicado imaginarse a un espectador?

-Yo no cambio mi espectador interno por lo que se entiende que es el espectador. De todas maneras, pienso mucho en el espectador. Y no quería poner en el imaginario del espectador esa idea de que el arte es elitista. Quería un maestro que no tenga esa idea obsoleta. Porque es mucho más importante el arte que una convención. Claro que pienso en el espectador. Pero lo pienso en función de qué me gusta relatar a mí. Cómo yo imagino que el otro imagina.

-¿Y eso te funciona?

-Bueno, ahí sabrás qué proyectos elegís para establecer un vínculo con tu espectador imaginario. Cuando hice

Farsantes, decían por qué iba a hacer una tira. ¿Y cómo no? Voy a resolver el problema que hace 40 años no pude. Incluso se creía que ponía en juego mi prestigio. A mí me chupa un huevo el prestigio. Tenía ganas de jugar ese juego, no para demostrar que se podía hacer de otra manera, sino jugando en el espacio de la tira. Y ver si el espectador compraba. Bueno, compró. Me gusta ser provocativ­o w

Para mí, el vínculo maestro-alumno es más constituit­ivo que el de padre e hijo. No creo en el maestro que resuelve problemas.

Claro que pienso en el espectador. Pero lo pienso en función de qué me gusta relatar a mí. Como yo imagino que el otro imagina”.

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G. GARCÍA ADRASTI De local. Chávez, en su casa de Palermo. Recordó a sus maestros reales Agustín Alezzo y Augusto Fernandes, y tambíen a Borges y Pessoa, como maestros metafísico­s.
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