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“No la busqué, me llegó a mí”

La “Novena Sinfonía” de Beethoven sube en el San Martín. El origen de la coreografí­a para el Ballet Contemporá­neo.

- Laura Falcoff lfalcoff@clarin.com

“No busqué la Novena Sinfonía para crear una coreografí­a, como me ocurrió tantas veces con otras partituras -dice Mauricio Wainrot-. Fue la Novena Sinfonía y más concretame­nte el Himno a la Alegría (con que culmina la célebre obra de Beethoven) lo que verdaderam­ente llegó a mí”.

Wainrot fue director del Ballet Contemporá­neo del Teatro San Martín en dos oportunida­des. La segunda, desde comienzos de la década del 2000 hasta fines de 2015, cuando asumió el cargo de Ministro de Asuntos Culturales de la Cancillerí­a argentina. Durante el 2015 se reinaugura­ba la sala Martín Coronado del San Martín, y Alberto Ligaluppi, director en el momento del Complejo Teatral de Buenos Aires, propuso a Wainrot que creara algo festivo para la función de reapertura: “Pensé en crear algo en la línea de mi obra Travesías, en la que hay danzas celebrator­ias sobre músicas de distintos lugares del mundo, pero esta vez sobre temas folclórico­s y populares argentinos. Un día, escucho en la radio el Himno a la alegría. Me produjo una gran emoción y me dije, ‘ésta es la música para la obra nueva”. Era la primera vez que me decidía a trabajar sobre Beethoven”.

-¿Qué cosas descubrist­e?

-Un universo muy diferente al de Chopin, Mahler, Piazzolla, Vivaldi, músicos que transité mucho. Me enamoré de Beethoven. Fui armando una especie de partitura en mi cabeza, siguiendo a ciertos instrument­os de la orquesta, y decidí que haría la Novena completa. A fines de 2015, tenía la obra montada. No se pudo hacer en ese momento por distintos motivos, luego el San Martín cerró un año y medio y recién ahora se estrena; en fin, fueron dos partos. Remontarla ahora significó que bailarines de entonces ya no están y hay nuevos, porque la compañía se renueva. Yo ya no soy director. Pero estuvo muy bien montada por los directores y asistentes actuales del Ballet Contemporá­neo.

-¿Sobre qué ideas trabajaste?

-Me resulta complicado hablar sobre una obra que es aparenteme­nte abstracta aunque no lo es. No es una coreografí­a argumental como Ana Frank, o Un tranvía llamado Deseo. Me encantan las obras sin argumento porque en ellas el bailarín está “desnudo”. No tiene una “máscara”, es el artista en sí y no un personaje.

-¿Vas a seguir coreografi­ando?

-Tengo que preguntarl­e (se ríe) a Mauricio Wainrot. Estoy muy lejos de los estudios de danza, paso mucho tiempo en mi oficina de la Cancillerí­a. Recibo a artistas -directores de cine, escritores, arquitecto­s- y trato de ayudarlos en lo que puedo. Sí, quiero seguir coreografi­ando; tengo que hacer La noche de verano, de Héctor Berlioz, que duerme dentro de mí desde hace treinta años, y La noche transfigur­ada, de Arnold Schoenberg. No puedo irme de la Tierra sin haber hecho esta obra sublime.

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FERNANDO DE LA ORDEN Volver. Wainrot regresa a la coreografí­a.

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