Las supersticiones musicales de Sampaoli
No voy a opinar sobre las estrategias futbolísticas de Jorge Sampaoli, pero me animaría a decir que sus estrategias musicales, que más bien habría que llamar supersticiones, tampoco parecen estar dando resultado. Comenzando por la cuestión del Himno Nacional; con el propósito de insuflar espíritu patriótico, el director técnico ha pedido que se lo vuelva a cantar entero, aunque de todas formas lo que se cantó antes del partido con Venezuela fue sólo el coro final. Como solista guía se lo convocó a Ulises Bueno, el hermano del mítico Rodrigo.
No puede negarse que Ulises Bueno cumplió impecablemente con su rol, pero aun así el cuadro resultó entre solemne y ridículo. Uno tiende a pensar que la sobreactuación es uno de los males nacionales, acaso inevitable tras décadas y décadas de cine argentino; pero quizás se trate de un problema universal, y un sentimiento parecido pueda verificarse incluso entre sociedades que uno imagina tan ascéticas como la japonesa o la noruega. Como sea, la sobreactua- ción patriótica del miércoles puede interpretarse como otro símbolo de la generalizada anomia del fútbol argentino. El hecho de que el partido haya resultado tan penoso sin duda vuelve más agobiante el simbolismo. Queda la ilusión de que la ocurrencia de Sampaoli quede descartada como recurso cabalístico. Tenemos, como antídoto, el contraejemplo de Messi, que mientras suena el Himno permanece mudo como una piedra. Es la sinceridad personificada, antes, durante y después del partido. El que no canta el Himno deja todo en la cancha. Sampaoli debería tomar nota de este simbolismo.
Es cierto que la interpretación del Himno tiene sus detalles. El Himno quedó devorado por su larga introducción instrumental, que la gente tararea de manera desbocada. Cuando termina esa caótica corrida, sobrevienen los aplausos y la cosa se termina. Es extraño. El eminente director de orquesta Guillermo Scarabino propone una solución para su interpretación en los encuentros deportivos, que es empezar con la primera estrofa directamente luego de los cuatro acordes iniciales; esto es, reducir la introducción a los primeros cuatro acordes. Desde el punto de vista musical, funcionaría perfectamente, aunque no sé si eliminar la introducción para cantar el texto completo no sería meterse en otro problema, ya que el Himno argentino, con su modulación al modo menor en la segunda estrofa y sus melismas en la última, también tiene sus mañas (es igualmente cierto que las multitudes al unísono nunca desentonan: un sentido común melódico se impone invariablemente).
Pero los fetichismos musicales de Sampaoli no se detienen en la cuestión del Himno Nacional. Un par de horas antes del partido mandó a poner música de La renga, Callejeros, Almafuerte, Los Redonditos de Ricota y Divididos a fin de infundir ánimo a la tropa y el estadio. Sampaoli, un director técnico que curiosamente ostenta tantos o más tatuajes que la mayoría de sus jugadores, es decididamente un muchachista. Cuando lo veo gesticulando de acá para allá no puedo dejar de pensar con nostalgia y admiración en José Pekerman, con su templada prestancia (además de su sentido estético del juego), o en Marcelo Bielsa, el constructor enigmático.
Bielsa tiene además un rasgo que lo vuelve doblemente encantador: su parecido con L. W. Beethoven, sobre todo cuando frunce un poco el ceño; y ese parecido con Beethoven me lleva a pensar que, en tren de poner música, Bielsa podría haber elegido, por ejemplo, el tercer movimiento de la Séptima Sinfonía. Porque en ese scherzo el explosivo Dioniso y el reflexivo Apolo marchan de la mano. No se trata sólo de transmitir un entusiasmo, sino también una perspectiva, un ritmo y una forma. Lo dijo el otro día después del partido César Luis Menotti: “El fútbol es como el tango, no se puede estar corriendo todo el tiempo”.w
Marcelo Bielsa tiene además un rasgo que lo vuelve doblemente encantador: su parecido con L. W. Beethoven.