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Antifaces que abren la percepción

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“Disfrutar el silencio”, aquel título del clásico de Depeche Mode -del discazo Violator (1990)- podría aplicarse a la experienci­a vivida en un PH, al fondo, en pleno Villa Crespo. Es un encuentro que cruza lo auditivo, táctil y olfativo, con el condimento de estar a ciegas. Eso es Club Silencio, una propuesta musical a ojos cubiertos, de Shoni Shed, a la que se accede con reserva previa.

Ojo, esto no es estar en un lugar completame­nte a oscuras (caso el Teatro Ciego) o disfrutar de un sonido en alta calidad, como ocurría en el Festival Holofónico de la Ciudad Cultural Konex, en dónde podías escuchar completos discos icónicos de la música contemporá­nea. La gran diferencia, desde el vamos, es que hay que colocarse antifaces ciegos en la recepción -junto a un grupo de personasy dejarse guiar a un sector de un living, terreno fertil para viajar mentalment­e por diversos mundos.

La experienci­a se vive sentado, con algo entre las manos, un elemento que varía de función en función. El antifaz bien puesto y, automática­mente, cerrar los ojos para agudizar los demás sentidos. Un susurro (de la palabra silencio) es el puntapié para vivir una experienci­a de más de una hora en dónde hay una cruza de obra teatral (que puede, por ejemplo, recrear sonidos de una puesta circense), distintos climas (desde selváticos hasta desérticos y ventosos) como así también viajar por el olfato y el gusto) a los rincones más recónditos de tu propia infancia.

Pero la conexión más fuerte llega desde lo musical, una banda tocando en directo nos ayuda a saber que, con la vista ausente, cada sonido de platillo, cuerda y vibración vocal cala más profundo en nuestro inconscien­te. La fusión de géneros, que van desde el jazz, el funk, el folklore y hasta un ska-reggae, se encastran en nuestro rincón más sónico. Para relajar y dejarse llevar.

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