“¿La verdad? Es un lindo momento”
Siempre haciendo papeles de rudo, en el filme que estrena el jueves compone a un tierno enamoradizo.
Acostumbrado a los personajes recios, duros, prepotentes, a Claudio Rissi le llegó la hora de mostrar algo de ternura y sutileza. Esa posibilidad vino de la mano de El Gringo, el personaje que interpreta en La novia del desierto, la película dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, que se estrena este jueves. Allí comparte protagonismo con la actriz chilena Paulina García, en un viaje por el paisaje sanjuanino y, sobre todo, en una travesía espiritual. Teresa (García) es una empleada doméstica que, de un día para otro, debe dejar todo y va en busco de lo desconocido. -En esta película mostrás una faceta muy diferente a los roles en los que te vemos habitualmente. -Sí, y eso me encanta. El Gringo, mi personaje, es un tipo nómade, siempre arriba de su camioneta que es un poco su casa, su medio de transporte, su comercio, todo. El es como un perro callejero, simpático, atorrante, un buscavidas. Y lo interesante es el encuentro con Teresa, esta mujer que interpreta Paulina, que viene de otra estructura completamente diferente. Ella no tiene anticuerpos para relacionarse con el mundo exterior y se encuentra con este tipo, con el que no le queda otra que relacionarse. -La película tiene mucho de road movie, ¿te gusta el género?
-Sí, totalmente. Hay un encuentro que se da en ese cruce de dos soledades que se encuentran y se expresan de manera totalmente diferente. Ahí nace una relación muy particular. Con Paulina nos divertimos mucho trabajando, es una actriz de una sutileza fantástica. -En esas diferencias de personalidad, pero que esconden un mismo drama, es donde se dan los vínculos más interesantes, ¿no? -Son personajes muy de la vida real. Teresa es un poco arisca, tiene una vida un tanto desértica, como el paisaje. Sin embargo, debajo de la superficie hay mucho por descubrir. Sólo que está adormecida. Y El Gringo, también. Por eso es tan enriquecedora la relación que establecen. Son dos personas grandes, pero que parecen niños. Eso despierta mucha ternura de ambos. Conmueve el relato, simple y profundo, donde el paisaje funciona como un personaje más. Me gustó mucho jugar esas cuerdas en el personaje. Me sentí muy cómodo y estoy feliz con los resultados. Y eso es bastante nuevo para mí, porque en general, no me gusto. -¿Es un momento de cambios en tu vida?
-Se van dando las coordenadas y uno empieza a disfrutar. Yo me fui manejando solo hasta San Juan, donde estuvimos filmando varias semanas, para preparar el personaje. -La película es una opera prima de ambas directoras y ya recorrió varios festivales del mundo con excelentes críticas. ¿Cómo vivís esa experiencia? -Los estoy disfrutando mucho. Es una película para nada pretenciosa, que habla de las pasiones humanas, de cuestiones universales. Para las directoras es su primera película, pero las dos tienen gran experiencia como asistentes, y la verdad es que durante el rodaje no percibí ninguna contradicción. Todo fue muy relajado. Y eso de los festivales es nuevo para mí. En Cannes aplaudieron de pie la película, y ahora vamos a San Sebastián. Además, ya está vendida a más de veinte países. La verdad, es un lindo momento.