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Francella y Brandoni, el arte, la amistad

Están filmando la película de Gastón Duprat en la que son un marchand y un pintor que fue famoso y que casi cae en la indigencia. Una historia con guiños.

- Pedro Irigoyen pirigoyen@clarin.com

La parsimonia de la siesta domina el manso temperamen­to de esta callecita perdida en el sur del barrio de Barracas. A 200 metros, el puente Bosch atraviesa con sus grises fierros oxidados las aguas servidas de la cuenca del Río Matanza Riachuelo. En el paisaje de este soleado martes de otoño, como si fuera un extra más, un abuelo hace la fotosíntes­is junto a tres perros callejeros, sentado en la esquina de un kiosco despensa, una chica de calzas que parece su nieta le da charla y comentan las bondades del clima. Los niños con guardapolv­o blanco atraviesan la escena y la gente vestida de oficina espera el final de la toma por afuera del alcance del plano elegido por Gastón Duprat desde el interior de una galería de arte, hoy convertida en set de filmación.

Adalberto Luis Brandoni, a quién todos aquí llaman cariñosame­nte “Beto”, espera a media cuadra vestido con un bermudas con bolsillos a los costados, zapatos de montaña con zoquetes a la vista, una remera roja ajada por el tiempo cubierta con una campera de jean con las mangas cortadas en musculosa, y un gorrito de promoción en la cabeza. “Silencio, por favor”, piden los asistentes, pero no logran controlar las ganas de jugar de un cuzco medio atigrado que insiste con formar parte de la escena con sus saltos y ladridos. El que sí lo logra es el abuelo, que con voz de mando y dos caricias lo acuesta a sus pies. “Luz, cámara, ¡acción!”, ordena el director. Brandoni avanza por el medio de la calle con paso firme, aunque dejando ver en su andar los dolores que el tiempo hace pesar sobre sus rodillas. Llega a la esquina y abre la puerta en un movimiento rápido y con carácter. Se escucha una charla breve que se corta con la prepotenci­a de un disparo y luego el silencio absoluto. Entonces, el actor de Esperando la carroza vuelve por donde vino como si nada hubiese sucedido allí adentro, y se pierde entre los adoquines refunfuñan­do entre dientes.

“¡Corte!”, grita el director, e invita a todo el mundo a tomar un descanso para almorzar en un pintoresco bodegón a metros del set de rodaje mientras se prepara la escena siguiente. Un pollo al horno con papas y unas frutillas con crema más tarde, los actores están sentados bajo una parra con Clarín para presentar la historia detrás de Mi obra maestra, el nuevo proyecto de la dupla Gastón Duprat y Mariano Cohn.

“El universo de la película transita el mundo del arte. La relación entre un marchand y un pintor. Yo soy el marchand y mi nombre es Arturo Silva; y el pintor...”. “Renzo, Renzo es mi nombre”, dice Brandoni aún sumergido en la carácter hosco de su personaje. “Soy un pintor con muchos años de trayectori­a que está pasando un momento difícil. En el otoño de su vida y de su carrera artística, lo cual implica una serie de problemas que no vamos a ventilar en esta entrevista, pero que son bastante atractivos. Nos une una vieja amistad de tiempos mejores”. Como en la vida real, fuera de cualquier diferencia generacion­al o de estilo, sus personajes se profesan admiración, amor y respeto. Así como sucede con esos vínculos de años que se fosilizan con el paso del tiempo hasta volverse eternos.

“Él fue un pintor que explotó en los ‘80, el hombre más buscado del mundo del arte. Pero tiene esa idea de no querer aggiornars­e que le plantea su marchand cuando le explica que las modas van cambiando y que debería

actualizar­se. Una obra tan potente como la suya, con opinión y todo, hoy no es tan requerida. Está caprichoso y se pone medio antisocial. Su resentimie­nto con el mundo actual le provoca una involución sustancial que lo deja casi en la indigencia. No por no querer transar, sino por no adaptarse al mundo nuevo. No hace trabajos por encargo, no acepta dinero ni negocios. Como amigo, al marchand le da mucha pena. De eso habla Mi obra maestra”, amplía Francella. “Renzo anda entristeci­do, ha perdido la notoriedad y eso nunca es grato”, lo completa Brandoni, y sus palabras se cortan con el paso del Ferrocarri­l Roca que en este tramo une Avellaneda con Constituci­ón.

El filme, que se estrenará el año que viene, es un nuevo proyecto de la dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat, que hicieron juntos desde Televisión Abierta, Cupido y El Gordo Liberosky para la pantalla chica, hasta El artista (2006), El hombre de al lado (2008) y la consagrada El ciudadano ilustre (2016), protagoniz­ada por Oscar Martínez. Casi siempre, con guión de Andrés Duprat, hermano de Gastón. La particular­idad de Mi obra maestra es que la dupla se desdobla por primera vez, y se reparten los roles: Cohn en producción y Duprat en dirección. El rodaje se realizará principalm­ente en Buenos Aires, con un cierre en Salta y Río de Janeiro.

Es un año especial entre Francella y Brandoni. En mayo, con el estreno en el Picadilly de Justo en lo mejor de

mi vida, obra dirigida Brandoni, se produjo el debut teatral de Johanna Francella. La consagraci­ón de su amistad. El padre, con los ojos llenos de lágrimas, la aplaudía desde las primeras filas. “Fue muy significat­ivo”, recuerda. “A Johanna la elegimos en un casting entre 10 candidatas por sus condicione­s. Y me alegró mucho que resultara ser la hija Guillermo”, aclara el actor de Un gallo para Esculapio. “Es la primera vez que hacemos cine juntos, vaya a saber si la vida algún día hace que nos encontremo­s juntos sobre algún escenario también”. “Es la que nos queda pendiente, ya hicimos juntos dos programas de televisión: Durmiendo con mi jefe y El

hombre de tu vida, dirigido por Juan José Campanella”, dice el protagonis­ta de El Clan y El secreto de sus ojos.

Sobre el cierre, los actores se hacen una crítica mutua, en la que Francella suelta el primer piropo. “Qué no he dicho de Beto durante toda mi vida. Ha sido un referente en mi inicio de trabajo y estudio. Uno de los actores que más me ha marcado a lo largo de mi carrera, se lo he exterioriz­ado miles de veces hasta que tuve la oportunida­d de trabajar con él. Cuando trabajás con alguien que admirás tanto, muchas veces decís para tus adentros: ‘Me hubiera quedado con haberlo conocido nada más’. Pero Beto es un tipo de una enorme generosida­d, muy querible. Alguien muy importante como actor y como amigo”.

Cierra Brandoni. “Guillermo es un actor extraordin­ario, serio, observador, paciente, entusiasta. Parece un joven que tiene ganas de aspirar a más con su profesión. Incluso, cuando no trabajamos juntos, Guillermo me ha ofrecido un papel que no pude hacer porque estaba como diputado en ese momento. Aún hoy le sigo agradecien­do esa cosa sin intermedia­ción. Tuve la alegría y el gusto de haber trabajado juntos, nos une una amistad donde transcurre­n todas las cosas de la vida, desde la salud de nuestros hijos que crecen cada vez más rápido, y esta nueva aventura cinematogr­áfica que nos brinda la perpetuaci­ón que ofrece el cine”.

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FOTOS: MAXI FAILLA Amigos en la ficción, y en la realidad. No habían trabajado juntos en cine, sí en televisión, en “Durmiendo con mi jefe” y “El hombre de la vida.
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