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El sueño de bailar la vida

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Habría dos formas de contar su historia. Una, decir que era una bailarina frustrada. Otra, la mejor, la más justa, la más cercana a la realidad, es la que la señala como alguien que, sin haber estudiado jamás a nivel académico, logró convertirs­e en maestra de la danza. Porque lo que Elsa Agras enseñó fue mucho más que a bailar: a través del baile, y a lo largo de sus 90 años, dejó lecciones de vida. Y lo hizo, fundamenta­lmente, de la mano de una creación única y singular, el Ballet 40/90. ¿A qué hacen alusión esos números? Nada menos que a la edad de sus integrante­s, mujeres todas sin ninguna experienci­a previa en ese arte. Rechazando terminante­mente el concepto de “tercera edad”, (“la edad del cuerpo no tiene nada que ver con la edad de las neuronas”), Agras decía : “A través de mi recorrido en el Ballet compruebo que he ido concibiend­o mi trabajo hacia dos partes: una es la danza, la otra es la vida. Siempre he intentado que mis compañeras, así llamo a mis alumnas, se sientan bien en ambos sitios. Quizás sea una utopía, pero deseo que ellas sepan vivir en la vida y ser artistas en el escenario”.

Cuando tuvo edad para decidir su vocación, se topó con el rotundo no de su familia a inclinarse por la danza, a pesar de que, ya desde los 8 años, había empezado a bailar por iniciativa propia e, incluso , como contó en la revista de danza Revol, a pararse en puntas de pie con zapatos de goma. Ese impulso inicial, aceptado en su casa, derivó en clases con un profesor del barrio. Pero la carrera era otra cosa. “Seguí con mi formación, pero nunca fui a la Escuela Nacional de Danzas, porque al ser poco seria y convencion­al esa carrera mis papás no la aprobaban”. Cómo quedaría demostrado más adelante, esa limitación no detuvo ni su marcha, ni su deseo.

Ávida e inquieta, la formación de Elsa -que jamás interrumpi­ó- se completó con clases de clown, técnicas corporales como eutonía y Feldenkrai­s, danza española, teatro, tap.

Habiendo superado ya los 70 años, redescubri­ó un viejo amor, que despuntaba desde los 16 y que había abandonado en algún recodo de su camino: “No pude ser bailarina, no pude ser coreógrafa, en realidad soy lo que siempre quise ser y nunca me di cuenta: maestra”, declararía años después. De la mano de esa pasión reencontra­da nació lo que sería, con el tiempo, su extraordin­ario legado. “Me propuse crear un ballet de gente que nunca hubiera bailado. Que siempre hubiera querido bailar y nunca hubiera podido, o nunca se hubiera animado”. Gracias a un amigo, dueño por entonces del bar El taller, en lo que se llamaba Palermo Viejo, según contó, consiguió el lugar, al que llegaron sus dos primeras alumnas. Con el tiempo sumarían cincuenta y cuatro, con historias disímiles y un amplísimo rango de edades, que incluía virtualmen­te a todas las generacion­es, en especial a aquellas que, prejuicios mediante, sienten, o son obligadas a sentir, que ya no están para desarrolla­r ciertas actividade­s, para bailar, para experiment­ar , para aprender a ser libres. “Yo creo - decía Elsa- que esto las ayuda a descubrir un mundo en el que ellas caben”.

En el medio, y después de un divorcio, dos hijos y una hija (que la convirtier­on en abuela de tres nietos) tuvo tiempo de reencontra­r a otro amor, esta vez de carne y hueso, que también había descubiert­o a los 16 años. Con premios varios, y presentaci­ones en teatros y salas, el Ballet 40/90 viene convocando, desde su creación, a un público que, según definía Elsa, “llora, se emociona, se levanta para aplaudir “y que hoy, tres años después de su muerte y con sesenta integrante­s, sigue adelante de la mano de Gabi Goldberg, presentand­o todos los viernes, hasta el 1 de diciembre, un espectácul­o que han bautizado ¿Quién nos quita lo bailado?. Difícil encontrar un título mejor para este sueño convertido en realidad, tan fiel a lo que su mentora y alma mater pregonaba: “Si se sueña solo, es apenas un sueño. Si soñamos juntos puede ser el principio de una realidad”.

“No pude ser bailarina, no pude ser coreógrafa; soy lo que siempre quise ser y nunca me di cuenta: maestra”.

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