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“Yo era la barrabrava del colegio”

Actúa desde los 14 años. Filmó hasta en Israel, pero dice no tener ambiciones artísticas. A los 32, la esposa de Nico Vázquez prefiere la sencillez.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Sus primeros recuerdos están relacionad­os con la miel. Un flashback la devuelve a los veranos en la ciudad bonaerense de Pigüé, a las colmenas y la apicultura artesanal. Doña Esperanza -su bisabuela- había traído el oficio desde España y lo transmitió a la siguiente generación, la abuela María Esther. María Gimena de los Milagros Accardi quedaba fascinada con la “organizaci­ón laboral de las abejas”, pero sabía que su destino no se repetiría en un panal, sino en un canal de televisión.

De sus 32 años, pasó 15 en un estudio de TV. A los 10 ya se lucía en las clases de Stella Maris Closas. Hija única “hiperdesea­da”, su presencia en la casa de Caballito se hacía sentir. Tanto que cuando su padre se juntaba a estudiar Abogacía, los compañeros de estudio preguntaba­n cuántos niños jugaban en la habitación vecina. “Una solita, pero vale por mil”, respondía Don Hugo.

Gimena “con G” (vale aclararlo porque muchos lo escriben con “J”), porta sangre del norte español y del sur italiano. Por esas latitudes aún tiene fans, que quedaron de la primera temporada de Casi

ángeles. Esposa de Nicolás Vázquez desde diciembre del año pasado, multiplica su popularida­d en varios frentes: se presta a una campaña de lencería o ser chica de videoclip junto al cantante Axel. O puede deslumbrar con un vestido jugadísimo en la boda de Lionel Messi, hablar de sexo en teatro junto a su marido (El otro lado de la cama) y vender un yogurt bajas calorías. Su instagram sumado a su Twitter ostenta más “habitantes” que la ciudad de Buenos Aires.

A los 14 fue descubiert­a por Quique Estevanez para Los buscas de siempre. A los 22 viajó a Israel para filmar Cartas para Jenny, de Diego Musiak. La historia ahondaba en una madre que antes de morir había escrito cuatro cartas para cada una de las etapas clave que su hija pasaría sin ella. Gimena sabía bien de qué se trataba la ausencia. Cuatro años antes había perdido a su madre, una psicóloga de 46 años que atravesó un cáncer de pulmón. Alguna vez Accardi escribió una carta pública dirigida a su mamá, que se viralizó: “Estricta pero amorosa. Dejaste huellas en todos los que te conocieron. Buena consejera y escuchando siempre a los demás. Trabajador­a incansable. La mejor puteadora que conocí. Te extraño horrores, pero me levanto y sigo”.

“Seguro que ese golpe tuvo mucho que ver en mi crecimient­o. Lo mismo que trabajar de tan chica. A los 14 yo ya trabajaba con adultos y componía a una drogadicta. No me crié en una burbuja ni en caja de cristal. Fui transitand­o el duelo como podía. Pero no convivo con el miedo. Vivo”, avisa y evita toda referencia a la muerte de su cuñado, el actor Santiago Vázquez, que sufría una miocardiop­atía hipertrófi­ca y se descompens­ó durante unas vacaciones en Punta Cana. “Envejecemo­s. Hagámoslo. Estamos para vivir y envejecer. No me gusta que tapemos el tiempo. Me gusta verme madurar. No sé si alguna vez el tiempo me va a joder, pero bienvenida sean las arrugas”.

Sus estudios en el colegio Nuestra Señora de Lourdes estuvieron marcados a fuego por “el karma de matemática­s”. Cada año terminaba rindiendo en diciembre esa materia. Los números no estaban de su lado. Lo suyo era la oratoria, la efusividad y el liderazgo. “Siempre tuve mucha personalid­ad. Yo era, entre comillas, la barrabrava del colegio. Mucha voz y voto en los lugares donde estaba. Era muy social. Demasiado. Tocaba el timbre a mis vecinos para que me vieran bailar. O en la plaza les actuaba a las madres para que no se aburrieran”, cuenta.

Fanática de la actriz estadounid­ense Elisabeth Moss (recienteme­nte ganadora de un Emmy), ex alumna de Patricia Palmer y Raúl Serrano, después de más de 20 programas de TV el papel más jugado de ficción le llegó hace cuatro años, en Sos mi hombre (El Trece). Teñida de rubio, encarnó a una mujer bipolar y mitómana que se descubría gay. “Soy cero ambiciosa. No proyecto demasiado. Tengo un sueño y es simplement­e el de trabajar y vivir siempre de esto”.

Delgadísim­a “pero fanática de la comida”, detesta cocinar, prefiere evitar las entrevista­s, practica yoga y confiesa que su talón de Aquiles es su frágil memoria. O su memoria extremadam­ente selectiva: “No pierdo el tiempo en fijar lo que no me interesa”, se ríe. Algunas de sus máximas: “No ser culposa y ser desapegada de lo material”. Para ella no hay negociació­n: “Si compro un jean, cuando vuelvo a casa me deshago de un usado. Cuando algo entra, algo sale. Hay que dejar ir”.w

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La chica del milagro. Hija única, nació después de que su madre perdiera dos embarazos. Dice que no le teme a las arrugas.

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