Cómo disfrutar de un recital y no “poguear” en el intento
¿Se puede optimizar la forma de asistir a un show? Un particular workshop ejercita el arte de ser público.
A veces la vida te lleva a lugares donde pensaste que no ibas a volver. Estás sentado en el asiento del fondo de un micro escolar naranja y ves en el piso los ojos saltones de Billie Joe Armstrong (Green Day) desde una mochila rotosa. Levantás la vista y las chicas quinceañeras están cantando Basket Case, ese gran hit de los ‘90 que las hace sentir alocadas dentro de la controlada rutina. Da risa sus apasionadas interpretaciones y estás a punto de cantar sin vergüenza, cuando un repentino silencio te hace abrir los ojos. No estás en un micro, ni en el colegio y tampoco es el 2007. Volvés a empezar.
Esta vez es un lunes a las diez de la mañana -de 2017- y una academia de canto en Almagro abre sus puertas temprano para recibir invitados. La intrigante convocatoria promete enseñar técnicas para “prepararse para ir a un recital”. ¿Cómo sería eso?
La intriga es el componente en común de las charlas socialmente aceptadas que se dan entre los diez desconocidos que se encuentran allí. “¿Vos sabés qué vamos a hacer?”. “¡Sorpresa!”, responden las organizadores de Stubhub, la plataforma de reventa online que domina el mercado web argentino. Dos de ellas españolas, le aportan un tinte internacional a la incertidumbre. A los pocos minutos nos llevan a un salón de baile, con espejos de techo a piso en el que Irene Recio -finalmente- destierra las dudas. “Todos somos protagonistas, tanto abajo como arriba del escenario, porque creamos memorias que durarán para siempre. Hay formas de hacer que el recuerdo del recital perdure más”, invita la manager de comunicación de la compañía, y aquí comienza lo interesante.
Sentados sobre colchonetas –o yoga mat para los amantes de lo cool-, todos se acuestan y, obligados a relajarse, comienzan a seguir las palabras de la guía. “Van a cerrar los ojos y respirar. Inhalo fuerte, siento el aire pasar por todo mi cuerpo y exhalo. Ahora imaginen que están en un cuarto vacío. Visualícense ahí. ¿Qué tienen puesto?”. Pausa. La mente no es tan fácil de controlar y cuesta concentrarse. Dos minutos de imaginar un lugar totalmente blanco -lo más parecido al cielo de Dios Morgan Freeman que vende Hollywood en la película Todopoderoso-, y estamos listos.
Play. Continúa la voz: “Desde lejos se acerca una puerta, del color y forma que quieran. La abren y ¿qué ven?”. Los oídos se sobresaltan cuando en el silencio escuchan los potentes acordes de You Give Love a Bad Name. Al mismo tiempo, Bon Jovi hace que la puerta visualizada se abra hacia el backstage de un recital en un bar oscuro de California, EEUU, y sentís que sos Kate Hudson en la película Casi Famosos. Ya que estás ahi, sólo queda disfrutar e imaginar como se baila con una ambientación setentosa alrededor. A los pocos minutos, la guía te hace dejar la noche, el trago y el baile para retornar al cielo blanco y puro. El punto de inicio ahora parece aburrido. Pero rápido se acerca otra puerta y con la melodía de Green Day. Ahora los recuerdos te hacen viajar 10 años en el tiempo al micro escolar. Es impresionante cuántas sensaciones te puede provocar una canción.
Después suena Aerosmith y, de vuelta en el cielo, se da la posibilidad de viajar imaginariamente por tercera vez. Ahora es el recital de Coldplay en el Único de La Plata en abril 2016 y el recuerdo de Chris Martin cantando Viva La Vida ante un estadio pla- gado de luces de colores, se junta con la emoción de ver a una madre -fan de la banda- y su sonrisa de felicidad pura que se ilumina a tu lado. Te emocionas y cae una lágrima. ¡Qué locura estar llorando cuando en realidad estás acostada en un salón rodeado de desconocidos! Pero a los pocos segundos, Bruno Mars te sorprende con una fiesta que seguirá con los reggaetones latinos de Cnco y Maluma. Esos sonidos no te hacen viajar pero es difícil contener la cadera de moverse al compás. Los dedos liberan los deseos del cuerpo y tintinean desaforadamente. La voz amable –y ahora queriblede la guía indica que la experiencia está por terminar.
La sensación de placer interno se nota en las caras de los compañeros de viaje. Todos realizaron alguna travesía por sus recuerdos a pesar de no haber movido un solo paso. La música es un transporte en sí mismo.
Contentos, se sigue con la segunda parte del taller #Stubhubinspiringmusic: técnicas corporales y vocales para ir a un recital. Sebastián Mellino, músico y fundador de la academia, es el encargado de enseñar cómo aplaudir a ritmo.
“Parece una pavada pero a todos nos molesta esa persona que en pleno show aplaude a destiempo”, justifica. Y para aprenderlo, pide que todos practiquen el juego de la oca. Otra técnica para preparar la voz y no quedarse afónico, es recitar trabalenguas como: “Una vieja pisa paja, cuando pasa, paja pisa”, dicen los periodistas conteniendo la risa para finalizar la experiencia. Los aplausos cierran el encuentro y una pregunta queda en mente: ¿Qué fibra interna toca la música que activa tu mente en un simple compás?w