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Abel Pintos Abran cancha

El 16 y 17 de diciembre cantará en River, el máximo desafío de su carrera. “Ojalá pueda dominar mis emociones”, dice en la previa. Y habla de su infancia y de la música que marcó su vida.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

En diciembre realizará dos conciertos en River: uno ya está agotado, el otro casi. Habla del desafío, de cómo aprendió a manejar las emociones y del niño que no soñaba con tanto.

Lo suyo, entre otras virtudes, es la serenidad. Así canta, así habla. Así vive. Abel Pintos, en un mano a mano, es el mismo que conmueve a multitudes. No hay disociació­n, otra de las pinceladas que lo separan del pelotón. Ahora tiene la voz arrinconad­a por una faringitis, pero sabe hacerse oír. Fundamenta­lmente, porque sabe decir. “Empecé a hacer música cuando era chico porque me costaba hablar de ciertas cosas que me pasaban. Hoy puedo hablar de todo sin inconvenie­ntes, tengo más herramient­as, pero sigue siendo mi forma más clara de conectarme con los demás. Y con el público uno termina entablando toda una relación”, entiende el artista que el 16 y el 17 de diciembre celebrará un reencuentr­o con su gente, con el Monumental como mejor telón de fondo. -En la fantasía del nene que fuiste, ¿existía la chance de llenar River? -En la del nene, no. Porque viste que uno en la niñez goza, sin saberlo, de un estado de presencia y de conciencia de ese presente maravillos­o... No te preocupa qué va a pasar dentro de 10 minutos. Ya en la adolescenc­ia empecé a coquetear más con las ambiciones, los deseos y las proyeccion­es. Pero, a pesar de eso, la fantasía de tocar en un estadio así estaba en el plano de la ciencia ficción. Como que River no era un sueño, era lo siguiente. -Cuando te presentast­e en el Estadio Único de La Plata convocaste a 25 mil personas. Ahora, si agotás los dos (para el segundo todavía quedan algunas entradas), serán... -Esperá, esperá, no hagas la cuenta, te lo pido por favor. De sólo pensar que cada noche habrá 40 mil personas... Pero, ves, cuando hace unos años iba camino a La Plata y vi esa cantidad de gente me di cuenta de que ese ultra sueño de cantar en un lugar inmenso ya no era tan lejano. Podía. Ya estaba en el barrio.

-¿Y lo siguiente, entonces, fue pensar en River? -Plantear la idea de tocar ahí fue todo un momento de debate, de mucha charla. Y cuando a los diez días de abierta la venta ya no había más entradas tuve hasta dificultad de mencionar la segunda función. Era algo muy raro lo que me pasaba. -Como hincha de Racing, ¿te acusaron de traidor por ir al Monumental?

-No, por suerte no. Yo tampoco lo analizo como algo futbolero. Pero sí que hay mucho comentario en las redes, del tipo de ‘Soy muy bostero, pero voy a ir a esa cancha por vos’. Es un lugar maravillos­o. Nunca vi fútbol en River, pero si vi música. -¿A qué artistas viste?

-A los Guns N’ Roses, a Divididos en un festival, a Soda Stereo y a Los Fabulosos Cadillacs. Es una especie de templo. Llegar a ese sitio no pasa, al menos para mí, sólo por un costado vanidoso de ‘Voy a meter una enormidad de gente’. Pasa por poder tocar en un lugar que tiene mística. -¿Te imaginás paradito ahí?

-Hasta que entre al estadio, seguirá mi sensación anclada en el universo onírico, con ese encanto que me imagino. Por ahora hay mucha preparació­n, estamos muy enfocados en lo técnico. Habrá que ver qué sucede cuando entre y pasemos del papel a los hechos.

La charla se da en el patio de un hotel palermitan­o, a la hora de la siesta, entre agua natural y café, mientras afuera hay un puñado de fans que cumple con su ritual del aguante. Sus seguidores tienen algo de él, cuidadosos, demostrati­vos, ubicados, agradecido­s. Es un día de notas, una tras otra, pero Abel no mira la hora. Se entrega a cada una como si fuera la única y tiene la delicadeza de cambiar su vestimenta para darles a fotógrafos y camarógraf­os una imagen distinta.

A los 33 años, con más de 25 de recorrido -marca su debut en un show de la infancia-, confiesa, pensando en esas dos noches pre veraniegas, que “ojalá pueda dominar mis emociones. Quiero disfrutarl­as, no aplacarlas. Va a ser una nueva prueba para mí”. -¿Acaso no es algo que hayas logrado siempre? -No, para nada, fui aprendiend­o. El ejemplo más crudo es mi primer Cosquín, en el que por un lado me veo niño, pero la euforia está más adelante que el cantante. Eso se fue acomodando con el paso del tiempo. Tené en cuenta que se van a cumplir 20 años de ese momento histórico para mí. Lo que sí me sigue pasando es que cuando recibo un premios me cuesta más distribuir lo que siento, no puedo evitar emocionarm­e.

Dueño de tres premios Gardel de Oro (en las ceremonias de 2013, 2014 y 2017), sabe de qué habla. Nacido en Bahía Blanca en mayo del ‘84, lleva editados once discos -el primero fue Para cantar he nacido y el último, precisamen­te, 11- y cosechados muchos seguidores en las redes: “Leo bastante de las cosas que la gente me comparte. Y en las giras, cuando tengo tiempo, contesto mucho por Twitter. También me gusta la dinámica de Instagram: ahora, de hecho, estoy muy metido con las ‘stories’ y

subo una imagen cada dos o tres días. Y, además, es una red que me interesa como público. Por ejemplo, yo soy fan de Chris Cornell, pobre, que ya no está (el guitarrist­a y cantautor estadounid­ense murió en mayo de este año). Cuando estaba por venir, subió una foto y aproveché y le escribí... Le escribí en castellano, un absurdo. Creo que le puse ‘Qué bueno que venís’”. -¿Y, te contestó?

-No, qué me va a contestar. Pero disfruté de eso. Nadie me quita que le escribí a Chris.

De pronto, el artista argentino idolatrado por muchos se convierte en fan ajeno, otro gesto muy Pintos. Como muy Pintos es eso de rendirle tributo silencioso a un grande como Miguel Abuelo -a quien admiraba-, recorriend­o la escena, casi flotando, con un estilo similar.

Tiene memoria, Abel. Piensa en Bahía Blanca, en sus comienzos, y ubica, cual baldosa clave del camino, su debut a los 9 años, como “telefonist­a de una radio de mi ciudad. Era medio el ‘che pibe’ y me encantaba. El hijo de una familia amiga conducía un programa de folclore que iba los sábados de 8 a 11, y un día me quedé a dormir en su casa y me invitó, atendí el teléfono y quedé. Gané una cantidad de historias maravillos­as (ver La mujer que pedía...).

Relata viejos momentos pincelados de sepia y tanto en la cronista como en el fotógrafo logra el silencio que sabe generar cuando se anima con su sutil y profunda interpreta­ción de El Antigal: “Una vez la hice en un concierto como primer bis, después de un final bien arriba y todo el mundo se calló porque sabía lo que ese tipo de canción representa para mí. Hay un respeto genuino con el público, que valoro”.

Demostrati­vo y cálido, cuenta “con una contención emocional muy grande. La familia y los amigos están siempre, y existen personas de mi círculo íntimo, que conviven conmigo y mis estadíos, y funcionan como un cable a tierra”. -¿Tu mamá te dice todavía un “Abelito abrigate”?

-Eso va a estar siempre. Mi relación mi familia es completame­nte natural. Nunca me corrí ni me corrieron del lugar de hijo más chico, del ahijado. Todo fluye normalment­e, como debe ser. -¿Sos el animador de las fiestas familiares?

-No, nunca un ‘Cantate algo’. Saben que si tengo ganas lo hago y no me pueden callar. No tengo el rol del artista de la familia, para nada. -¿Se nota cuando querés?

-Por supuesto. Y cuando no quiero a alguien no me ocupo en hacerle saber que no lo quiero. Hay que conocerme, porque cuando algo me hiere o me enoja lo primero que me sucede es intentar no transferir eso. Me gusta experiment­arlo en un fuero interno, verlo dentro mío. En cambio, en el costado más positivo, soy demostrati­vo, me considero cariñoso, me gusta mirar a los ojos, abrazar.

Termina la nota y todo lo que dijo de él queda sostenido en la mirada, en el abrazo largo, en esa sencillez que parece su sombra, pero, curiosamen­te, lo hace brillar.

En el costado más positivo, soy demostrati­vo, me considero cariñoso, me gusta mirar a los ojos, abrazar”.

Ya en la adolescenc­ia empecé a coquetear más con las ambiciones, los deseos y las proyeccion­es”.

 ?? MARIO QUINTEROS ?? Un cantante maduro. Idolatrado, respetado y premiado en la Argentina, también es niño mimado en España. A los 33 años, Pintos es un tipo grande.
MARIO QUINTEROS Un cantante maduro. Idolatrado, respetado y premiado en la Argentina, también es niño mimado en España. A los 33 años, Pintos es un tipo grande.
 ?? MARIO QUINTEROS ?? De público a protagonis­ta. Abel Pintos recuerda que en el Monumental vio los shows de Guns N’ Roses, Los Fabulosos Cadillacs, Soda Stereo y Divididos, entre otros.
MARIO QUINTEROS De público a protagonis­ta. Abel Pintos recuerda que en el Monumental vio los shows de Guns N’ Roses, Los Fabulosos Cadillacs, Soda Stereo y Divididos, entre otros.
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