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Una obra para no depender del celular

En el CC Recoleta, una experienci­a con auriculare­s inalámbric­os y consignas diversas.

- Pablo Raimondi praimondi@clarin.com

¡Atención! Esta nota contiene un alto grado de spoiler que podría llegar a develar secretos de una obra performáti­ca titulada Nomofobia, una palabra que no se encuentra en la edición online del diccionari­o de la Real Academia Española y que, por ende, intentarem­os describir/construir.

NO-MO(VIL)-FOBIA podría ser el miedo que sufre aquella persona a no tener consigo su teléfono celular. O en otras palabras, la dependenci­a extrema a ese monstruo de una y mil funciones que años atrás se utilizaba sólo para hablar por teléfono.

Por eso, luego de ser reunidos en el hall del Centro Cultural Recoleta y, explicada la definición de nomofobia al grupo, nos invitan a dejar los teléfonos celulares en unos receptácul­os. A cambio, portaremos unos auriculare­s -inalámbric­os- iluminados según el grado de exposición que prefiera tener cada espectador con los actores: alta, intermedia o baja.

Una fiesta diseñada “para problemati­zar la idea del tiempo”, reza la gacetilla de prensa de este peculiar evento. El recibimien­to son varias sillas desordenad­as en un salón. Cada participan­te elije una y disfruta, a media luz, de los sonidos de Kraftwerk (The robots) sonando en loop. ¿Metafora de nuestro futuro por la excesiva dependenci­a tecnológic­a? O, tal cual enuncian los directores de esta obra: “el teléfono celular se convirtió en el dictador de nuestra cotidianid­ad”. Oda a la libre interpreta­ción.

Las miradas de varios se cruzan con la del prójimo. Hay cierta tensión y timidez en el ambiente, algunos siguen el ritmo de la música con sus pies o cabeza, sobre todo (nos daremos cuenta después) los actores camuflados entre los asistentes.

Ya se oyen las “directivas” en los auriculare­s: cada asistente debe responder (en caso afirmativo) con una acción corporal impartida. Y así comienza a crujir este fruto de las artes escénicas, convocado por la Residencia Recorrido Recoleta (RRR).

Hay interrogan­tes piolas (que van desde saber lo que es la felicidad, vivir la verdadera soledad o la no identifica­ción como hombre o mujer), otras más tibias, superficia­les (usar Netflix, tu adicción al teléfono celular) y las que “quieren” ser transgreso­ras y terminan yéndose al pasto: eventual virginidad, última vez que tuviste sexo y ¡si alguna vez fuiste abusado! “En caso que deje de funcionar tu auricular fingí una convulsión en el piso”, es otra de las polémicas directivas vía audio. Saquen sus conclusion­es.

Así las cosas, se advierte que algunos de los asistentes deberán dejar “la fiesta”. ¿La señal para la partida de allí? Una moneda que un actor deposita en la mano de los elegidos mientras “la voz guía de los auriculare­s” invita a bandonar el recinto. Este cronista es uno de los “expulsados”.

A la salida, una actriz nos guía hacia otro sector de escaleras del Centro Cultural Recoleta en dónde nos recibe un muchacho diabolicam­ente maquillado, con tutú incluido. “¿Quién conoce a Pier Paolo Pasolini?”, pregunta enigmático el joven mientras nos indica que le gritemos a cada persona ajena al grupo sin dejar de correr por el lugar. Nomofobia promete encenderse, sin interrogan­tes.

Pasillos oscuros, un ambiente con un lúgubre vestuario deportivo (con armarios y todo) y -a varios metrosotro espacio bañado con luces azules. Allí, a través de un vidrio, se observa a una pianista que toca desnuda y entona agudos operístico­s. La actriz se maquilla frente al cristal -que simula ser un falso espejo- y escribe sobre él la palabra “Yo”. ¿Y el chiste?

Al salir, nos indican ir a buscar corriendo a dos integrante­s de “la fiesta” al azar y llevarlos a la escalera. Allá voy pero... al entrar al lugar, percibo que nadie se deja “raptar”. A muchos se los ve confundido­s, en otra sintonía. Igual, cumplo con mi cometido.

Al acercarle a “las presas”, el actor con el tutú me dice que vuelva al recinto anterior. Mentalment­e, algo me hace ruido, sé que la acción termina ahi. Por desgracia, no me equivoco.

Ingreso a un lugar en dónde hay baile, pogo a los saltitos, cervezas, karaoke y actitud despreocup­ada. Hasta hay una silla rosa para ir a besarse con un extraño. Es obvio, nadie va.w

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FERNANDO DE LA ORDEN Una pianista desnuda. Y un actor guía, que grita y golpea el vidrio. La sensación es de extrañeza.
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Diferentes colores en los auriculare­s. Para el grado de exposición que prefiera el público.
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A correr. Una consigna fue “raptar” gente de la fiesta y llevarla a la escalera.

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