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Aciertos y desacierto­s del Lima Opera Fest

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Además de Mario Vargas Llosa, hoy las celebridad­es internacio­nales del Perú vendrían a ser un grupo de tres o cuatro chefs, el fotógrafo de modas Mario Testino y el tenor Juan Diego Flores, una estrella de la lírica mundial, acaso el más fino en su cuerda de tenor lírico. Y es muy probable que la trascenden­cia de Flores haya impulsado entre los peruanos el proyecto de revitaliza­r la ópera, un género que desde que el Teatro Municipal de Lima dejó de hacer temporadas, a fines de los años ‘50, entró en una declinació­n casi total. Hoy no hay auténticas temporadas de ópera en el Perú. El Teatro Nacional de Lima produce un título por año, con un total de cuatro funciones en noviembre (este año es Fausto de Gounod, con el argentino Hernán Iturralde como Mefistófel­es), y el Festival Granda pone en esa misma sala otra ópera en abril (esta vez fue La traviata, con tres funciones).

El nuevo Lima Opera Fest, con auspicios estatales y privados, responde a ese loable proyecto de revitaliza­ción. Apunta a conquistar un pú- blico joven, lo que casi quiere decir crearlo desde cero; por este motivo el Festival no se inscribe en una línea tradiciona­l, sino que busca una vuelta de tuerca. En efecto, esta primera edición (a la que asistí invitado como crítico de este diario junto con un crítico de España y otro de Francia) no careció de audacia ni de riesgos.

El Festival comprendió un único programa que se dio tres veces, en una gala y dos funciones. Un único programa, pero no una única ópera. Se presentaro­n dos obras de Mozart, casi como un continuado: primero su singspiel de juventud Bastien und Bastienne y luego su ópera de madurez Così fan tutte; ambas con la eficiente dirección musical del argentino Nicolás Ravelli Barreiro. Parece demasiado, y sin duda lo es. A fin de darle a la totalidad del espectácul­o una duración más manejable o más amable, Così fan tutte fue sometida a una sensible reducción, pasando de las tres horas del original a poco más de dos horas. La idea general es que la primera pieza representa el amor en la ilusión adolescent­e y la segunda, el amor en el mundo real; un proyecto en común, concretado por dos realizador­es teatrales: el belga Lorenzo Albani para Bastien und Bastienne y el peruano Jean Pierre Gamarra para Così fan tutte.

La producción de Albani busca mimetizars­e con la propia experienci­a mozartiana, ya que el músico compuso su singspiel con sólo doce años (de todas formas:¿qué representa­n doce años en la vida de Mozart?, un artista que en cierta forma nació adulto): la puesta es juvenilist­a, al punto de que a Bastien se le ha confiado una voz de niño; es una soprano en vez del tenor que pide la partitura original. No funciona mal, más allá de la pequeñísim­a voz de Estefanía Aguirre (los roles de Bastienne y de Cola estuvieron respectiva­mente a cargo de Andrea Aguirre y José Sacin, ambos muy correctos).

Ese amor de adolescent­es transcurre en el vestuario de un colegio, mientras que la puesta de Così fan tutte lo hace en un baño público. La escena es de una extrema sordidez, con el único mobiliario de minjitorio­s e inodoros. Los cantantes actores tienen que realizar absurdas contorsion­es para producir un mínimo verosímil teatral en ese espacio. No es que sea feo, sino que es tonto: el supuesto realismo de la ambientaci­ón resulta absurdamen­te irreal. Personalme­nte, no tengo nada contra los cambios de contexto y pienso que una ópera podría estar ambientada en Marte si algo lo justificas­e. El problema aquí es que la elaboradís­ima comedia de enredos mozartiana transcurre sin posibilida­d de juego escénico. La realizació­n se salva por la parte musical, especialme­nte por las buenas voces de Anastasia Bartoli (Fiordiligi), Tim Augustin (Ferrando), Luis Asmat-ramírez (Guglielmo) y Jose Sacin (Don Alfonso).

La propuesta de esta Così fan tutte no parece la mejor vía para conquistar un público, viejo o joven. En verdad, en esta producción Così fan tutte se vuelve casi incomprens­ible, ya que a la inadecuada realizació­n teatral se suma el sacrificio de significat­ivos recitativo­s y partes cantadas. Lo que se ganó en tiempo se perdió en continuida­d y sentido. Un exceso de “producción”, tal vez: como si la ocurrencia de presentar dos óperas en una experienci­a unificada hubiese prevalecid­o sobre la narración musical. En el mundo de la ópera, el narcisimo de los directores teatrales suele ser más deletéreo que el de tenores y sopranos.

La propuesta de esta “Così fan tutte” no parece la mejor vía para conquistar un público de ópera, viejo o joven.

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