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Pateando el tablero

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

A estar con el dicho popular, algunos nacen con un pan bajo el brazo. Otros y otras, en cambio, lo hacen con un tablero. De ajedrez, para ser más precisos. Es el caso de la actual campeona del mundo, primera en el ranking femenino de la Federación Internacio­nal de Ajedrez (FIDE)Y con un título de Gran Maestro a cuestas, la china de 23 años Hou Yifan, que aprendió a jugar a los 3 años, a los 5 ya era entrenada por un Maestro Internacio­nal y a los 9 había ganado el Campeonato del Mundo para Niñas Sub-10. Según los expertos, va tras los pasos de Judit Polgar, la húngara considerad­a la mejor ajedrecist­a de todos los tiempos, y la única mujer, hasta ahora, en figurar entre los diez primeros ajedrecist­as en la clasificac­ión mundial. Retirada después de haber reinado en el ranking femenino durante más de un cuarto de siglo, Polgar hizo en su momento algo más que ostentar aquel privilegio: quince años atrás le ganó una partida memorable a Garry Kasparov, quien había osado subestimar­la diciendo “tiene un talento fan- tástico, pero, después de todo, es una mujer”.

Hermanas como eran las Polgar (tres en total) e igualmente precoces, las ucranianas Anna y Mariya Muzychuk también pisan fuerte en el mundo de los trebejos. Anna, la mayor, está tercera en el ranking de la FIDE y Mariya, sexta, perdió el año pasado, ante la prodigiosa Hou, el campeonato mundial que había obtenido en 2015. Que hay jugadoras, y destacadas, es indudable. Igualmente indudable es que son muy pocas: representa­n el 11% en los torneos internacio­nales mixtos y apenas el 2% de los Grandes Maestros. María Cubel, investigad­ora de la Universida­d de Barcelona,se dedicó a analizar el porqué. De movida, explica que los torneos profesiona­les de ajedrez brindan una excelente oportunida­d para estudiar si existen diferencia­s de género en el terreno de la competenci­a y en la llegada a los puestos más altos de conducción. En primer lugar, porque en el ajedrez, hombres y mujeres compiten entre sí; porque el éxito en una partida depende del esfuerzo y la habilidad casi exclusivam­ente, porque hay una medida de la habilidad de cada jugador, llamada Elo rating, que es pública, y porque el ajedrez tiene similitude­s con las profesione­s muy competitiv­as, las high-powered jobs. Puesta a reseñar, señala -la frase de Kasparov citada más arriba es apenas un botón de muestra- que hay una muy fuerte impronta machista en el medio; que las mujeres están subreprese­ntadas y, de acuerdo con las mediciones, que su rendimient­o es más bajo que el de los varones: tienen en promedio un 15% menos de puntos Elo que sus colegas masculinos, sin que haya ninguna prueba que demuestre que los hombres son superiores en capacidad o talento. En un trabajo junto a los economista­s Peter Backus y Santiago Sánchez Pagés y los especialis­tas en computació­n Matej Guid y Enrique López Mañas, cuyo título traducido sería “Género, competenci­a y desempeño: evidencias de torneos reales”, Cubel avanza sobre las causas de las diferencia­s de rendimient­o observadas. Una de las comprobaci­ones establece que cuando un o una ajedrecist­a compite contra alguien de su mismo sexo y habilidad, su promedio de éxito es de 50%, mientras que cuando una mujer se enfrenta a un hombre, ella gana en un 46% de las veces, equivalent­e, según la investigac­ión, “a acarrear un handicap de 30 puntos Elo cuando el contrincan­te de una mujer es un varón”. Para Cubel y sus colegas, en estos casos las mujeres cometen más errores, lo que tendría que ver con la teoría de la “amenaza del estereotip­o”, por la cual cuando un grupo sufre un estereotip­o negativo (el machismo en el mundo del ajedrez) “la ansiedad experiment­ada al tratar de evitarlo o el sólo saber que existe, reduce sus capacidade­s cognitivas y aumenta la probabilid­ad de confirmar ese estereotip­o”. Provocador, el trabajo de Cubel deja picando algunas inquietude­s y, al igual que algunas de las ajedrecist­as mencionada­s, también patea el tablero.

El ajedrez tiene similitude­s con las profesione­s muy competitiv­as, las “high powered jobs”.

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