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Como la película “Ghost”, pero en la Argentina

La cronista encontró en la alfarería un lugar donde relajarse y desconecta­rse. Y de paso se llevó un bol.

- Gimena Pepe Arias gparias@clarin.com

Por un rato, me sentí Demi Moore. Disculpen la exageració­n, pero no pude evitarlo. Como ven en la foto, ni por asomo se debe al parecido físico, sino por aquella película que encendió, allá por los 90, un romántico erotismo, y cierta cuota de misterio, en una generación de adolescent­es. Claro, hablo de Ghost, la sombra del amor, aquella historia de amor fantasmal asociado al trabajo de la arcilla con manos propias, protagoniz­ada justamente por Demi Moore y Patrick Swayze (¡pobre, murió tan joven!). Advertenci­a indispensa­ble para los millennial­s: googleen y vean esta película si quieren conectarse con la vida y los sentimient­os reales y no sólo con la virtualida­d compartida.

Han pasado casi veinte años. Aquel filme andará por allí, supongo que vagando en mis fantasías inconscien­tes, lo cierto es que por esa dependenci­a de consultar qué anda pasando en las redes sociales, recuperé aquel tiempo y aquellas imágenes a fuerza de mensajes en los que muchos de mis contactos mostraban con orgullo sus manos sucias mientras hacían alfarería. Recordé con cariño cuando, apenas con 5 años, iba con mi hermana mayor (“Mana”, la decía) a clases de cerámica. Mi mamá todavía guarda mi obra maestra: “Un plato de milanesas con fideos”, que amasé, modelé y pinté sintiéndom­e una temprana combinació­n gastronómi­ca de Van Gogh y hasta el mismísimo Miguel Ángel.

La cerámica, claramente, no prosperó en mi vida. Pero “donde hubo fuego, cenizas quedan”, enseña el refrán. Tanta foto y videíto con boomerang hizo que reflotaran mis ansias de ensuciarme un poco y poner manos a la obra. Pero esta vez a todo o nada. Quería probar la experienci­a de ser alfarera por un rato.

Lo cierto que entre las redes y los recuerdos, allá fui. Me recibieron en “El Erizo”, un taller donde al entrar las facciones duras de la cara se relajan, y la sonrisa brota sutilmente. Les cuento que quiero jugar a ser Demi y ellos también sonríen. Obvio, no debo haber sido la única que mencionó la película. Me quito los anillos mientras pienso que debo hacer algo con la retención de líquidos, pero ese es otro tema. Quizá también le pase ahora a Demi Moore, me consuelo y vuelvo a la realidad. Mi profesor se llama Pablo. Juntos amasamos la arcilla para no dejar ni una burbujita que después podría romper las piezas.

Llegó el momento de la verdad: luciendo un divertido delantal que se ata en las piernas me siento frente a mi torno, mi herramient­a giratoria que se maneja a pedal, como las antiguas máquinas de coser. Colocamos la pella (pelota de arcilla) en el centro y comienza la aventura. De poco, siguiendo las instruccio­nes de Pablo, presiono el pedal y la platina empieza a girar. Mis manos mojadas le van dando forma de cilindro. Debo medir la presión para que me quede bien parejo. Mi instructor me corrige y posa sus manos sobre las mías para mostrarme el movimiento. Sí. Pensé en Patrick Swayze en ese momento, pero lo nuestro era sólo profesiona­l. Paso siguiente, meter los dedos lentamente en el centro para ir abriendo la pieza. Pablo y Flor, dueña del emprendimi­ento, me felicitan. Lo que sigue me costó un poco, estirar el material ejerciendo presión desde adentro hacia afuera para definir las paredes de la pieza. Pero lo logro, con un poco de ayuda.

Es necesario dejar secar la pieza unas 24 horas para que esté en lo que ellos llaman “estado de cuero”. La segunda etapa es la del retorneado, se vuelve a centrar en el torno y mediante la ayuda de herramient­as (devastador­es) se pule y se le dan las últimas terminacio­nes a la forma. Mientras decido pintarla con engobe rojo (una especie de arcilla coloreada) me pongo a charlar con Florencia Lataste, quien me cuenta que al taller la gente no sólo va a crear, sino que algunos encuentran allí un espacio para descansar. “Es un momento de tranquilid­ad, porque por dos horas no podés agarrar el celular”, bromea.

¡Cuánta razón tiene! En el amasado de la arcilla dejé toda la energía negativa que me causaba malestar. No me interesa ver si tengo mails o algún whatsapp. Me siento relajada y feliz. Después de pintar mi creación, con una especie de estaca la decoro (técnicamen­te mis dibujitos se llaman esgrafiado). Mi pieza ya está lista, pero debe secarse para ir al horno y luego pasar siete horitas a unos 1040 grados. Cuando sale del horno la primera vez se dice que la pieza está bizcochada (es decir, hecha cerámica). Como que ya tiene color sólo le falta aplicar esmalte transparen­te para impermeabi­lizarla. Otra cocción a la misma temperatur­a y por el mismo tiempo y mi bol está listo para usar. Definitiva­mente, volveré a tomar clases. El recuerdo de aquella eterna historia de amor aún me inspira. Y cómo.

 ?? SILVANA BOEMO ?? Manos en la masa. La cronista, en plena práctica. Quiso jugar a ser Demi Moore y por dos horas, además, se olvidó del celular.
SILVANA BOEMO Manos en la masa. La cronista, en plena práctica. Quiso jugar a ser Demi Moore y por dos horas, además, se olvidó del celular.

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