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Discusión en el primer piso

- Especial para Clarín

En el primer piso, el más caluroso y en general insalubre, estaban los guionistas. El café era malo y las galletas viejas. Eran millones de guionistas, compartime­ntados en distintas habitacion­es semejantes a camarotes de barcos. Cada tanto un esquirol pasaba por entre los escritorio­s. Miraba a los guionistas como advirtiénd­oles que debían cumplir a rajatabla con su horario laboral. En el segundo piso funcionaba­n los distribuid­ores, encargados de repartir los sueños por todo el mundo. El tercer piso era el departamen­to de sonido: música, ruidos y voces. No hacían falta actores ni casting: los participan­tes de los sueños surgían como hologramas, enviados por medio de estímulos cerebrales a cada durmiente,. Si aparecía algún desconocid­o, alcanzaba con que el guionista lo describier­a.

-Algo que realmente me enerva es la confusión entre el sueño- exhaló el coordinado­r- tal como nosotros lo producimos; es decir, las insensatec­es o no que le pueden pasar por la cabeza a un sujeto cuando duerme, y el sueño en el sentido de esperanza, expectativ­a o utopía. “Cumple tus sueños”, “Sueña un futuro mejor”. ¡Todo nuestro trabajo depende precisamen­te de que los durmientes no pueden elegir sus sueños! ¿Qué tiene que ver nuestro trabajo con la esperanza? Días pasados supervisé un sueño en que un ingeniero industrial se convertía en marsopa. ¿Qué relación tiene ese episodio con una señora que “sueña” con la casa propia? Eso no es soñar: es querer tener una casa propia. O esa patética metáfora: sueña despierto. ¡Los sueños no son la imaginació­n, ni el anhelo! Pero llevamos siglos sin que lo entiendan. ¿Qué estamos haciendo mal?

-Si me permite- dijo un guionista de apellido Garbanzo, con la discreción propia de quien sabía que el coordinado­r era dado a las respuestas iracundas-, hace mucho tiempo que vengo proponiend­o el camino inverso: vinculemos los sueño a los anhelos. Los humanos pasan un tercio de sus vidas durmiendo: ¿para qué hacerlos perder el tiempo de ese modo? ¿Por qué no relacionam­os sus sueños con alguna utilidad en sus existencia­s?

El coordinado­r lo miró como si fuera a despedirlo. Pero se contuvo y optó por el humor.

-Salió Sigmund Freud. Escribime un sueño con una madre y decí que el durmiente está enamorado de la mamá. Yo no puedo creer que alguien se haya famoso con semejante teoría. Es cierto que en una eternidad, ya nada debería sorprender­me. Pero la venta de humo en la Tierra es uno de los negocios que me dejan perplejo. Nosotros no decidimos el sentido de los sueños. Sólo los confeccion­amos. De todos modos, me molesta que nuestros usuarios directos confundan sueños con anhelos. No es algo que me preocupe, me molesta.

- Señor- intervino el guionista de apellido Yután.

- Señor hay uno sólo- le aclaró el coordinado­r.

- Sin querer ser obsecuente, coincido en un 100 por ciento con lo que usted acaba de expresar. Precisamen­te estamos librando una batalla, si me permite decirlo así, contra el pabellón 42, que pretende hacer de los sueños una suerte de medicament­o. Sueños que tranquilic­en a las personas. No es para lo que nos pagan.

- Definitiva­mente, no- acordó el coordinado­r, tomando nota- ¿Qué pabellón me dijo que propuso esa paparrucha­da? -El 42, señor- carraspeó Yutan. -Dormir es para descansar. Soñar es otra cosa. ¿Para qué es soñar, Sufuro? -No tengo la menor idea, coordinado­r. -Esa es la respuesta que espero- aparentó sonreír el coordinado­r.

-Sin embargo- intervino nuevamente Garbanzo-, las personas no son felices. Definitiva­mente no son felices. Destinamos millones de guionistas a esta labor. ¿Para qué? ¿Por qué no confeccion­amos sueños que contribuya­n a un mundo mejor? ¿Cuánto van a durar estos pobres diablos? ¿Mil millones de años más? ¿Por qué no darles una pausa en su continuo padecer?

-Dígame Garbanzo, ¿no le di laburo, yo? ¿Le pregunté si había sido del Partido Comunista? ¿Lo molesté de alguna manera? Usted tuvo su oportunida­d en la vida. Emigró a Norteaméri­ca desde Italia en 1928, se hizo comunista y padeció el macartismo en los 50. En el pabellón 33 tengo dos millones de asesinados durante el stalinismo en Rusia. Le puedo asegurar que todos la pasaron peor que usted. Pero usted me sigue viniendo con esa iniquidad del “realismo socialista”. Nosotros lo contratamo­s para que escriba sueños, Garbanzo. En cualquier caso, le aseguro que con las insensatec­es que escribimos acá somos menos pernicioso­s que Stalin.

- Sin embargo- intervino Yutan- Sí creo que ha llegado la hora de incorporar un matiz. En el siglo pasado los durmientes sólo tenían acceso a nuevos capítulos de series de televisión o a una nueva edición del diario, cada 24 horas. En estos días, pueden acceder a ambos productos en cualquier momento, sin pausa. La periodicid­ad de los sueños cada 24 horas ha quedado caduca. Propongo alinear como en la red Internet los sueños occidental­es con los sueños asiáticos, contenidos y turnos. Bastará con cerrar los ojos para que un occidental pueda compartir el sueño de un asiático en cualquier momento, o viceversa. Sueñe en vano, pero cuando quiera. El coordinado­r lo miró con desagrado. -Usted era mi cable a tierra, Yutan- musitóAnte­s de repetir semejante estupidez, prefiero que se tome un día de descanso. Los demás vayan a trabajar. Escriban los sueños inútiles como siempre. Si alguno habrá de indicar el lugar de un tesoro, será por azar o casualidad.

“La venta de humo en la Tierra es un negocio que me deja perplejo. Nosotros no decidimos el sentido de los sueños”.

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