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Para llegar bien afilado al Mundial

El cronista intentó con el idioma de Tolstoi y terminó pidiendo la traducción del “Rusia, decime qué se siente”.

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com

Llego a mi primera clase de ruso en el Centro de Idiomas Esperanto, en Arenales 2021. Entro al aula. En las paredes hay cuadros de Marc Chagall, pintor de origen bielorruso, con activa participac­ión en la Revolución de 1917, y una imagen de mamushkas.

Como es un curso “intensivo”, entre hombres y mujeres somos sólo seis alumnos. “Kak dilá”, me pregunta Eugenia, la simpática profesora, que nació en San Petersburg­o y vive desde hace dos años en la Argentina. “Kak dilá” significa “¿cómo estás?”. Entonces, yo debo responder “harashó”, que es lo mismo que decir “bien”.

A los cinco minutos, como tengo menos manejo del idioma de Dostoievsk­i, Tolstoi y Gogol que el Ruso Hrabina, le pregunto a Eugenia en español: “¿Me puedo cambiar de banco?”. El frío del aire acondicion­ado me está pegando fuerte en la espalda y, si permanezco en esta posición, voy a empezar a sentir que, más que en una planta baja de Barrio Norte, estoy en Siberia.

Ahora, sin dejar de sonreír, Eugenia propone un ejercicio. Con gran manejo de la didáctica, muestra una serie de dibujos que vienen acompañado­s con la palabra que los define. Y leemos en voz alta: “kofe” (“café”), “metró” (“metro”), “stadión” (“estadio”), “tzerkov” (“iglesia”) y “magazin” (“mercado”). “En ruso -sigue Eugenia- no existen los verbos ser ni estar. Por eso, si ustedes quieren preguntar dónde queda el estadio, tienen que decir: “Gde stadión”.

Sigue la clase. A mi lado se sienta una joven con rasgos de Yelena Isinbayeba, la campeona mundial de salto con garrocha. Se llama Tabea. No es rusa, es suiza. Y anota, al detalle, y a riesgo de acalambrar­se la mano derecha, todo lo que explica Eugenia. Por ejemplo: “Las palabras terminadas en a son de género femenino. Las terminadas en consonante, de género masculino. Y las terminadas en o y e, neutras”.

Con 150 millones de habitantes, Rusia es el país más extenso del planeta: ocupa la novena parte del total del territorio. Su idioma proviene “de la rama oriental de la familia de lenguas eslavas, más precisamen­te del tronco común indoeurope­o”, y está considerad­o uno de los más importante­s del mundo junto con el inglés, el español y el chino. Consta de 33 letras: 21 consonante­s, diez vocales y dos sin sonido, el signo suave y el signo fuerte, “que cambian el significad­o de algunas palabras”.

“¿En Rusia todas las palabras están escritas en cirílico?”, le pregunto a la profesora. “Sí, claro. Hasta el cartel de Mcdonald’s”.

A la mitad de la clase, que dura dos horas, llega el “break”, como dice Eugenia. Es un recreo de diez minutos. Ahí, Sasha Zakharova, “licenciada en idioma y literatura rusa”, que desde hace 14 años está al frente de este instituto, ofrece, muy amable, café y pepas de membrillo.

“¿Alguno de ustedes va a ir al Mundial de Rusia el año que viene?”, consulto a los alumnos. “Sí”, me responde Teo, de 29 años e ingeniero industrial. “Con mis amigos ya tenemos las entradas. Sólo nos faltan los pasajes”, se entusiasma. “Por eso estoy aprendiend­o el idioma: mi idea es cursar todo lo que pueda hasta un día antes de viajar”. “Yo también tengo pensado ir”, se suma Pablo, empresario, de 33 años. “En el 2014 fui a ver la final Argentina-alemania a Río de Janeiro”. “¿Y habías aprendido a hablar en portugués?”. “No, con el portugués me manejo bien porque, por trabajo, estuve viviendo un tiempo en Brasil”.

Inevitable. Mientras hablo con Teo y Pablo, me empiezo a imaginar a los hinchas argentinos cantando en plena Plaza Roja, a metros de las oficinas donde trabaja Vladimir Putin: “Rusia, decime qué se siente...”. Entonces le pido a Sasha que me traduzca el hit a su idioma. “Sería algo así”, me dice, y se ríe: “Rassia, skayi mne chto tu chustveesh...”.

“Si salimos campeones, no van a faltar los que pretendan redoblar el brindis”, le sugiero enseguida a Sasha. “¿Cómo se pide en ruso otra medida de vodka?”. Sasha no duda: “Eshio vodki”.

Volvemos al aula. “¡Maladetz! (¡genial!)”, suelta Eugenia cada vez que alguno de los alumnos pronuncia en ruso como ella pretende. A mí, debo reconocerl­o, y aunque sea una frase de dos palabras, me cuesta hablar con fluidez. Si quisiera viajar a Rusia, a visitar el Kremlin o a sufrir con el equipo dirigido por Sampaoli-beccacece, debería continuar con el curso para mejorar mis conocimien­tos. Si no, lo único que voy a poder hacer es ver El acorazado Potemkin, que, ya se sabe, es una película muda.

 ?? SILVANA BOEMO ?? En plena clase. Nuestro cronista (primera a la derecha), sus compañeros y las mamushkas en las paredes. El ruso no es un idioma fácil, pero con voluntad...
SILVANA BOEMO En plena clase. Nuestro cronista (primera a la derecha), sus compañeros y las mamushkas en las paredes. El ruso no es un idioma fácil, pero con voluntad...

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