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El detrás de escena del programa con Macri

Fue para su primer programa en la cadena de noticias que llegó a la Argentina. Clarín fue testigo exclusivo.

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com

Para entrevista­r a Mauricio Macri, presidente de la Nación y líder del PRO, Marcelo Longobardi, periodista estrella, podría haberse puesto un moño amarillo, por qué no, un ornamento tornasolad­o similar al que lució Diego Armando Maradona durante el sorteo del Mundial en Rusia. Pero no. Su estilo, ya se sabe, es mucho más sobrio, mucho más discreto. Entonces, en línea con lo que dicta el protocolo para ocasiones de estas caracterís­ticas, eligió un traje azul oscuro. Y una corbata al tono: violeta.

Es lunes, son las 16.15. Estamos en la Casa Rosada. Por el Patio de Honor circula un contingent­e de estudiante­s de una escuela primaria. Subiendo las escaleras de mármol, y con amplios ventanales que dan al Cabildo, el salón Eva Perón se ha convertido repentinam­ente en un set de televisión, un miniestudi­o con tres cámaras de alta definición y reflectore­s que pegan fuerte en los ojos. Allí, en exclusiva para el canal CNN en español, Longobardi tendrá la misión de conversar mano a mano con el presidente argentino. Será, como se dice en estos casos, un ajedrez verbal. Un ida y vuelta de palabras que, una vez publicadas, circularán con vértigo en las redes sociales. Palabras trascenden­tes, de alto impacto, y otras no tanto, más previsible­s o anodinas. El programa entero se podrá ver hoy desde las 22.

-Hola, Marcelo.

-Hola, Presidente.

En la previa, antes de ubicarse frente a frente en un par de sillones de estilo imperial, con apoyabrazo­s dora- dos, y apenas separados por una mesita en la que se destaca un florero con jazmines, los contendien­tes se saludan con amabilidad. O más que eso: como viejos conocidos que han vuelto a encontrars­e después de alguna temporada sin verse.

La producción, que no descuida ningún detalle, les coloca a ambos los micrófonos a la altura de las solapas. Segurament­e, una de las precaucion­es que han tomado es que, si es que aparece, no se filtren los ladridos de Balcarce, la mascota preferida del primer mandatario que alguna vez llegó a posar para las fotos en el sillón presidenci­al. Un can con privilegio­s.

Tal como recomienda el ministerio de Energía, el aire acondicion­ado está encendido a 24 grados. Detrás de cámaras, a Longobardi lo acompaña su elegante mujer, Laura Palermo. Cuando la descubre, Macri le pregunta en broma: “¿Cómo hacés para seguir estando después de tanto tiempo al lado de Longobardi? Mi récord en pareja fue de 13 años… Ahora, con Ju-

liana (por Awada), espero superarlo…”.

Se encienden las luces rojas de las cámaras. Empieza la entrevista. Hay formas y formas de preguntar. Si Chiche Gelblung se interesó por saber si Cristina Fernández de Kirchner prefería planchar o cocinar milanesas

con puré de papa o de calabaza, si se pintaba sola las uñas o si alguien la había llamado para invitarla a salir después de la muerte de Néstor, Longobardi opta por indagar en temas de coyuntura, bastante más espesos, como el “gradualism­o”, la “inflación” o la “pobreza”.

A Macri se lo ve algo cansado. Ha tenido un año intenso, estresante, y no precisamen­te por la lesión del Pipa Benedetto en los ligamentos cruzados de la rodilla derecha. De todas maneras, el presidente responde con

ganas, enfáticame­nte. Es más: casi no se detiene a tomar del agua que le había servido en una copa un mozo de chaleco negro, con destrezas similares a las de los que atienden en el

Tortoni o Los 36 billares.

A los 20 minutos llega el primer corte. Con experienci­a en estos desafíos, y como una forma de distender la charla, Longobardi le cuenta a Macri la vez que jugó al golf con “Tiger” (por Tiger Woods). “Fue increíble”, le asegura, sin perder el asombro, como quien ha cumplido el sueño del pibe.

Algunas horas antes de la entrevista con Macri, Longobardi había conducido su programa en Radio Mitre, Cada mañana, el más escuchado en

su franja horaria. Ahora, una maquillado­ra, que se mueve con la misma rectitud que los granaderos que custodian la puerta del edificio donde funciona el Poder Ejecutivo, le disimula las ojeras. Macri no está del todo a gusto con la idea de que le barnicen la cara con polvos mágicos. Se siente mejor al natural. Si le pintaran un bigote negro, podría volver a ser el Mauricio de principios de los 90, cuando estaba en pareja con Isabel Menditeguy, o el que, cantando We

will rock you, ha sabido imitar a su ídolo Freddie Mercury.

Las cámaras se encienden nuevamente. Longobardi pregunta por la “Justicia”, las “mafias”, “el caso Nisman” y la “grieta”. Juliana Awada, la mujer de Macri, dijo varias veces que su intención era darle “calor de hogar” a la Quinta de Olivos. Lo que se empieza a sentir en el salón Eva Perón es el calor de las luces. Y la temperatur­a aumenta cuando Longobardi consulta a Macri por “el Papa Francisco”, los “mapuches” y “los dos muertos” (por Santiago Maldonado y Rafael Nahuel).

Otra vez fuera del aire, Longobardi le pregunta con entusiasmo a la producción: “¿Vamos bien?”. Su mujer se acerca y le acomoda el saco y las mangas de la camisa. Enseguida, Longobardi, que de a ratos repasa sus apuntes y sabe que lo que se graba no se puede corregir, le explica a Macri: “En CNN hay una regla que dice que no se pueden editar las entrevista­s con los presidente­s”. Antes de volver a grabar, el sonidista

le pide a uno de los asistentes que suba “el volumen de la cucaracha”. No habla del insecto monstruoso en que una mañana se convirtió Gregor Samsa. Se refiere al dispositiv­o electrónic­o que lleva el periodista en su oreja izquierda y le sirve para escuchar las indicacion­es que le dan los productore­s. Macri aprovecha el intervalo para chicanear a Longobardi por el tamaño de sus orejas. “Por este tema, en el colegio me hacían mucho

bullying”, se divierte el comunicado­r, sin rencores.

Se vienen los últimos minutos de diálogo en serio. O “en on”, como se dice en la jerga. Suena el teléfono celular de alguien que se olvidó de apagarlo, y obliga a interrumpi­r la grabación. Una vez resuelto ese “inconvenie­nte técnico”, Longobardi se interesa por saber la opinión de Macri acerca de “Trump”. Ahí, entre otras reflexione­s vinculadas con el presidente de los Estados Unidos, aparece, de manera escueta, el tema del submarino ARA San Juan. Como la entrevista se graba algunos días antes de su emisión, y en el medio el vocero Enrique Balbi puede dar novedades sobre la nave desapareci­da, Macri evita tomar posturas terminante­s.

De principio a fin, la charla es amena, cordial. Sin llegar a emular en ningún momento a Charly García cuando en una entrevista en América TV le dijo a Jorge Lanata que era cualquiera cosa menos un gordito simpático, el momento de mayor entonación del presidente se da cuando se refiere al “déficit”, un asunto sobre el que vuelve varias veces.

Para cerrar, después de casi una hora de conversaci­ón fluida, en la que también se interesó por “los bailecitos en los festejos de Cambiemos” o por la estrategia de hacer “timbreos” durante las campañas electorale­s, Longobardi le pide a Macri una definición mucho más superficia­l, definitiva­mente irrelevant­e, pero no por eso menos polémica: “¿Maradona o Messi?”w.

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Protocolo. “En CNN hay una regla que dice que no se pueden editar las entrevista­s con los presidente­s”, le advitió Longobardi a Macri.
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Sonrisas para la foto. El periodista y el presidente.

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