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Teatro Colón: luces, sombras y tonterías

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

La nueva programaci­ón del Colón tiene sus luces y sombras. Se anuncian grandes figuras como Anna Netrebko, Juan Diego Flórez, el director Gustavo Dudamel con la Filarmónic­a de Viena; y el Festival Barenboim, con su esperada producción de Tristán e Isolda para la temporada lírica y sus cinco conciertos sinfónicos con la Staatskape­lle en el CCK, tiene el plus material y simbólico de un esfuerzo mancomunad­o y probableme­nte inédito entre Ciudad y Nación. La Filarmónic­a no abrirá su ciclo con la martillean­te banalidad de Carmina Burana, como en 2017, sino con un justo homenaje a Leonard Bernstein en el centenario de su nacimiento; y su abono a 18 conciertos se plantea algunas interesant­es exigencias -para el público y, lo que es más significat­ivo, para la orquesta-, como las Cinco piezas para orquesta op. 16 de Arnold Schoenberg que dirigirá Alejo Pérez el 9 de agosto, en un programa completado por los Ruckertlie­der de Mahler, el Poema del éxtasis de Scriabin y La Damoiselle Elue de Debussy.

En la temporada lírica se trasluce con más claridad un espíritu conservado­r. Si bien abre con la ópera de Peter Eötvös Tres hermanas,

programada por la gestión anterior y suspendida en 2017, de los siete números restantes uno es un oratorio de Joseph Haydn, Las estaciones,

y cuatro se ven casi todos los años en algún teatro de la Argentina: La bohème, Aida, Norma, La italiana en Argel. No puede hablarse verdaderam­ente de “equilibrio”, aun cuando los dos números restantes sean tan interesant­es como Tristán e Isolda y Pelleas y Melisande. La Opera de Cámara hará una obra del inglés Thomas Adès, Polvo facial (además de El triunfo del honor de Scarlatti y de la reposición de Piedade,

del brasileño Joao Guillerme Ripper), pero fuera de eso no se anuncian óperas contemporá­neas, ni en el abono Colón Contemporá­neo ni en el Centro de Experiment­ación (que originalme­nte se llamó Centro de Experiment­ación en Opera y Ballet).

En el campo de la lírica parece haber una regresión; tal vez también un monopolio, como si los únicos títulos de ópera fuesen los de la temporada principal, más eventualme­nte alguno de la Opera de Cámara. Sería una lástima que la gestión de Arturo Diemecke significas­e un freno o un retroceso en el proceso de modernizac­ión estética que vino experiment­ando el Colón en los últimos años, en casi todos los campos. La defensa de ese proceso no necesariam­ente se formula desde una posición recalcitra­ntemente vanguardis­ta; también puede ser planteada en función de la creación de nuevos públicos o de la renovación de los lazos entre la ópera y la sociedad. ¿Quién puede asegurar que la mayor parte del público quiere volver a oír Norma, Aida o Bohème todos los años?

Diemecke llegó al Colón como titular de la Fi- larmónica y terminó como Director artístico por efecto de una rara carambola. Hubo un momento (bastante inexplicab­le, en verdad) en que Darío Lopérfido fue Ministro de Cultura de Gobierno de la Ciudad y Director del Colón al mismo tiempo. Como no podía ser el jefe de sí mismo, Lopérfido llamó a María Victoria Alcaraz para la dirección general y él se quedó con la dirección artística. Debilitado políticame­nte por cierta torpeza propia y por una persecució­n implacable, Lopérfido fue primero eyectado de Cultura y más tarde, tras una feroz interna con Alcaraz, dejó su cargo en el Colón. Alcaraz se apoyó en Arturo Diemecke, y es así como el director de orquesta que subía al podio con gestos circenses y pasos de torero pasó a ser Director general artístico y de producción.

Director de producción quiere decir que Diemecke no sólo fija las líneas artísticas, sino que también controla los procesos de producción; por ejemplo, la grilla de ensayos de una ópera, y sin duda fue un exceso de celo en este punto lo que hizo colapsar la programada actuación del tenor Marcelo Alvarez, a quien José Cura acaba de reemplazar en el rol Andrea Chénier.

Diemecke está sin duda en los detalles. Ahora ha dispuesto que los directores de orquesta que vienen al Colón son todos “directores musicales invitados”, salvo Diemecke, el único “director musical” a secas. Así aparece en todos los programas de mano. Tonterías narcisista­s, menudencia­s, podrá decirse, pero que en el delicado mecanismo material y psicológic­o de un teatro de ópera pueden proliferar hasta causar estragos.w

Sería una pena que la gestión de Diemecke significas­e un retroceso en el proceso de modernizac­ión estética.

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