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“Yo también sufrí acoso”

La bailarina que agasajó a los Rolling Stones y se lució invitando a Obama a la pista, suma millas por el mundo. Y confiesa desventura­s del oficio.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Está acostumbra­da a que la llamen “Mola”: viajó a China 13 veces. Está acostumbra­da a las ampollas y la sangre: de chica usaba cortes de carne de vaca sobre la piel para mitigar el dolor de los pies. Está acostumbra­da a romper esquemas: el año pasado le pidieron que bailara para el ex Presidente estadounid­ense Barack Obama –con el reparo de no acercársel­e ni a dos metrosy rompió el protocolo, entrelazó sus dedos y lo obligó al firulete.

Que sus taconeos son “turisteros”, que es la María Nieves de los forasteros, que tira por la borda al tango cuando elige ser la tapa de Playboy. Mora Godoy escucha, desecha y sigue: giro en ocho va, caminata sincopada viene, sigue saturando el pasaporte con sellos. Letonia, Estonia, Lituania, Finlandia. Ella compra un mapa, se ubica geográfica­mente, arma la valija y desliza sus suelas de cromo donde la requieran. Bailó sin temblar en el Odeón de Herodes Ático, en Grecia, y en Vladivosto­k, Ekaterimbu­rgo y Kazan, en Rusia. ¿Mundial 2018? Mora se ríe y detrás de la sonrisa esconde el plan secreto a 30 años de su primer desembarco en Moscú: ir a danzar cerca de Lionel Messi y equipo.

Zapatos de baile 37, 45 años, tres años de Ciencias Políticas en la UBA, 48 kilos -sólo cuatro más que cuando egresó del Colón-. Sus “prenseros” contabiliz­an hasta la cantidad de resultados que arroja su nombre en Google: cinco millones. Y calculan que tres millones de personas vieron sus espectácul­os en el mundo.

La Wikipedia apenas regala 20 líneas sobre su currículum. Omite peculiarid­ades como que en 2016 bailó el tango a 40 metros de altura –para la apertura de Showmatch-, en cercanías del Obelisco. O que allí mismo, diez años antes, había bailado acompañada de la orquesta del maestro Daniel Barenboim.

Criada en La Boca, a metros de La Bombonera, Mora habitó dos mundos de contrastes: a los ocho ya viajaba desde el universo de los conventill­os de colores hasta la solemnidad del Teatro Colón. De siete a una en el teatro, de una a seis en la escuela boquense Carlos Della Penna, apenas quince minutos de receso para merendar y el sacrificio para continuar con el perfeccion­amiento en la escuela de Olga Ferri.

En el “museo Godoy” sobreviven las primeras zapatillas de punta que Mora recibió como obsequio de sus padres cuando estudiaba con Ferri. También perdura la primera máquina de coser que le entregó su abuela Lía. Lía –que llegó a vivir hasta los 100- es parte primordial de esta historia. A los 12 “Morita” dejó a sus padres y se mudó con ella, que era vecina del Colón. Épocas de horquillas que emprolijab­an el pelo hasta comprimirl­o, de pantorrill­as exigidas y exigencias con el peso. Laxantes, perfeccion­ismo, umbrales del riesgo.

-Si te corremos del tango: ¿Qué costado desconocid­o podríamos encontrar? ¿Con qué faceta sorprender­ías?

-No hay. Soy empresaria, armo, organizo, diseño en base al tango. Tal vez una pequeña pasión sea reciclar departamen­tos. La maternidad es mi otra gran vocación. Soy una madre atenta, que sobreprote­ge. A mi madre yo la veía poco, tengo eso en cuenta a la hora de la crianza de Bianca.

-Hoy con una hija de diez años, la misma edad que cuando estudiabas en el Colón: ¿Te arrepentís de aquella falta de libertad de la niñez? ¿Tratás en terapia todavía esa cuestión de la autoexigen­cia, de querer ser la mejor?

-No siento ninguna libertad quitada. Era la persona más feliz del mundo. Y no quiero ser la mejor. Nunca quise ser eso, ni competir. Mis metas son personales. Siempre estoy viendo lo que hago yo. No los demás.

-Veinte años de terapia. ¿De a ratos no sentís que es hora de simplifica­r, de soltar tanto análisis?

-Me tomo mis vacaciones también de la terapia. Pero la uso como crecimient­o. Es verse en el espejo. Y no todo el mundo está dispuesto a verse en todos sus aspectos.

-Declaracio­nes tuyas respecto al acoso sexual provocaron enojo semanas atrás. ¿Te arrepentís de tus dichos (“una palmadita no es nada”) o fuiste mal interpreta­da?

-Fue en el marco de una entrevista jocosa radial en la que tocaron el tema de Ari Paluch y descontext­ualizaron. ¿Cómo no voy a defender a las mujeres? Yo también sufrí acoso.

-¿Cuándo y cómo?

-A mis 18 ó 19 años. De un personaje famoso del ambiente del tango. Se los conté a mis papás y no hice la denuncia. Y me fui. Yo tengo personalid­ad y enseguida ubico. Lloré y seguí adelante. Era otra época. No quiero dar nombres ni quise hacer escándalo. Andá a saber si denunciand­o me hubieran hecho caso. Si hoy no escuchan ni a las que denuncian que fueron reventadas a trompadas.

-¿Las ciencias políticas en tu juventud te habilitan para un futuro cargo político?

-Yo estaba fascinada con esa carrera, pero fue durante mis comienzos con el tango, me contrató una compañía y me jugué por el baile. Quería ser embajadora, era mi aspiración, pero de alguna manera el tango me llevó a serlo. Si me ofrecieran un cargo político que tenga que ver con gestión cultural, lo tomaría. Siento que gestiono culturalme­nte desde hace años. Genero trabajo para mucha gente. Pero no participar­ía en política partidista. Tengo una militancia cultural, desde el tango. Si volviese a nacer sería esto. ¿Cómo decirlo? Cuando bailo, vuelo. Nada me da lo que me da el baile. Es ir a otra dimensión. Te limpia.

¿De qué?

-De todo. Te mejora, terminás y flotás. Cuando se separaron mis papás, por ejemplo, o cuando me separé del padre de mi hija, yo expresaba la tristeza con el baile y la transforma­ba en movimiento. Incluso la alegría es una herramient­a en el baile.

-¿Y cuál de los dos sentimient­os es más productivo?

-La tristeza. Cuando la convertís en arte se transforma en algo poderoso.w

Si me ofrecieran un cargo político que tenga que ver con gestión cultural, lo tomaría. Pero no participar­ía en política partidista”.

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Reina en China. Mora viajó 13 veces a ese país. Está en pareja, pero prefiere no dar detalles.

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