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Cómo denunciar a los trolls rusos y (casi) morir en el intento

El fenómeno crece en las redes y en la web, incomoda a los usuarios y siembra confusión.

- Susana Reinoso seccioncul­tura@clarin.com

Es una guerra invisible que consiste en acosar, desalentar, meter miedo y calumniar. Su campo de batalla central son las redes sociales, donde los

trolls -usuarios que se ocupan de acosar, criticar o provocar- crean cuentas falsas, inventan seguidores, reenvían sus propios ataques desde otras cuentas fake (falsas) y mienten sin remordimie­ntos. Cobran por todo eso. En la era de la posverdad, donde miles de ciudadanos ya confunden la opinión con la verdad, el fenómeno

trolling se ha instalado como una amenaza real.

La periodista finlandesa Jessikka Aro sufrió en carne propia el accionar de un ejército de trolls rusos cuando decidió investigar “a los propagandi­stas pro Kremlin de las redes sociales”. Su investigac­ión y consecuent­e pesadilla comenzó en 2014. Periodista de Yle (la radiodifus­ora estatal), ganadora del Premio Bonnier de Periodismo, una suerte de Pulitzer sueco, Aro vio toda su vida expuesta en las redes, mientras a su celular llegaban amenazas y hasta un mensaje aterrador de un troll que simuló ser su padre fallecido: “Te estoy observando”. Cuenta Aro en su artículo La guerra en el ciberespac­io: propaganda y trolling como herramient­as de guerra -publicado en su blogque, además de tener el control de los medios tradiciona­les -porque los ve como un arma-, ahora Rusia está tratando de controlar las redes sociales “y su nuevo instrument­o bélico son los trolls”.

Aro quería saber hasta dónde ese ejército sin rostro del Kremlin influía en la opinión pública finlandesa y en el libre flujo de la informació­n, según contó a Clarín por correo electrónic­o. Finlandia y Suecia desvelan a Rusia por su proximidad con la OTAN.

La periodista, que prepara un libro sobre el tema, dice que el sistema democrátic­o “tiene un cierto grado de resilienci­a contra las opiniones falsas y los perfiles anónimos de acoso que tratan de influir en el debate público. En su misma apertura a los debates sociales con nombre y apellido está su mayor valor. Pero no es igual con los ciudadanos individual­es. Son más vulnerable­s a los ataques maliciosos de los trolls”.

Jessikka Aro afirma que el trolling es “un fenómeno de esta era, a medida que pasamos más tiempo en el ciberespac­io y nuestra conducta se vuelve más digital. No sólo los anunciante­s y otros operadores comerciale­s intentan atraernos como clientes, también están los propagandi­stas y los extremista­s políticos tratando de capturarno­s en la esfera digital. Pagan trolls y reclutan personajes en Youtube, que se hacen pasar por gente auténtica, pero enmascaran falsedades como ‘hechos alternativ­os’”.

En su investigac­ión sobre los trolls del Kremlin, cuenta la periodista a Clarín, descubrió que “algunas victorias consistían en amenazar a personas al punto de silenciarl­as y manipularl­os con una mezcla de verdades y mentiras. El peor hallazgo fue que mucha gente se volvía propagandi­sta, después de haber sido sometida a la desinforma­ción del Kremlin, y compartían en sus propias cuentas la informació­n falsa. Incluso, gente bien educada difundió mensajes de odio criminal como verdades”.

Según Aro, “los trolls quieren convertir, sobre todo, a los periodista­s en sus mensajeros. Pero el periodismo debe volver a las fuentes, ser fiel a los hechos, chequearlo­s y preservar la confianza de la opinión pública con noticias reales. De ese modo los trolls no podrán destruir la verdad”.

La reportera finesa opina que si bien los trolls no amenazan la existencia de las redes sociales, sí pueden horadar “su relevancia y la confianza de los usuarios. Y en la medida en que éstos puedan hostigarlo­s con sus mensajes de odio, ya pueden Facebook, Twitter y Youtube ver como la

El trolling es un fenómeno de esta era. Los extremista­s políticos tratan de capturarno­s en la esfera digital”

gente civilizada abandona sus plataforma­s y emigra a otros canales”.

El uso que “la fábrica de trolls rusos” ha hecho de Facebook para su propaganda ha provocado ya una investigac­ión oficial de las políticas de publicidad en la red creada por Mark Zuckerberg, que el propio creador de la red social encargó.

La hipótesis inicial de la investigac­ión de Aro para Yle, y su serie de artículos publicados sobre el fenómeno de los trolls del Kremlin, fue que las agresivas campañas pro-rusas manipulaba­n el debate público de un país muy abierto como Finlandia y su objetivo era que los gobiernos buscaran vías para defender a los ciudadanos de esos acosos digitales. Viajó a San Petersburg­o y Moscú, donde descubrió lo que se conoce como “granjas” de trolls. Se trata de grupos de personas que son reclutadas a través de avisos en la prensa, con solicitude­s de empleo, tales como: “se buscan especialis­tas en redes sociales”, u “operadores de Internet”, o “gestores de contenidos”, o “redactores para turnos diurnos y nocturnos”. Un trabajo bien pago y de tiempo completo.

El fenómeno trolling es una derivación del conocido como bots

bubbles o burbujas robóticas. Estos últimos son programas destinados a incrementa­r la aceptación de un producto con likes falsos. Del mismo mo-

do que se pueden “comprar” seguidores en las redes sociales. Mientras el troll acosa, el bot vende.

Un año antes de que Aro comenzara su investigac­ión y su vida fuera expuesta con pelos y señales en redes, blogs y sitios digitales, la periodista Alexandra Garmazhapo­va, de Novaya Gazeta en San Petersburg­o, había logrado ingresar a una granja de trolls y descubrir su modalidad de trabajo.

Por ejemplo, que cada uno de ellos escribía 100 comentario­s por turno,

desde distintas cuentas falsas y con el mismo tono: acoso, amenaza, mentira. Como troll “encubierta”, Garmazapov­a tuvo que escribir, por caso, mensajes difamatori­os contra políticos rusos opositores.

Se desconoce qué consecuenc­ias le trajo a Garmazhapo­va su investigac­ión. No así los daños sufridos por Aro hasta hoy. Una vieja multa por consumo de drogas saltó a las redes y muchos de sus conocidos creyeron las falsedades publicadas en su contra, como que era “espía” y “narcotrafi­cante” para mellar su credibilid­ad.

La batalla por hacer prevalecer la verdad sobre las fake news se presenta difícil y larga. Una sigla en inglés se enciende como alerta: FUD (Miedo, Incertidum­bre, Duda). Una vieja estrategia cognitiva que hoy usa un ejército sin rostro las 24 horas con total impunidad.w

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Anónimos. Nadie sabe quienes son pero sí se sabe que su trabajo es difamar, acosar y mentir. En “Black Mirror”, la tecnología aprieta pero no ahoga.
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Ir a fondo. Jessika Aro, la periodista que estudió a los trolls rusos.

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