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NINGUNA PAYASADA

Las escuelas de circo están de moda. Sólo en la ciudad de Buenos Aires hay más de 30 lugares para aprender.

- Natalia López Especial para Clarín

¿Quién no soñó alguna vez con volar como un artista de circo? Esas acrobacias que durante años fueron exclusivas para familias del mundo circense, hoy están al alcance de todos en decenas de galpones y espacios culturales. Lugares donde aprender, entrenar y, además, disfrutar. Sólo se necesitan ganas y tiempo para ser protagonis­tas y vivir la experienci­a de colgarse de una tela o volar sobre un trapecio.

Si bien las disciplina­s son variadas y para todos los gustos, la oferta varía según el lugar: palo chino, parada de mano, verticales, clown, improvisac­ión, circo integral, contorsión y elongación, malabares y swing entre otras. Las más populares son, sin dudas, el trapecio, el aro y la tela. Tres disciplina­s que combinan actividad física intensa y diversión en el proceso de aprendizaj­e. Una experienci­a distinta del entrenamie­nto en un gimnasio convencion­al.

Crecieron tanto durante los últimos años que hoy ya son un tendencia instalada. Sin embargo el furor no comenzó hace mucho. En 2004, Natalia Oreiro interpretó el papel de una acróbata en la novela El deseo. Luego, llegó el certamen de circo con famosos del programa de Susana Giménez. Entre las dos abrieron las puertas de un mundo nuevo.

Las artes circenses y, especialme­nte las de acrobacias aéreas, son una manera de divertirse, hacer actividad física y moldear el cuerpo fuera de las estructura­s ya conocidas. Por las clases pasan alumnos de todas las edades, desde los 3 a los 60 años.

“Yo era profe de gym hasta que un día una amiga me contó que había empezado trapecio. En mi cabeza, eso sólo era para familias de circo. Así empecé”, cuenta Marcela Coll, una de las creadoras del Circódromo, una escuela de circo integral en La Paternal que tiene más de 50 alumnos de todas las disciplina­s. “Es una actividad especial, compartís con gente, celebrás los logros de los demás. Acá no importa la zapatilla que usas, ni la ropa que traés”, explica.

Las clases de aéreo suelen durar dos horas. Lo primero es poner en movimiento el cuerpo con una entrada en calor. Cada docente tiene su método y las técnicas van desde ejercicios de yoga a rutinas de fuerza. Recién después de eso llega el momento de pasar al elemento para disfrutar de volar como un pájaro.

Josefina Méndez, tiene 42 años y llegó a una escuela para consultar por las clases motivada por una amiga que entrena hace tiempo. Quería saber si necesitaba experienci­a previa y si con su edad podía anotarse. Las profesoras la animaron a empezar y le dieron algunas sugerencia­s. La ropa tiene que ser cómoda. Idealmente una calza que cubra las corvas (la parte trasera de la rodilla) y una remera que proteja las axilas y la panza para evitar quemaduras de los elementos con el roce de la piel.

En Barracas hace más de 14 años que Darío Curti, fundó su compañía de circo Trashumant­es. A la hora de elegir un lugar para aprender recomienda elegir con cuidado. “Hay que informarse de cómo están colgadas las cosas, la seguridad aérea. Se usan

elementos de escalada: eslingas, mosquetone­s, cuerdas. Importante: que el lugar no sea peligroso. Hoy no existe una reglamenta­ción para el circo”.

No hay manuales ni una única manera de hacer las cosas. Cada acróbata tiene su estilo y eso se nota en cada escuela y docente. Es un arte que se va trasmitien­do de boca en boca donde todo tiene un nombre, un lenguaje paralelo, para llamar a cada una de las cosas que pasan en el aire.

Aunque los nombres de los ejercicios son variados, no importa a qué escuela vayas. Los docentes siempre saben de qué se trata. A menos, claro, que el docente o alumno se jacte de haber inventado el truco. Entonces, como quién le pone nombre a una calle o a un accidente geográfico, lo elige en ese momento.

En el lenguaje del circo una mariposa es enrollar la tela por la pierna y la espalda y caer mientras los nudos se deshacen. El bebé es envolver la cadera con la tela y quedar paralelo al piso. El molino es hacerse bolita con el trapecio en la panza y dar todos los giros que uno pueda agarrado a las piernas. Una media luna es quedar suspendido del aro sostenido solo de los brazos.

Como en cualquier disciplina, algunos trucos son siempre los preferidos. Para el profesor de La Frontera ( Villa del Parque), Sebastián Plaun, las favoritas de los alumnos son la vuelta al mundo, el mega, el bebe, la secretaria, o el reloj paloma. Cada uno es un truco distinto y se pueden lograr desde principian­te. “El circo te libera, te ayuda a creer que uno puede siempre un poco más. Trabajar con el peso en el aire es diferente a estar sostenido por la tierra. Cuando está colgado, el alumno se encuentra con una parte de sí que no conocía”, cuenta la acróbata e instructor­a de yoga Caterina Ripodas, que dicta clases en distintos lugares de Capital, Gran Buenos Aires y Entre Ríos.

A muchos alumnos la necesidad de activar el cuerpo los acercó a una clase de acrobacia aérea. Así comenzó Rochi Filippi, una estudiante de fotografía de 20 años, que empezó a tomar clases de tela cuando era una adolescent­e y que al poco tiempo se dio cuenta de que había algo especial. “Volando es más fácil encontrars­e con una misma, sos vos y tu cuerpo. El sostén es propio, apenas con ayuda de la tela”.

Julieta Licciardi tiene 22 años, estudia Ciencias Políticas y vive sus prácticas como algo relajante. En épocas de exámenes subirse a la tela para hacer un truco a 7 metros de altura es algo que le “despeja la cabeza”. En cambio, para Javier Espeche, un biólogo de 29 años, esto se convirtió en una manera de ganarse la vida. De alumno pasó a docente y lo aéreo de un entrenamie­nto a un pasatiempo con el que hoy compatibil­iza sus dos pasiones: el aire y la biología.

Durante un entrenamie­nto de tela es común ver caer a alguien desde 5 metros de altura y quedar sujeto sólo por un nudo en la rodilla. Cuando un alumno lo hace por primera vez las arengas de los compañeros y profesores son básicos para generar confianza y superar miedos. Sin esto, no hay entrenamie­nto que valga, es el secreto en las disciplina­s aéreas.

En medio del auge del circo Gisella Bostjancic, Gigi para sus alumnos, creó el Mix Aéreo. Lo descubrió en un seminario en Estados Unidos donde conoció una manera no tradiciona­l de indagar en todos los elementos del circo para utilizarlo­s libremente. Su propuesta llegó a la escuela Espacio Hache y constantem­ente se suman nuevos alumnos a investigar de qué se trata.

Cada espacio es distinto. Algunos son galpones cerrados desde cuyos techos cuelgan telas, aros y trapecios de todos los colores. Otros, tienen estructura­s de más 8 metros para entrenar al aire libre, altas como un edificio de dos pisos. La acróbata y bailarina Paula Palomo de 35 años, se dedica a esto hace más de una década y actualment­e dicta talleres en La Central y seminarios en distintos lugares del país. Según ella, en los últimos años se abrieron muchas escuelas. “Esto tiene su pros y su contras. Hay gente con poca formación que está enseñando. Cuando viajo por las provincias veo cada vez más espacios. Solo en Capital habrá más de 30 escuelas”.

El folclore en estos sitios suele ser similar: mates y cosas ricas que cocinan y venden los mismo alumnos, ferias los fines de semana o varietés de circo a la gorra. Quizá esa también sea la búsqueda de muchos, un lugar desestruct­urado, con buena energía y sin historias. Hay una cultura de circo que va más allá del entrenamie­nto. Es una forma de hacer y vivir las cosas, una comunidad que comparte la pasión por el aire.w

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Circódromo. Esta escuela integral, en La Paternal, cuenta con más de cincuenta alumnos de todas las edades.
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Mix Aéreo. Gisella Bostjancic lo descubrió en los Estados Unidos y lo aplica en Espacio Hache (Chacarita).

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