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“Busco una popularida­d coherente”

Antes de explotar como humorista, fue extra infantil en una película de Jorge Porcel y Alberto Olmedo. Hoy analiza aquel viejo humor “cosificado­r”. Retrato de un “tipo feliz”.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Su primera temporada teatral en Mar del Plata lo lleva a recordarse en esa “patria veraniega” a la que emigraba cada verano. Los tejos, los casetes de Pimpinela y Valeria Lynch y el edificio Maral 39, que imprimió el primer gran terror infantil: Jey Mammon disfrutaba de los últimas olas antes del comienzo de clases, cuando el 5 de marzo de 1988 “La Feliz” se tiñó de desgracia. Alberto Olmedo cayó desde el piso 11, después de montar “a caballito” de la baranda. Fin de la infancia.

Jey -que para entonces tenía 11 años- todavía recuerda “los delirios” de la abuela jurando que había escuchado los gritos “de Albertito y de Nancy Herrera”. Y esa primera sensación de espanto, cuando pasó por el edificio Peralta Ramos y vio “las marcas que había dejado el cuerpo” sobre el pasto.

Un año antes Jey había sido extra de una película de Olmedo y Jorge Porcel. Galería del terror, estrenada en 1987, bajo la dirección de Enrique Carreras. El chico simulaba jugar al fútbol en la calle, mientras Porcel paseaba sus 180 kilos entre dos automóvile­s.

-¿Sería injusto desmenuzar la obra de Olmedo y condenar cierto humor violento y cosificado­r, a 30 años de su muerte?

-Todavía no se desmenuzó desde ese lugar, pero estaría bueno analizar desde dónde estamos parados hoy. Olmedo es un humorista encuadrado en una época, pero también él es Piluso. Sería injusto examinarlo como si estuviera haciendo hoy ese humor. En esos años él estaba atravesado por una sociedad que funcionaba así. Si usás ese código de humor hoy, merecés toda la condena del mundo. Ahora él no está. No se puede conversar, sí con Santiago Bal.

Su estado de Whatsapp lo define en una palabra: “Sólido”. Nació el 6 de diciembre de 1976, con casi cinco kilos. Lo inscribier­on en el registro civil como Juan Martín Rago. Su historia como catequista “con sobredosis de hostias y mandamient­os” es un tópico recurrente en sus entrevista­s. Pocos saben que fue extra infantil de la película de Johnny Tolengo, antideport­ista y ex lector voraz de TV Guía.

No tiene equipo de fútbol y no maneja, tal vez como mecanismo de defensa a un pensamient­o recurrente: sentir que va a chocar. Sagitarian­o, ex “niño Festilindo”, hiperansio­so, saltó del Off hace apenas siete años, llevó su alegría a Showmatch y a Tu cara me suena y publicó su primer libro en 2014: Mundo Estelita. Su cuenta de Twitter ya es un potente medio de comunicaci­ón, con 1.300.000 seguidores.

-¿Sos un tipo tan feliz como el que aparenta eso en televisión?

-Soy así, transito con alegría mi vida y aprendí a erradicar la culpa. Al pasado lo tomo como parte de mi ADN. Haber transitado espacios religiosos, por ejemplo, no me hacen arrepentir. No hubiera hecho el humor que hago si no hubiera transitado todo eso. Estoy pasando un gran momento con mi familia, un momento sano. Entendí que cada uno hace lo que puede con lo que tiene. No les cuestiono nada. No pienso en tener hijos, pero veo a mis sobrinos y entiendo lo difícil que es ser padre. Y respecto al medio, entendí que es virtual. Es decir: no es real.

-De movida entendiste eso: que hay amigos del campeón y que integrar la farándula es parte de un eclipse...

-Lo tengo bien claro. Un día ese castillo de arena se cae. Efímero. Se ve hermoso, pero entrás y se cae a pedazos. Por eso tengo pocos amigos en el medio. Los verdaderos no son de ahí, me gusta conectar con la realidad. Creer que todos te quieren o que la felicidad es por allá, es peligroso. Para mí hay que entrar y salir del medio, que no se te vaya la vida en eso. Aunque debo reconocer que de chiquito buscaba ser parte de esa virtualida­d. Leía en el diario para saber cómo estar cerca. Le pedía a mi vieja que me llevara a ser extra. Más tarde tuve una angustia que no sé si era existencia­l.

-¿Por qué sufrías?

-Evidenteme­nte no le estaba encontrand­o la vuelta a la vida. Estuve al borde de la depresión. La angustia, la tristeza, son como capas de la cebolla. Si te dejás estar, pasás al otro extremo. Por eso la cabeza me inspira mucho respeto: un día podés terminar en cualquier lado.

-¿Y cómo resolviste esa angustia?

-La felicidad la encontré haciendo lo que me gustaba. Un día agarré un pianito e hice radio desde casa. Todo por streaming. Y otro día se me ocurrió hacer una fiesta y cobrar entrada. Me preguntaba­n si iba a estar el personaje de Estelita y yo no sabía cómo era ella físicament­e. Vivía en Once, salí, busqué una peluca, unos anteojos y entonces le puse cara.

-¿Es cierto que estuviste tras Cristina Kirchner para entrevista­rla como Estelita?

-Consulté si era posible y desde el entorno de ella dijeron que era una buena idea, pero que había que ver qué decía. No hubo más respuesta. No más que eso. -¿Si existiera una escala de popularida­d, qué grado te gustaría conseguir?

-Coherente está bien. Busco una popularida­d coherente. Nunca fue mi objetivo la popularida­d como fin. Se puede decir que disfruto sacándole sonrisas al otro.

“Para mí hay que entrar y salir del medio, que no se te vaya la vida en eso. Aunque debo reconocer que de chiquito buscaba ser parte de esa virtualida­d”.

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Juan Martínrago. Tiene 41 años y saltó desde el off hace siete años.

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