Agendas de papel, al día
A la hora de anotar pendientes, tareas y secretos, son muchos los que todavía se rigen por el método análogo.
Google Calendar, Evernote o Wunderlist pueden resultar nombres familiares para quienes organizan sus actividades de modo virtual. En el celular o en la computadora, muchos detallan sus planes laborales y/o personales, mientras que otros, sobrevivientes de la vieja guardia, se vuelcan a la clásica y querida agenda de papel.
Por memoria fotográfica, por tener algo tangible, por no poder acostumbrarse a nuevos métodos, por resultarles más cómoda o por exigencia laboral, las hojas les ganan a las teclas y, al menos por ahora, sus adeptos no pretenden abandonarlas.
Tuvo tantos diseños como la imaginación pueda permitir y cada año renueva su imprescindible accesorio. “Continúo eligiendo el papel porque hay algo en mi memoria fotográfica que, al ver una anotación de mi puño y letra en un papel, se me fija rápidamente”, dice Alejandro Galarza (36), asistente de marketing en una firma de indumentaria deportiva. Si bien utiliza diariamente diferentes dispositivos y es usuario frecuente de redes sociales, no negocia a la hora de la agenda: “A diferencia de escribirlo en una computadora, ipad o celular, siento que maximizo las horas de la jornada si vuelco en papel los datos que tienen que ver con la organización de las visitas que recibo, los pedidos de información que tengo que enviar por mail o los productos que tengo que mandar a diferentes puntos”. Alejandro sostiene que “la tecnología no es un terreno que maneje con soltura”, lo cual colabora con su negativa a mudarse a alguna plataforma online. Por el momento, con sus páginas y su resaltador amarillo para destacar lo importante se siente más que conforme.
¿Qué elemento no puede faltarle a un guardaparques?: ¿una linterna?, ¿un sombrero?, ¿una radio para comunicarse?, ¿un largavistas?... Fuera de todo cliché, Liliana Salinas (34), guardaparque del Parque Nacional Iguazú, postula a sus dos agendas como elementales. “Las elijo porque soy muy desmemoriada y necesito ver en cualquier momento mis anotaciones”, resume. Desde Misiones, ella reconoce que “seguramente haya otras maneras más eficaces, pero al menos donde yo vivo y trabajo no resultaría ninguna”. Liliana se define como “muy retro”, lo que deriva en que el aparato más moderno que utiliza sea el teléfono. Así, en esa agenda que va y vuelve en su mochila desde el parque hasta su casa, detalla “datos de infractores, trámites, fechas de cursos, charlas” y más. En tanto, también añade cuestiones de su vida personal, llamados que no debe olvidar o turnos con médicos para ella o sus tres hijos. Debido a su profesión, también posee una agenda de campo, que es un elemento de trabajo fundamental a la hora de recorrer el parque. Allí se puntualiza “si alguien se pierde, si hay algún árbol o planta a investigar o si hay algo roto que se deba reparar”.
Como una tradición que se hereda a lo largo de varias generaciones, Laura Pérez Consoli (47) instaló en su hija mayor, estudiante universitaria de 19 años, la costumbre de usar agenda. Con este triunfo, la asistente administrativa del rubro editorial se enfrenta a quienes sostienen que el pa- pel está demodé. “Necesito escribir y marcar con resaltador algunas cosas”, asegura mientras señala que siempre la tiene a mano en el escritorio para poder “visualizar la semana, anotar vencimientos, actividades y recordar las facturas a pagar”. Laura reconoce que por no adherir a una versión digital se pierde, por ejemplo, de programar alarmas, pero por ahora prefiere escribir en un papel esas obligaciones que, incluso, se repiten cada semana. Más allá de lo laboral, vuelca allí también “cumpleaños y turnos” con especialistas para ella, sus hijas y su marido. Si bien utiliza la computadora a diario para trabajar y escucha música con plataformas online, la agenda en papel no se discute. Sin embargo, puede llegar a usar el celular, por ejemplo, para la lista de las compras.
Existen usuarios del papel y también están los defensores acérrimos de él. Entre este último grupo se ubica Francesco Garabello (36), periodista y asistente de prensa. “La agenda me permite tener una cierta sensación de tangibilidad del tiempo y de lo que tengo que hacer. Lo constato con la vista y con el tacto”, menciona. Para él, uno de los principales benefi- cios es que esto le permite “anticiparse a las actividades”. Además, destaca que prefiere esta versión física porque allí guarda también todos sus contactos telefónicos: “Ahí pongo todas las fuentes vinculadas a mi trabajo. No puedo depender del celular porque varias veces se me rompió, lo cambié o me lo robaron y el backup o respaldo de los datos nunca es del todo satisfactorio”, afirma. Aunque prefiera el papel, no reniega de apps que pueden serle útiles como Google Calendar, Google Drive, Google Keep, Wetransfer o Dropbox, por ejemplo; pero es la agenda clásica donde escribe a modo de recordatorio sus reuniones, trámites, pagos o borradores relativos a su trabajo. “Que sea un nostálgico de lo analógico no me convierte en un ser anacrónico”, sintetiza Francesco.
Para Ana González (49), la agenda responde casi a una ceremonia; de hecho, tiene guardadas muchas de ellas. Cada fin de año se ocupa de elegir un nuevo modelo que reemplace al anterior. “Uso agenda desde los 18 años, cuando empecé a trabajar”, sostiene la empresaria de la industria alimenticia veterinaria. Ana no reniega de la tecnología; se lleva bien con su ipad, su computadora y su celular, pero no concibe la vida sin papel: “La agenda la voy a usar de por vida, aunque un día ya no trabaje. Me encanta, la disfruto y me siento segura con ella”, confiesa. Además de planes, vencimientos, cumpleaños, cuestiones laborales y turnos, González vuelca en esas páginas acontecimientos familiares importantes. Así, al preparar la agenda del año siguiente, mientras transcribe aniversarios y demás, recuerda “con mucha alegría” los momentos que tiempo atrás decidió inmortalizar.
No se trata simplemente de dejar sentadas las exigencias que imponen la vida diaria y su ritmo, tantas veces enloquecedor. Es también un modo de registrar 365 días fuera del espacio virtual, con el placer que sólo aquellos que disfrutan de dar vuelta la página pueden apreciar.
En muchos casos, se pondera la necesidad de tener algo tangible entre manos.
“Que sea un nostálgico de lo analógico no me convierte en un ser anacrónico” (Francesco).