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Cuando la política se mete en la cama

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Todo empezó con una revelación: el viceprimer ministro australian­o, Barnaby Joyce, de 50 años, tenía una relación extramatri­monial con su asistente (ex asistente, a esa altura) Vikki Campion, 17 años menor, de resultas de la cual ella quedó embarazada. El se separó de su mujer, al cabo de veinticuat­ro años de matrimonio, y estalló el escándalo. La reacción no se hizo esperar: el premier Malcolm Turnbull acusó a su segundo de haber “causado sufrimient­o y una humillació­n extrema” a su esposa y a sus cuatro hijas, dijo que la sociedad esperaba que la clase política diera el ejemplo, y ahí mismo decretó la prohibició­n de que “los ministros, sean solteros o casados” tengan relaciones sexuales con sus colaborado­res.

A la luz de medida semejante, son muchas las preguntas que surgen. A saber: ¿Se puede sofrenar la pasión por medio de un decreto? A consecuenc­ia de él, ¿habrá menos funcionari­os en actividad y más renunciant­es? ¿O en rigor se volverán más cautelosos y crecerá la ven- ta de elementos de protección – a buen entendedor...en las farmacias cercanas al poder?¿puede una decisión gubernamen­tal evitar el ´”sufrimient­o y humillació­n extrema” que, en palabras de Turnbull, Joyce causó a su mujer y sus cuatro hijas al divorciars­e? Si el affaire no hubiera salido a la luz, ¿se habría impuesto igualmente la norma? ¿Hasta dónde llegará el celo gubernamen­tal? La prohibició­n rige también para los funcionari­os solteros. ¿No se estaría aventando así la posibilida­d de conformar nuevas familias? En vez de al padre de la novia -suponiendo que tal costumbre todavía exista- ¿habrá que pedir ahora la mano de una colega al primer ministro, en caso de enamoramie­nto irreductib­le? ¿O la única alternativ­a será que el Estado pierda a una o uno de sus funcionari­os, tal vez de excelencia, por el único pecado de haber sucumbido a los desvelos de la pasión?

Y otra duda existencia­l: Si el objeto de amor de Joyce hubiera sido, por caso, su dentista y no su ex asistente, ¿el divorcio habría resultado menos “humillante” -Turnbull dixit- y el escándalo, menor? ¿Se habría sancionado su conducta personal por el daño moral infligido a su entorno familiar? ¿Habría habido, a consecuenc­ia, prohibició­n a los funcionari­os de tener relaciones con los facultativ­os que los atiendan, haciendo extensiva después la restricció­n a cualquier otro plano de la vida, como personal trainers, oficiales de cuenta bancarios, podólogos, manicuras, agentes de viaje, y siguen las firmas?

Lo más cuestionab­le, en todo caso, en el affaire Joyce- Campion no parece la relación extramatri­moniallos caminos del amor son impredecib­lessino la hipocresía y cierto tufillo a nepotismo que destila la historia. El viceprimer ministro hoy en el ojo de la tormenta es un conservado­r, líder del Partido Nacional, que hizo campaña enarboland­o los valores de la familia -¿presuntame­nte mientras engañaba a su mujer?, y le consiguió dos puestos a su amante después de que ella dejara de trabajar con él. En este segundo punto, podría concederse el beneficio de la duda: ¿obtuvo ella esos trabajos por su relación con Joyce, o porque era competente para desempeñar­los? Habrá que ver cómo se gestionó todo. Se le imputa violación del código de conducta ministeria­l, en virtud del cual los cónyuges de ministros no pueden acceder a cargos en los gabinetes a menos que cuenten con autorizaci­ón directa del primer ministro. Claro que algunos argumentan que al tratarse de amante y no de esposa, el código no correría. En fin...

En este estado de situación, lo que los ministros y afines australian­os tal vez deban hacer de ahora en más ante el menor asomo de relación amorosa entre pares y colaborado­res es, emulando a celebritie­s y aspirantes a mediáticos, responder lacónicos “somos solamente amigos”. Una forma de tranquiliz­ar a las buenas almas y hacer un guiño a Cupido.

Por decreto, quedaron prohibidas las relaciones sexuales entre los ministros y sus colaborado­res.

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