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Apnea deportiva, o el arte de aguantar bajo el agua

Pocos lo conocen, pero es un deporte. Consiste en mantenerse sumergido la mayor cantidad de tiempo.

- Micaela Ortelli Especial para Clarín

Yo también jugaba a aguantar la respiració­n abajo del agua. Ludmila Brzozowski, apneista profesiona­l, me hizo acordar. Era divertido a lo ancho de la pileta, porque de un impulso llegabas al otro lado y podías ir y venir muchas veces. Más desafío eran los largos: en mi reglamento estaba permitido tirarse de cabeza, lo que hacía alcanzar la otra punta casi sin bracear. No recuerdo mi récord, pero sí la mezcla de alivio y derrota al salir al mundo nítido otra vez.

Cuando llego a la escuela de buceo Aquatica, Ludmila (Río Colorado, 1977) ya tiene pensado nuestro itinerario. Primero la charla, después al agua. La necesidad de respaldo económico la convirtió en una manager de sí misma. En noviembre sintetizó su historia en un tuit que se viralizó, y desde entonces no para de difundir esta actividad que, sí, es un deporte extremo oficial. Ella, que fue nadadora y compitió hasta los 16, se enteró en 2012 durante un curso de buceo. Sin método, hizo sus primeras demostraci­ones en Bahía Blanca, y en poco tiempo alcanzó los 109 metros (poco más de cuatro piletas semi olímpicas). Ganó su primera competenci­a en México con 115, muy cerca del récord panamerica­no, de 121 metros. Con la intención de batirlo, se entrena con su hermana, profesora de educación física. La meta es representa­rnos en el 10° Mundial de Apnea indoor, en Italia.

Ludmila también empezó jugando, pero lo recuerda con toda claridad: el placer de nadar por abajo del agua “estilo pecho, el modo más genuino”, darse cuenta de que si aguantaba el aire se hundía más, y al revés, si lo largaba se iba para arriba, y por ende, para extender su momento preferido, la opción correcta era la primera. A su padre médico no le daba miedo su obsesión por llegar a la otra punta de la pileta municipal: biológicam­ente, los humanos compartimo­s con los cetáceos el reflejo de inmersión, por el cual, al mero contacto con el agua fría, el cuerpo activa sus mecanismos de superviven­cia.

“Desde los primeros segundos, el corazón y todas las funciones empiezan a ralentizar­se. Y se produce algo llamado vasoconstr­icción periférica: el cuerpo restringe la irrigación de oxígeno en las extremidad­es y la sangre se concentra más en los órganos que la necesitan permanente­mente. Entrenar es tolerar las incomodida­des que va a haber producto de las reacciones químicas que ocurren en tu cuerpo”, explica Ludmila. Por eso la apnea deportiva se practica con traje de neoprene, porque al pasar el tiempo se sentirá frío. Antes de que lleguen las contraccio­nes en el diafragma, por la acumulació­n de dióxido de carbono, también puede llegar a notarse el latido del corazón, si uno está lo suficiente­mente tranquilo y concentrad­o. Ya veré.

Ahora estoy recostada en un mat de yoga y Ludmila me pide que respire llevando el aire a la panza, como los bebés. Le dice “reaprender a respirar”. Me sale porque ya reaprendí con mi acupuntor. “Nosotros hacemos ejercicios que nos permiten optimizar la capacidad pulmonar”, sigue, y me indica qué hacer para estirar la caja torácica. Después me pide que endurezca el cuerpo de la cabeza a los pies. “Hay que saber lo que es estar tenso para saber lo que es estar relajado”, dice. Su voz es muy suave.

Aunque sea un deporte individual, la apnea tiene reglas. Las entidades fiscalizad­oras son la Confederac­ión Mundial de Actividade­s Subacuátic­as (CEMA) y la Asociación Internacio­nal para el Desarrollo de la Apnea (AIDA). “Por seguridad, siempre te acompaña un buzo”, explica. Y aún no mencioné sus marcas en el Mundial de París, en 2015: 142 metros en apnea dinámica sin aletas, su categoría preferida (se ven en Youtube), y los impresiona­ntes cinco minutos 29 en estática, la que voy a probar yo.

Ya en el agua. Ludmila es mi juez y cuidadora. Sé que voy a usar nueve de los diez segundos de cuenta regresiva. Ya entré. Pero no apreté bien la pinza de la nariz: ¡maldición, me distraen las burbujitas! Decido invertir energía en apretarla y hago bien. Estoy cómoda. Es, de hecho, placentero flotar boca abajo. Pero no debería pensar porque consume energía. Recuerdo lo que dijo Ludmila: “Es más fácil contener la respiració­n que los pensamient­os”. Es que suceden en segundos. Microsegun­dos. Mejor cerrar los ojos: así es más fácil olvidarse de uno. De repente, se puede sentir la quietud. Una verdadera suspensión. Pero van a llegar las contraccio­nes. Suaves, casi ínfimas. Ahí es cuando un apneísta resistiría. Yo abro los ojos. Aguanto un poco más por orgullo y salgo. “Hop, hop”, me indica Ludmila la respiració­n de recuperaci­ón. “Hop, hop”, antes de responder al “¿y?”. Entonces la campeona mira con orgullo a su primera alumna y muestra el reloj, que marca unos considerab­les dos minutos 35.w

 ??  ?? Hacia el fondo. Nuestra cronista en plena sesión de apnea. Todo el proceso lo supervisó Ludmila, quien marcó, en modalidad estática, impresiona­ntes 5’ 29. ¿Y Micaela?
Hacia el fondo. Nuestra cronista en plena sesión de apnea. Todo el proceso lo supervisó Ludmila, quien marcó, en modalidad estática, impresiona­ntes 5’ 29. ¿Y Micaela?

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