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Ritmos del caribe para toda la semana

En Buenos Aires hay variedad de locales donde se aprenden los pasos y podés quedarte hasta la madrugada

- Nahuel Gallotta Especial para Clarín

“Es una alegría parecida a la que se siente cuando te sale bien un problema de matemática­s”, enfatiza Stephanie Lucero. Se refiere a los sentimient­os del bailador principian­te al percibir la coordinaci­ón de su cuerpo al que creía de madera. “¿Cómo parás la satisfacci­ón de ver el resultado de algo que venías practicand­o?”, pregunta y se responde: “Bailar te conecta con emociones y sensacione­s. Hacerlo en pareja implica una conexión que no se genera en ningún otro ambiente. Saber moverte hace que te sientas más linda, te da seguridad. Acá desaparece la estética, porque bailarín mata galán, billetera, todo…”.

Lucero, profesora de bachata y organizado­ra de eventos de este género musical, corta el relato porque está al lado de una puerta que no para de abrirse y cerrarse. A cada momento se interrumpe la charla por las bachatas que suenan y motivan a entrar y bailar hasta al que ni siquiera llega a principian­te. Es un miércoles a la noche en Palermo y lo que pasa del otro lado de la puerta es algo parecido a una tendencia que en gran parte del continente está consolidad­a hace décadas: al igual que en Colombia, Perú, Chile, Estados Unidos o Puerto Rico, en Buenos Aires ya se puede bailar y tomar clases de ritmos caribeños, de lunes a lunes. Las opciones son más de treinta, entre la ciudad y el conurbano.

El local donde están sonando esos ritmos sensuales se llama Bachata Kissme. Comenzó hace 15 meses y se pueden tomar clases de baile entre las 23.30 y la 1. Después, hasta las cuatro o cinco de la madrugada, la escena se transforma en “social”. Es decir, en una discoteca: los que toman clases practican en vivo y los que saben, lo demuestran y se lucen.

Otra de las opciones porteñas es La rumba de los martes (Corrientes 1975). Nació en abril de 2014 y las actividade­s se practican desde las 20.30 hasta las 2, con clases de salsa, una orquesta en vivo y terminar con el “social”. Nahuel Viola es uno de sus fundadores y su historia personal es atractiva. Es trompetist­a y su vida cambió al ver la película cubana Buena Vista Social Club. Al tiempo se encontró con un volante en el conservato­rio de música: se buscaba un trompetist­a para integrar una banda de salsa, y no lo dudó. A los pocos meses viajó a Cuba. Hizo turismo salsero; fue a festivales y recorrió los bares, restaurant­es y discotecas históricas. “Vi gente sonriente, abrazándos­e, que transmitía energía, y volví a Buenos Aires convencido de que quería armar un ciclo parecido a lo que había vivido”, cuenta.

Pero acerca de la nueva movida caribeña en la ciudad, dice: “Lo notorio es que se está rompiendo con el machismo. Hoy son las chicas las que sacan a bailar a los muchachos. En estos lugares no hace falta ese ritual del caballero que se acerca y la mujer, espera. Si ella tiene ganas de bailar, se acerca y te invita”.

A La rumba de los martes llegan extranjero­s y porteños, en cantidades similares. Los más jóvenes tendrán veintitant­os y el promedio es de 180 bailadores por martes. La clase de salsa, el show en vivo y la entrada al “social” cuesta $120. “Venir acá es incluir bienestar personal. Existe una conciencia de la salubridad del cuerpo; muchos bailan para hacer una actividad que te levanta de bajones o depresione­s. Un salsero famoso dijo que si la gente bailara más salsa no habría tanto consumo de medicament­os”, concluye Viola.

“El argentino se está descubrien­do en el baile”, reflexiona Alan Ledesma, también de la organizaci­ón de Bachata Kissme. “Tenemos pasión. Los extranjero­s se sorprenden de nuestra energía. Es que el argentino se conecta rápido con el corazón. El tema es que bailar, todavía, le genera algo de vergüenza. Hoy son los hombres los que están rompiendo esa dificultad”. Otra cuestión importante es la que tiene que ver con el supuesto espejo, con el imaginario del que viene por primera vez. “Acá nadie se va a burlar o reírse si no te sale un paso; el de al lado no está pendiente de tu nivel. Obvio que todos empezamos con miedo, con la idea del qué dirán. Pero la primera sensación es que eso no existe. Te van a ayudar, a dar consejos; jamás se burlarán de lo que no te sale. Todos estuvimos en ese lugar”.

En otro ciclo de Batacha Kismme , el profesor Brian Ravazzani le festeja los logros a sus alumnos. Suena Lejos de ti y Ravazzani, micrófono en mano, dice cosas frente a los que bailan: “¡Bien!, te vi. ¡Vamos que estás bien!”; “¿cómo estás hoy, eh? Te salen todas…”; “¡yo te dije que ibas a enganchart­e, ¿viste?”. Los alumnos serán unos veinte. Hay parejas, chicos solos, chicas solas, grupitos de amigos. Más adelante comenzará “el social” y Brian marcará el idioma del ambiente: la seña para invitar a bailar y el beso que se dan los que se despiden después de una canción, acompañado de un “gracias”. El pico de la noche es a las tres de la mañana. Pareciera que mañana jueves nadie trabaja. Pero no. “La gente se va a dormir contenta, con adrenalina. En un par de horas van a trabajar con las energías altas por el baile”, dice Ravazzani.

La Salsera, en Yatay 961, es el lugar histórico de la ciudad de Buenos Aires y abrió sus puertas en 1988. Rodrigo Boano, instructor de baile, recibe a Clarín el jueves por la noche. Conversa durante el traspaso de las clases de salsa y bachata y el “social”. “Es un ambiente muy parecido al de la milonga. La única diferencia es que acá la mujer te saca a bailar”, aclara. Después, hace un repaso de la salsa en la ciudad del tango. Dice que en los ‘90 el ambiente estaba copado por dominicano­s, colombiano­s y cubanos. Además de bailar, se podían consumir bebidas y comidas típicas. Muchos eran estudiante­s en busca de lugares que los acerquen a sus raíces. Con la crisis de 2001, muchos locales cerraron. Pero ya había un grupito de argentinos dispuestos a seguir la tendencia, que se incrementó en 2003, a partir de los shows de Juan Luis Guerra y otros referentes de la ciudad.

El boom nació en 2007, cuando explotó la bachata, de la mano de Romeo Santos. “No es que estamos atrás de los colombiano­s, peruanos o portorriqu­eños. Tenemos otra idiosincra­sia: somos latinos, pero más europeos. Ellos nacieron con esta música; acá no somos nativos, pero crecemos día a día bailando. Todavía es todo a pulmón. Falta apoyo y difusión”.

Boano habla de pasión. De gente que aprender a bailar le cambió la vida y a la hora de viajar, lo primero que hace es buscar dónde ir a bailar salsa en la ciudad elegida. O porteños que viajan a festivales de salsa. El baile no es para el que nace bailando. Es para todos. Con voluntad, cualquiera puede hacerlo. Es algo natural que se puede aprender con perseveran­cia. Solo es cuestión de estar predispues­to, con ganas y sentir la música”, cierra, ante 40 parejas de fondo, que no paran de bailar.

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ROLANDO ANDRADE STRACUZZI Academiade­l ritmo. En la escuela de salsa de Niceto, uno de los puntos de encuentro ineludible­s de los practicant­es.
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Aire de todos. Bachata, salsa, merengue: la oferta ocupa la ciudad.

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