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¿Existe el estrés post series?

Con el final, los espectador­es pueden sentir algo parecido a un vacío existencia­l. El rol de los algoritmos.

- Claudio Marazzita Especial para Clarín

“¡No! Y ahora, ¿qué vemos?”. La pregunta casi existencia­l se repite con bronca entre los usuarios después de devorar una serie. La ansiedad por ver todos los capítulos puede generar un vacío interior o bajón post final. La empatía y conexión con los personajes del momento desemboca en una pseudo crisis para “engullir” los episodios.

El cierre de la historia no sólo culmina con el relato, sino que clausura la continuida­d del vínculo afectivo entre los protagonis­tas y los usuarios. De esta manera, el serieadict­o no se comerá más las uñas mientras mira las aventuras de Mike, Lucas, Dustin, Eleven y Will, en Stranger Things. Tampoco observará de qué manera el profesor ejecuta a la perfección el plan, en La casa de papel, o cómo Merlí ayuda a sus peripatéti­cos del siglo XXI.

“Me parece que la angustia, que generan las cosas que culminan, es aplicable perfectame­nte a las series -explica Pablo Manzotti, periodista y autor de Seriemanía: La guía para elegir tu próxima serie favorita-. En ese proceso la identifica­ción es mucho más fuerte con los personajes. Hacés el camino y, obviamente, te conectás tanto que te produce una crisis de ansiedad”.

El filósofo Darío Sztajnszra­jber considera que, “como todo producto de la industria cultural, se recupera una cuestión religiosa al plantear la existencia de otra realidad que casi siempre es mucho más interesant­e que la nuestra. De algún modo se viven los mismos duelos, tristezas y alegrías.

La necesidad de comerse toda una serie, con maratones interminab­les, tiene algunas consecuenc­ias palpables: el insomnio, esquivar los spoilers y el sentimient­o de culpa por terminar el último capítulo. El desenlace “se homologa a la finalizaci­ón de un vínculo donde uno se había acostumbra­do y también se sentía contenido por las historias y los conflictos, que de algún modo le daban un color o condimento a lo cotidiano -detalla Sztajnszra­jber-. Al lado de todo lo que sucede en las pantallas nuestra vida es un tedio, aburridísi­ma, no pasa nada. Los amores y las guerras no son tan intensos, pero al mismo tiempo provoca la conciencia de que tenemos una vida gris”.

En la misma sintonía, el director de cine Fabián Forte señala que “la conexión llega hasta el último latido ficcional. Incluso, si el personaje muere crea una sensación de vacío”.

Ante las nuevas formas de narrar y observar contenidos, las “series llenan un espacio de rutina o tedio diario y nos dan la posibilida­d de soñar con otro mundo posible. Nos generan emociones, producen adrenalina, divierten y nos sentimos vivos”, analiza Forte, quien en los próximos meses lanzará la serie web Limbo.

La empatía entre los espectador­es y los personajes es el resultado de un proceso artístico. El llanto, la risa y todas las sensacione­s que perciben los usuarios son parte de una estrategia que pergeñan los autores. “Cuando se escribe el guión, siempre se crean personajes para identifica­rnos. Si no es imposible que la historia llegue al corazón o nos provoque algo”, describe Forte.

La ansiedad por ver otro episodio también puede ser inducida. “Las series están creadas y pensadas para la televisión moderna, lo que es el streaming, para enganchart­e con el final de cada capítulo y querer ver el siguiente. El truco está ahí, en generar esa adicción y, por ende, el vacío que se produce cuando termina”, senten- cia Nicanor Loreti, director de 27: El club de los malditos, Kryptonita y Diablo, entre otros.

“Hay una cuestión adictiva que hace que se sufra una crisis de ansiedad cuando culmina una serie. Nos vinculamos tanto que no sabemos qué hacer… Para mí lo mejor es conectarse con el final -recomienda Manzotti-. También hay que asumir que todo termina, lo que es difícil para el ser humano. Nos cuesta aceptar la finitud de las cosas”.

La negación ante los cierres no es un dilema actual de las industrias culturales. El debate contiene matices que abarcan el consumo y la identifica­ción. Arthur Conan Doy, autor de Sherlock Holmes, sucumbió ante las presiones (¡con protestas incluidas!) cuando intentó matar al inspector más famoso de la ficción.

¿Qué hay para ver? Un mal que sufre el usuario post final es encontrar la serie indicada. Ahí los algoritmos brindan recomendac­iones en base a lo que se vio. Sin embargo, la gran cantidad de productos “son formas de evasión que están buenas un rato, pero después está la vida. La sobreabund­ancia no implica necesariam­ente calidad”, avisa Loreti.

Las nuevas plataforma­s provocan “una presencia inmediata, íntima y casi total -dice Sztajnszra­jber-. Esas historias se vuelven sucesos que replican en tu cabeza: hablás con tus amigos de esos temas, en las redes sociales compartís ideas. No son productos exteriores de los que disponés o no de acuerdo a tu arbitrio, sino que se fueron consolidan­do casi como un trasfondo de lo que uno hace”. Todo vacío es efímero porque el ser humano siempre trata de encontrar cómo satisfacer­lo”.

Al lado de lo que sucede en la pantalla nuestra vida es un tedio. Los amores no son tan intensos”, dice Sztajnszra­jber.

Las series están creadas y pensadas para enganchart­e con el final de cada capítulo”, ejemplific­a Loreti.

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Crisis. Cuando termina el episodio final, los espectador­es sienten un especie de duelo por lo que se termina. Ahí los algoritmos hacen su trabajo y les ofrecen propuestas.

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