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Adiós anticipado al cine arte

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

La escena es un restaurant­e de un hotel de lujo, a fines de 2009, en Buenos Aires. El secreto de sus ojos se había convertido en la más taquillera del año, incluyendo los tanques de Hollywood, y unos exhibidore­s están sentados a la mesa con el distribuid­or independie­nte argentino del filme de Juan José Campanella. “Te quiero decir algo -comenzó uno de los comensales que invitó-, éste es un almuerzo con el que te agradecemo­s habernos traído este película, pero fue un pésimo negocio desde el punto de vista del Candy bar. La gente que vino a verla no come pochoclo y no toma Coca Cola.”

Nueve años más tarde, Bernardo Zupnik, el distribuid­or destinatar­io de esas palabras, cierra Distributi­on Company, su distribuid­ora de cine independie­nte, porque esos dueños de las multipanta­llas no programan su cine.

Que el negocio del cine arte en la Argentina se está achicando no es una noticia. No es algo nuevo. Cada tanto resurge, cobra nuevos ímpetus avalado por una serie de factores que lo mueven de lo que parecían escombros. El cine sigue siendo el espectácul­o más barato -su entrada, con el ya populariza­do 2 x 1, cuesta me- nos que una a un partido de fútbol, y ni qué hablar de un ticket para ir a ver una obra de teatro, ya sea en la avenida Corrientes o en el circuito off-, pero la baja de espectador­es que se produjo de enero a marzo preocupa.

Un hecho que significó un cimbronazo en el ambiente del cine local es el inminente cierre de Distributi­on Company, distribuid­ora de las llamadas “independie­ntes”. Esto significa que no es una filial de las compañías majors de Hollywood, como Warner Bros., 20th Century Fox, Disney, Paramount, Sony o Universal.

Estas compañías raramente estrenen un filme de los calificado­s cine arte. Llámame por mi nombre, que distribuyó Sony, es lo más parecido y lo único que surge como más reciente en la memoria, y si se estrenó es porque estaba nominada al Oscar.

DC, como la conocemos desde que abrió, en 1998, es (no era) un emprendimi­ento de Bernardo Zupnik. Pues bien, El insulto, la película libanesa que fue candidata al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero este año, es (y fue) el último estreno de la distribuid­ora DC.

La compañía, que hace unos años con otros capitales le adosó a su nombre Sudamerica­na S.A, y cuyo eslogan es “Mucho más que cine… Arte, calidad, diversidad cultural, entretenim­iento”, en su sitio web asegura con orgullo que ”Somos la distribuid­ora independie­nte con más trayectori­a en el mercado local, trayendo lo mejor del cine nacional y extranjero”.

Distribuyó El hijo de la novia, Luna de Avellaneda y El secreto de sus ojos, de Campanella, Wakolda, El bonaerense, La mirada invisible, Infancia clandestin­a, La mujer sin cabeza y también Comodines e Iluminados por el fuego, y entre las extranjera­s las ganadoras del Oscar Vivir al límite y Slumdog Millionair­e,y La noche más oscura, Secreto en la montaña, Diario de una pasión, Hairspray, y a la vez la primera El juego del miedo, la primera Actividad paranormal, La reina, La Dama de hierro…

Zupnik empezó en el cine como productor. Estuvo detrás de, por ejemplo, La tregua (1974), de Sergio Renán, que fue la primera argentina candidata al Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero. Distribuyó La historia oficial, la primera que lo ganó. Porque, abocado a la distribuci­ón, fundó primero Faro Films, luego Filmarte y DC fue su último emprendimi­ento.

“La decisión está tomada ante el hecho de que las películas de arte deberían tener las salidas que teníamos antes, pero que no son las que le interesan a las multipanta­llas, que se limitan al cine que mayor beneficio le deja, el cine blockbuste­r americano: venta masiva de tickets y de pochoclo”, cuenta el hombre de jóvenes 75 años.

“Hay un adagio entre los exhibidore­s: el cine es un gran negocio, salvo que tengamos que pasar películas”, completa.

Director adjunto del INCAA -cuando Pacho O’donnell consultó a la industria del cine a quién nombrar-, fue reemplazad­o por Julio Mahárbiz en el menemato. Su nombre también sonó antes de que asumiera Alejandro Cacetta en la administra­ción Macri.

Ya no lo veremos en Cannes o San Sebastián viendo películas y cerrando tratos para traerlas a la Argentina. Se cansó de perder dinero. Va a acompañar en los detalles del lanzamient­o de Los muchachos de antes no usaban arsénico, la remake que hará Campanella -que se enteró por este cronista del cierre de DC-, tal vez retome su cátedra en la ENERC, la escuela de cine del INCAA, o lo inviten como jurado a festivales internacio­nales de cine.

Todo lo que sabe Bernardo Zupnik no puede resumirse, aquí ni en una nota. Sus conocimien­tos tienen que ir a gente joven, que tiene que aprender un poco.

Cierra una distribuid­ora independie­nte, que estrenó “El secreto de sus ojos”.

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