Adiós a un innovador del jazz
El pianista norteamericano Cecil Taylor, uno de los mayores artistas de la vanguardia del jazz, murió el jueves 5 de abril, a los 89 años. Tanto desde sus composiciones como desde su particular forma de deconstruir los clásicos desarrolló un singular y hasta por momentos enigmático concepto jazzístico que forjaron un lenguaje absolutamente revolucionario en el género. Su obra podría definirse como salvajemente original.
Abanderado de la libertad musical, Taylor estiró las fronteras del jazz hasta situarlo un paso por delante de sus contemporáneos; sus composiciones, a comienzos de los años ‘60, tomaron la forma de improvisaciones rapsódicas que se extendían en el tiempo, para convertirse en objetos de estudio y veneración. Su arte fue anterior a la llegada de Ornette Coleman, aunque fue el saxofonista quien le dio forma a ese manifiesto musical denominado originalmente New Thing y luego Free Jazz.
Nacido en Queens, Nueva York, el 25 de marzo de 1929 comenzó a estudiar piano a los seis años. Se graduó en New York College of Music y se mudó a Boston para seguir sus estudios en la New England Conservatory de composición y arreglos. Con 16 años regresó a Nueva York y armó su primer grupo, con Steve Lacy en saxo soprano, Buell Neidlinger en contrabajo y Dennis Charles en batería; un año después lanza su primer disco Jazz Advance, para Blue Note, un trabajo que anticipó lo que vendría y en el que aborda temas de Duke Ellington, Thelonious Monk y Cole Porter, y en los que recrea melodías que tienen una tangencial proximidad a las originales. Su virtuosismo era otro de los aspectos salientes del jovencísimo pianista.
Vendrán después discos de una originalidad desbordante como Looking
Ahead! (1958) y The World of Cecil Taylor (1960) en los que exhibe su potente creatividad; hay acordes gruesos, acentos que ya son distintivos de su estilo y un sentido rítmico, un pulso, de un extraordinario poder. La magia que posee la música de Taylor parecía asentarse en ese desafío permanente y sin concesiones a las reglas habituales de composición y ese modo intuitivo de improvisar. “No hay música sin orden, pero ese orden no está necesariamente relacionado con un criterio único acerca de cuál sería el orden a seguir”, decía en una de sus primeras entrevistas.
Desde fines de los años ‘60, Taylor comenzó a hacer conciertos de piano solo, en los que mostró una fortaleza sobrehumana y una atlética agilidad sobre el teclado. En estos conciertos extensos y a veces extenuantes para artista y auditorio se creó su leyenda. Por ejemplo, Silent Tongues (1974), un disco impresionante, por su interpretación y accesibilidad.
En los 2000, formaría dúo con el baterista Max Roach; luego con la pianista Mary Lou Williams en verdaderas celebraciones jazzísticas. Cerraría su profusa discografía (más de 80 discos) con excelentes trabajos: los conciertos de la Cecil Taylor Big Band, en 2004, en el Iridium y en trío, en 2009, en el Highline Ballroom fueron favoritos de la prensa especializada.
Pianista, poeta, experto en artes marciales, Cecil Taylor logró hipnotizar o irritar a las audiencias; despertó amor o rechazo, nunca indiferencia. Entre sus detractores se destacó Miles Davis, de quien Taylor decía: “Toca bien para ser millonario”.w