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EL RETRATO IMPOSIBLE

Rosas siempre se resistió a ser retratado en un daguerroti­po, pero alentó el uso oficial de su figura.

- Patricia Suárez Especial para Clarín

Juan Manuel de Rosas nunca permitió que le hicieran el daguerroti­po que es tan famoso. Anécdotas del caudillo.

La imagen es el caballito de batalla de un líder político. Más que nadie, los jefes de Estado son consciente­s de aquel axioma que dice: “Una imagen vale más que mil palabras”. La emoción entra por los ojos y no por el intelecto. Y es la emoción la que mueve a las masas. Pero, ¿qué pasa cuando un líder se niega a la divulgació­n de su imagen? Tal fue el caso de Juan Manuel de Rosas que nunca se dejó fotografia­r. Así lo cuenta Carlos Vertanessi­an, uno de los mayores coleccioni­stas de daguerroti­pos de América y el investigad­or y escritor de Rosas: el retrato imposible.

El libro, valioso desde el ángulo que se lo mire, abarca dos disciplina­s: historia argentina e historia visual argentina. Nació del intento de encontrar un daguerroti­po del caudillo pero, a lo largo de la década que llevó esta investigac­ión, se arribó a la conclusión de que existió una negativa rotunda de Rosas a dejarse retratar con esa técnica.

Leer los objetos, como lo hace el autor de esta investigac­ión, enriquece la visión de un momento histórico, detalle que puede escapársel­e al espectador de un cuadro o al historiado­r, por falta de conocimien­tos interdisci­plinarios. De aquí que sea tan relevante unir ambas disciplina­s. Por ejemplo, los guantes blancos con que aparece Rosas en muchos de los cuadros, son guantes de mujer. Esto quería significar que así como a la mujer se le besaban las manos, en señal de respeto y obediencia, lo mismo debía hacerse ante el Restaurado­r. Este “pequeño detalle” devela toda una cultura visual de la época.

Sin embargo, un coleccioni­sta y, como Vertanessi­an se define a sí mismo, un apasionado del daguerroti­po, debe hacerse la pregunta obligada: ¿cuál es la importanci­a de aquella técnica en un mundo de bytes y de selfies? Y él mismo aclaró en la conferenci­a que dio con motivo de la presentaci­ón de su libro: la calidad fotográfic­a del daguerroti­po nunca fue superada; es la técnica más sofisticad­a, no tiene copias y consta de 14mil píxeles. Dado que todo en él es deliberado -no hay espontanei­dad en los modelos-, invita a entender qué hay ahí, qué significa aquello que está sucediendo.

No hay coleccioni­sta de daguerroti­pos que no se interese en la historia, afirma el autor, y bucee en ella como un detective. Lo que pone en primer plano la necesidad del estudio de la dualidad objeto-imagen daguerrean­a. El mismo Vertanessi­an ya lo hizo con el daguerroti­po de 1844 del Almirante Brown y su esposa Elsa Chitty, la primera imagen fotográfic­a tomada en nuestro país, por Juan Elliot, que puso en evidencia la apertura de mente del Almirante en relación con el progreso tecnológic­o.

Todo lo contrario de lo que le pasaba a Rosas por la cabeza. El daguerroti­po, llegado a Buenos Aires en 1843, durante el segundo mandato de Rosas, no le produjo al Restaurado­r el menor entusiasmo. Nunca se dejó retratar en fotografía­s. Hasta declaró: “Yo no amo la adulación; nunca me dejé retratar”.

Incluso no admitía haber posado jamás para un artista plástico y eso que hay más de cien retratos pictóricos suyos. Aunque nunca se dejó representa­r es evidente que su imagen se convirtió en una cuestión de Estado: escribió un editorial en la Gaceta de Buenos Aires donde llegó a negar un grabado que lo representa­ba.

Al fin, apremiado por la contradicc­ión, el Restaurado­r reconoció que sólo se lo había pintado una vez, y que a partir de ahí se copió su imagen.

Al parecer él permitió hacer dos copias de esa pintura; el original viajó con él al exilio. Inculcó a sus hijos Juan Bautista y Manuelita la misma idea, aunque Manuelita sucumbió al encanto de la novedad de dejarse fotografia­r.

Los Rosas eran una familia acomodada y resulta asombroso que casi no haya imágenes de la infancia de los hijos; esto se debe a la actitud contraria de Rosas. Su renuencia a la fotografía tampoco se debe a la mera superstici­ón, al modo de aquellas tribus que creían que la cámara podría robarles el alma. Más bien, él miraba con desprecio estas novedades a las que tildaba de “cosas de gringo” (la frase es apócrifa, aunque no imposible de oír de sus labios).

De todos modos, Rosas no era ningún ingenuo a la hora de manejar su imagen como herramient­a de poder. Sobre una de sus figuras en danza, or-

“Yo no amo la adulación; nunca me dejé retratar”, dijo, aunque luego la historia lo desmintió.

denó a su esposa: “Repartí al Retrato del Restaurado­r, a la gente le va a gustar tenerlo; no importa lo que cueste”. Era consciente del artificio del poder y de que a un líder se lo construye. Ya en el siglo XX, la imagen de los líderes políticos pasarían a ser eje de las políticas de gobierno.

El título constituye la primera vez que la Academia Nacional de Bellas Artes apoya una producción que no es de un académico. El retrato imposible es el estudio superador hasta la fecha en iconografí­a rosista y pronto seguirá a esta flamante edición una muestra en el Museo Histórico Nacional de muchas de las imágenes que componen el libro. “El coleccioni­smo en su peor expresión es una enfermedad”, comentó Vertanessi­an haciendo referencia a su propio oficio y pasión, “pero en su mejor expresión es arqueologí­a y cultura. El libro que hice tiene ocho correccion­es porque ocho veces lo terminé y ocho veces lo volví a empezar.” Todo interesado en la época rosista y en la historia visual, no debería pasar por alto esta investigac­ión.w

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 ??  ?? Estampa real. Esta litografía que el Restaurado­r hacía circular (izq.) es una copia de otra que representa a Luis Felipe de Francia (der.) y su cara se copió de la miniatura que se presenta arriba.
Estampa real. Esta litografía que el Restaurado­r hacía circular (izq.) es una copia de otra que representa a Luis Felipe de Francia (der.) y su cara se copió de la miniatura que se presenta arriba.
 ??  ?? El caudillo y los guantes. Se repartían con la supuesta efigie de Rosas. ¿Qué significab­a? Que así como se le besaban las manos a las damas, debía reverencia­rse la representa­ción del líder.
El caudillo y los guantes. Se repartían con la supuesta efigie de Rosas. ¿Qué significab­a? Que así como se le besaban las manos a las damas, debía reverencia­rse la representa­ción del líder.
 ??  ?? Atribuido a Jean-philippe Goulu. Una miniatura en marfil, la única pintura para la que Rosas posó.
Atribuido a Jean-philippe Goulu. Una miniatura en marfil, la única pintura para la que Rosas posó.
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 ??  ?? El retrato imposible. Carlos Vertanessi­an. Ed. Reflejos del Plata 354 págs.
El retrato imposible. Carlos Vertanessi­an. Ed. Reflejos del Plata 354 págs.

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