La mafia, en la serie que amaba Bowie
Nada engancha más que las historias mafiosas. Podemos seguirlas de manera acrítica, sin esperar de sus guiones más que una buena dosis de rojo. Pero sabremos distinguir desde el primer episodio el brillo de Peaky blinders, una serie creada por Steven Knight y producida por la BBC que hace unos meses aterrizó en Netflix. Días atrás se anunció que la ciudad de Birmingham contará con un parque temático sobre la serie. La mafia podrá ser el opio de los pueblos pero siempre revela secretos sobre el maquinaria de la economía.
Basada en una pandilla real, completa con sus fotos de prontuario, transcurre en la Birmingham industrializada de los años 20, que tantos soldados aportó a la Primera Guerra. Su título alude a las distintivas gorras usadas por esta banda, ribeteadas de hojas de afeitar, con las que cegaban a sus víctimas. Peaky blinders hizo furor y despertó la admiración de actores que podrían haber interpretado a Thomas Shelby, su joven, elegante y sanguinario capo. David Bowie llenó sus últimas semanas de vida mirándola y Brad Pitt y Leo Di Caprio también la admiraron. Nacido y criado en el muy tradicionalista condado irlandés de Cork, el actor Cillian Murphy aporta su androginia y su rostro de bebé, esos ojos apenas más celestes que los de un perro siberiano y su pasado reciente como malhechor de Batman
comienza (el Espantapájaros). Por momentos, la fidelidad obsesiva de su amor por Grace recuerda a El gran
Gatsby y su aristocrática Daisy Buchanan: otra versión mitológica sobre el origen espurio de toda fortuna sin medida. Peaky blinders contiene una breve filmoteca de películas mafiosas y completa el gran relato novelesco del hampa occidental. En Londres, los muchachos de Birmingham se medirán con las bien consolidadas mafias siciliana y judía, complementando a la mafia irlandesa en los Es- tados Unidos, narrada en películas como Pandillas de Nueva York, de Scorsese, y la sublime Érase una vez en América, del realizador de spaghetti westerns Sergio Leone. De hecho, la clásica urgencia mafiosa por blanquear la riqueza ilegítima -y cómo acceder al respeto social- encuentra a Tommi Shelby barajando inversiones en Boston.
El tema de las nacionalidades suele estar presente. A diferencia de los narcos latinoamericanos, que en las series emergen del propio suelo, en el cine estadounidense los mafiosos siempre llegan de otra parte… Así, por las venas de los Shelby corre sangre gitana. La madre era una gitana de Gales –y ahí aparecen palabras en los dos argots, el shelta, de la comunidad de los “irlandeses viajeros”, y el romaní, de los gitanos rumanos. En los Blinders se perfila una mafia gitana subalterna que veremos desplegarse -con sus códigos y etiqueta familiar- en la espectacular serie Suburra, que cuenta el “sistema” de esas bandas de la periferia romana asociadas al Vaticano. En italiano existe un verbo genial para describir el acto de organizarse y aunar fuerzas: sistemare…
Más allá del fetiche –intercambio de gorras entre Cillian Murphy y Bowie-, el rockero se dijo tan impresionado por la playlist que pidió que incluyeran un tema suyo (en el episodio 3). La banda sonora se encarga de enmarcar en el presente esa mitología del hampa de entreguerras. Abre con “Red right hand”, la muy literaria balada de Nick Cave & The Bad Seedes, también cantada por P.J. Harvey en clave sombría. La playlist (en Spotify) tiene una adhesión unánime, a diferencia de los muchos acentos británicos con los que se han reproducido regiones geográficas y gradientes sociales. Las cuatro temporadas son un sueño sangriento. Inútil buscar en Birmingham el callejón real de la pandilla: fue rodado en Liverpool, con fondo digitalizado de grúas.