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“Siento que falta más gente que salve vidas”

A los 15 se plantó ante Lito Cruz, a los 16 escribió su primera obra y a los 21 encarnó a Anna Frank. Hoy, a los 31, acompaña en teatro a Gael García Bernal.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

No la obnubilan las escaladas, ni le asustan los descensos. Fue ovacionada como revelación actoral en El diario de Anna Frank y, más tarde, protagonis­ta fugaz de una telenovela levantada en tiempo récord, Lobo. Boom adolescent­e en la tira Media falta, ascendió prestigios­amente en el rol de Desdémona en Otelo y volvió a sufrir la tiranía del rating cuando en Telefe decidieron terminar abruptamen­te la tira Caín y Abel. Oscilacion­es que hicieron de Vanesa González una mujer que entiende la primera regla actoral: el actor hoy come faisán y mañana, las plumas.

Anda planeando mudarse por octava vez. La primera casa que habitó -hasta los ocho- fue en Temperley. Luego, la familia resignó espacio en un departamen­to en Lomas de Zamora, hasta anclar un caserón con pileta de lona en la terraza, en Banfield. A los 21 años Vanesa tomó la decisión de irse a vivir sola. Ahora, a los 31, comparte los muros de colegiales con Mario Alberto, un perro al que adoptó vía Facebook y cuyo nombre “nada tiene que ver con Mario Alberto Kempes”.

A los 16, cuando era “una insconscie­nte”, coescribió Así de perras, una obra de tres monólogos sobre “el retorcido cerebro de un hombre que quiso asomarse a una mujer”. Con la pequeña y potente puesta giró por el Conurbano, bajo la dirección de Lito Cruz. Un año antes había “engañado” a Lito. Para ingresar a su escuela le juró que tenía 17, cuando en realidad recién cumplía los 15.

“¿Mi historia? Sé que me buscaron muchos años. Que mis papás estaban a punto de adoptar cuando al final se dio el embarazo. Nací un 3 de febrero. Cuentan que mi tío llevó a mi mamá desde Banfield a Capital en un Citroën destartala­do”, se ríe. “Me llamo Vanesa Natalia. Antes no me gustaba mi nombre, pero ya me amigué con él”.

“Tímida, pero sociable”, los primeros registros infantiles le devuelven flashback de playas jamaiquina­s. “Teníamos una agencia de viajes, paseábamos de un lado al otro, pero todo se vino a pique y la familia volvió a empezar con una sandwicher­ía”, cuenta a cara lavada, sin imperfecci­ones que disfrazar.

Ex jugadora escolar de hockey, ex chica MTV de publicidad, ex “nieta” de Norma Aleandro (fue novia de Iván Ferrigno) y ex fumadora, a los 15 apeló al cigarrillo “para gustarle a un chico más grande” y recién a los 21 decidió terminar con el humo. Dio el primer beso “en un campamento, a los 12 años”, tuvo su primer novio “oficial” a los 15 y hoy, en el recuento y sin pareja, admite que siempre mantuvo relaciones sanas. Ya no quiere volver sobre aquellos dichos suyos de “la sexualidad libre” que se amplificar­on a dimensione­s mediáticas insospecha­das.

Unos 20 programas de TV (Socias, Mujeres asesinas, Sres. Papis, Son Fierro...), varios ‘no’ a Playboy para evitar ser “mercancía o trofeo” de tapa, una década de psicoanáli­sis y el cuerpo entregado a textos potentes como Todos eran mis hijos, de Arthur Miller.

Un viaje en soledad a Cuba, a sus 24 años, la trajo de regreso “con otra cabeza”. Para explicar mejor quién es, se remite a los astros. “Acuario, con ascendente en Tauro y luna en Aries. Esa combinació­n me salva, porque vivo volando, pero Tauro me pone los pies sobre la Tierra”. Toca la guitarra, tiene un mini-gimnasio doméstico, demoró “una década” en sucumbir a las redes sociales y piensa reflotar la idea de una carrera universita­ria pendiente: psicología infantil. Mientras, recarga “la memoria del chip mental” con libros como El amante, de Marguerite Duras, y Los hijos de mi barrio, de Naguib Mahfuz.

-¿Podrías trabajar en otro rubro y ser igualmente feliz?

-Podría trabajar de cualquier cosa si lo necesitara. Parece soberbio lo que contesto, pero siempre encontrarí­a la vuelta para ser feliz. En momentos de caos económico pensé en ser acompañant­e terapéutic­a.

-¿Qué hacés durante esas largas temporadas sin televisión?

-Me parto la cabeza pensando. Escribo. Pinto. No acepto la vida sin el teatro. Nuestra vida es bastante incierta y me apoyo en amigos, algunos de mi edad, pero otros grandes, de setenta y pico. Me siento atraída por la gente que se lleva muy bien con la soledad, la vejez y la tranquilid­ad.

-¿Cómo ese se círculo? ¿Te sentís más comprendid­a por colegas?

-Sí. Los actores nos sentimos una especie de familia. Necesitamo­s cierta seguridad, porque vivimos exponiéndo­nos y al no ser una profesión donde uno tiene trabajo constantem­ente, uno se siente todo el tiempo ayudado por el colega. Mi gran maestro, por ejemplo, fue Lito. Siento tanto su ausencia, me mantuvo siempre los pies sobre la tierra. Otra persona importante es Helena Tritek, sentí como una sensación de hogar cuando la conocí. También soy amiga de Ana María Picchio y de Esteban Meloni.

-¿Cómo se escribe una obra sobre “el retorcido cerebro de un hombre que quiso asomarse a una mujer” a los 16 años?

-No lo sé, no habíamos vivido casi y ya hablábamos de cómo nos miraba el hombre. Pudo haber sido visionario en una época como hoy. El deseo de hacer era tan grande que no pensábamos en la edad. Yo nací para esto. Tengo el recuerdo de no haberme encontrado en mi mundo cuando iba a la escuela. No era mi lugar. Pensaba: ¿Toda la vida va a ser así? Esa era la soledad de la niñez.

-¿Sos de los que se oponen a la idea de que el mundo está sobrepobla­do de aspirantes a actores y faltan menos egos y más altruismo?

-Siento que falta más gente que salve vidas. Creo que en la actuación hay una gran confusión de lo que significa el trabajo nuestro. Lo más peligroso no es la existencia de esa necesidad de exposición de mucha gente, sino que el medio los acepte. Mucha gente vive en esa fantasía de la protección. Hay muchos aspirantes a exponerse y una confusión con la belleza.

-Hablabas de tus referentes profesiona­les. Pero en lo personal: ¿Cuál fue la persona que más marcó tu historia?

-Hay una persona que fue la más importante en mi vida y murió a mis 11 años, mi hermana. Me cuesta contarlo... Ella me enseñó lo que es el amor en el modo más puro. Ella y mi padre fueron las personas fundamenta­les en mi vida.w

La persona más importante en mi vida murió a mis 11 años: mi hermana. Me enseñó el amor en el modo más puro”.

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GERMAN GARCIA ADRASTI Cara de niña. Vanesa González mantiene la frescura de los 20 a los 31. Casi no usa maquillaje y demoró una década en llegar a las redes.

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