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Simone, la prostituta polaca y una pregunta sin respuesta

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

A ella, que brilló y fue reconocida en su país y en el mundo entero por su inteligenc­ia, su lucidez, su honestidad intelectua­l y su compromiso, lo que le salvó la vida fue la belleza. Al menos, es la única explicació­n que pudo darse para contestar una de las grandes preguntas que su mente no logró resolver: ¿por qué se salvó en Auschwitz? Según narró Rubén Amón en El País en ocasión de la muerte de Simone Veil el año pasado, la abogada y política francesa atribuyó la fortuna de haberlo logrado al hecho de ser mujer. Al parecer, Stenia, una prostituta polaca que se convirtió en cruel guardiana del campo de concentrac­ión al que fueron deportadas Simone y parte de su familia, la considerab­a demasiado hermosa como para morir amontonada en ese matadero. Su piedad alcanzó también a la madre de Simone -que de todos modos sucumbiría allí al tifus- y a su hermana, las únicas sobrevivie­ntes; su padre y su hermano fueron asesinados en otro lugar. “Creo que soy una optimista pero, desde 1945, no albergo ilusio- nes. De esa terrible experienci­a guardé la convicción de que algunos seres humanos son capaces de lo mejor y de lo peor”, diría en una entrevista, mucho después de haber sobrevivid­o al horror. Un horror cuya memoria se propuso mantener viva para que el mundo no olvidara. Y, consecuent­e, nunca borró de su piel el número que los nazis tatuaron en su brazo: 78651.

Nada de eso fue obstáculo para que ella, nacida Simone Annie Jacob el 13 de julio de 1927 en Niza, se convirtier­a en una de las figuras más prominente­s del feminismo y en una de las más acérrimas luchadoras por los derechos y la igualdad de las mujeres. Egresada como bachiller en 1943, antes de su deportació­n, estudió después Derecho y Ciencias Políticas, lo que le permitió conocer a Antoine Veil, quien se convertirí­a en su marido y padre de sus tres hijos. Ministra de Salud, Seguridad Social y Familia entre 1974 y 1979, tuvo una actuación que le valdría la confrontac­ión con amigos y compañeros de partido, y críticas feroces de los sectores más conservado­res, que no vacilaron en compararla­justo a ella- con Hitler. Es que, en 1975, y frente a una Asamblea Nacional masculina casi en su totalidad -9 diputadas frente a 483 diputados-, Veil defendió los fundamento­s de la despenaliz­ación del aborto. “No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300 mil abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que pisotean nuestras leyes y que humillan o traumatiza­n a aquellas que tienen que recurrir a ellos”, planteó entonces. En su autobiogra­fía recordaría: “Frente a un estamento conservado­rel médico- yo ofrecía tres significat­ivos defectos: ser mujer, estar a favor de la interrupci­ón del embarazo y, por último, ser judía”.

La aprobación de esa ley fue uno de sus grandes triunfos en la vida política. Habría más.primera mujer en presidir el Parlamento Europeo, su prédica fue fundamenta­l para llevar adelante el proyecto de la unidad del bloque. “El hecho de haber construido Europa me reconcilió con el siglo XX”, dijo. También le valió el premio Príncipe de Asturias de Cooperació­n Internacio­nal. Ministra de Estado de Asuntos Sociales y Sanidad nuevamente en los ‘90, formó parte del Consejo Constituci­onal de Francia y presidió la Fundación para la Memoria del Holocausto, fiel a su decisión de mantener vivo el recuerdo de los crímenes del nazismo. En 2008 se incorporó a la Academia francesa.

El último de sus blasones le llegó con la muerte, el 30 de junio último, a los 89 años. El presidente Emmanuel Macron anunció que Veil será la quinta mujer en la historia de Francia -la cuarta por méritos propios y no en virtud de su marido- en ingresar al Panteón nacional, donde descansan los restos de las más grandes figuras de Francia, como Marie Curie, Voltaire, Víctor Hugo, Malraux o Alejandro Dumas, entre otros. Una contribuci­ón póstuma, sin proponérse­lo, a la igualdad de género por la que tanto luchó en vida.

Por su lucha a favor de despenaliz­ar el aborto a ella, sobrevivie­nte de Auschwitz, la compararon con Hitler.

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