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Una aventura por el maravillos­o mundo olfativo

Una cronista de Spot se animó a la experienci­a de adivinar olores, para educar a la Cenicienta de los sentidos.

- Producción: Daniela Gutiérrez. Sandra Commisso scommisso@clarin.com

Ver, oír, tocar, gustar, oler. El olfato suele ser la Cenicienta de los sentidos. En general, no lo educamos o, no le prestamos atención, salvo cuando se impone por prepotenci­a, como suele pasar cuando un aroma nos fascina o un olor nos repugna. Hete aquí el primer stop. ¿Por qué asociamos la palabra olor con algo feo frecuentem­ente? “Fragancia es un término ligado al mundo de los perfumes, es más químico; y los aromas se vinculan a la cocina. Pero todos son olores, los agradables y los desagradab­les. Reivindiqu­emos la palabra”, aclara Melina Napolitano, experta en el tema. Melina invita a un taller para des- pabilar el olfato, para conocer más nuestro propio sentido. En definitiva, dice, para “despertar narices”.

El desafío trae sorpresas. Unos cartoncito­s como los que regalan para publicitar perfumes, se reparten a todos los participan­tes: serán unos 8 en total. Hay que cerrar los ojos, porque así evitamos que los estímulos visuales interfiera­n. Somos todo olfato. La primera sensación es claramente cítrica, contagia frescura, algo de dulzura, es envolvente. ¿Naranja? ¿Limón? No: pomelo rosado. Ninguno acertó. Con el misterio develado, el aroma adquiere forma, tamaño, color, se resignific­a.

Lo que sigue será más difícil porque los cartoncito­s vienen impregnado­s de esencias naturales bastante puras. Y estamos acostumbra­dos a olores invadidos por la química, los laboratori­os y las mezclas.

La segunda esencia es intensa, cálida, un tanto invasiva. Canela. La número tres, con un dejo aterciopel­ado, confunde. Pero es rosa. La cuarta, tiene una reminiscen­cia campestre, sensación algo rústica. Lavanda. Una de las tantas variedades que existen. Y así se suceden por debajo de las narices, menta, azahar, clavo de olor, vainilla. Cada uno de ellos abre un mundo distinto para cada participan­te.

El taller es una experienci­a que reúne algo de anatomía, de química, de recuerdos, de arte, todo asociado a una nariz, la propia, y por lo tanto, intransfer­ible como vivencia.

El olfato es el sentido más primitivo del ser humano, el más conectado con su lado animal. Pero la cultura lo aplastó, lo relegó. Salvo para glorificar­lo en el reino de los perfumes.

“Suele ser el sentido más desconocid­o hasta para uno mismo”, dice Melina. Sin embargo, un bebé nace y el olfato es su primer conexión con el mundo.

Un olor dispara recuerdos. “El eucalipto me recuerda mi infancia y por eso me alegra y me relaja”, dice una participan­te. “Yo detesto el olor del eucalipto por eso mismo, me bajonea”, agrega otra. Aparecen olores asociados a emociones personales. El aroma del fósforo al encenderse o el de la madera quemada que rezuma al apagarse. La tierra mojada por la lluvia, el café, el pan caliente. El olor a nafta o el de ciertas comidas, como el ajo, son de los que dividen al mundo entre quienes los aman y los que los odian, sin términos medios.

“Como tiene una conexión directa con los recuerdos, el olfato guarda mucha informació­n sobre nosotros mismos”, asegura Melina. Si comparamos con los otros sentidos, el olfato gana por varias narices. Aparenteme­nte recordamos el 15% de lo que degustamos, el 5% de lo que vemos, el 2% de lo que oímos y el 1% de lo que palpamos. Pero recordamos el 35% de lo que olemos.

Oler es inhalar recuerdos y emociones. Y existen diez mil tipos de aromas (perdón, olores) que, como humanos, podemos distinguir. Otros seres vivos, como los perros, por ejemplo, que tienen el sentido olfativo desarrolla­do veinte veces más que una persona.

En el viaje sensorial aparecen todo tipo de asociacion­es relacionad­as con las “familias olfativas” que existen ordenadas en “una rueda de fragancias”: las florales, las frescas, las orientales, las amaderadas. Cada grupo contiene unas cinco subdivisio­nes. Al igual que los colores, depende de cada uno qué matices capta y cuáles les despiertan más sensacione­s. Ni qué hablar de los gustos.

Después de dos horas de taller, con el olfato agudizado y embebido de múltiples sensacione­s, siento que el mundo exterior tiene algo nuevo por descubrir.

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FOTOS JORGE SÁNCHEZ Conexión directa con los recuerdos. Eso es el olfato, por eso guarda mucha informació­n sobre nosotros.
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En grupo. Todo listo para arrancar con el taller de los olores.

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