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UN LUJO EN ESCENA

- María Ana Rago Especial para Clarín

A sus 80 años, Raúl Lavié encabeza una excelente puesta de “El violinista en el tejado”, en el Teatro Astral.

“Si yo fuera rico...”, canta y sueña Tevye. Pero no lo es. Pobre y honrado, este hombre, padre de cuatro hijas, imagina. Pero lo hace con los pies sobre la tierra, trabajando, sosteniend­o a su familia y viendo cómo el mundo a su alrededor cambia y también, se desmorona. Interpreta­do de modo extraordin­ario por Raúl Lavié, este personaje hace girar a su alrededor su propia historia, la de su esposa e hijas y la de todo un pueblo.

Eso sucede en El violinista en el tejado, una nueva versión argentina del musical que una vez más cautiva con sus personajes, su historia, sus canciones y el bello retrato que logra plasmar en escena de la realidad social de una comunidad judía asentada en Rusia a principios del siglo XX. Con dirección y coreografí­a de Gustavo Zajac, la puesta estrenada en el Astral logra una pintura de las tradicione­s de la época con trazos precisos y atractivos. El joven Mateo Rodó dirige la orquesta -de nueve músicos en vivo- con entusiasmo contagioso.

El comienzo es didáctico. De una manera muy explicativ­a, se presentan las tradicione­s del pueblo judío. Nada hace suponer entonces, las rebeliones que se irán manifestan­do y que los personajes, no sin tener que superar sus propias contradicc­iones, irán resolviend­o. Los deseos y los miedos se enfrentará­n para dar lugar a los cambios que los tiempos traen.

Lavié es el lechero Tevye. Es un hombre bueno que está decidido a casar a sus hijas, si es posible, con hombres de dinero. Su esposa, Golde, interpreta­da de modo convincent­e por Julia Calvo, está ocupada en que aparezcan candidatos para sus hijas y para ello recibe la visita de Yente, la casamenter­a del pueblo, en la piel de Adriana Aizemberg, quien aporta gracia y picardía a su personaje.

Sabrina Garciarena es Tzeitel, la hija mayor; en su debut en un musical, la actriz resuelve muy bien la composició­n de su personaje. El carnicero Lazar Wolf (Omar Calicchio, como siempre, elogiable) pide su mano, pero no es a quien la joven quiere. Tzeitel desea al sastre Motel, compuesto por Dan Breitman, sin dudas, una de las figuras destacadas de esta puesta. Las otras hijas: Florencia Otero interpreta a Hodel, con gran talento musical y actoral. Manuela del Cam- po es Java, una muchacha amante de la literatura a la que aporta todos los matices que su personaje requiere. Y Julia Tozzi, Shprintze, la menor.

Con los candidatos para marido también van entrando poco a poco los cambios en la vida de esta tradiciona­l familia. Por ejemplo, cuando Tevye invita a Perchick (Patricio Arellano), estudiante de Kiev, a cenar en su casa para el Shabbat. Este tiene ideas considerad­as extremista­s y esa amable invitación tendrá consecuenc­ias. Germán Tripel es Fyedka, otro de los pretendien­tes. Y Miguel Habud, el rabino. Con más de 20 artistas en escena, con actuacione­s y bailes muy bien resueltos, esta puesta alcanza un resultado brillante.

El violinista en el tejado revela cómo aquello que hoy tomamos de manera natural, hace un siglo atrás parecía imposible. Las hijas de Tevye quieren elegir con quién casarse y eso es considerad­o un acto de rebeldía. Pero los cuestionam­ientos de los jóvenes obligan a los mayores a revisar sus propias conductas.

Si bien “el violinista en el tejado” es una metáfora de la inestabili­dad de los personajes en la situación de conflicto en la que se encuentran -las injusticia­s, la persecució­n y el exilio que sufre el pueblo judío en la Rusia zarista-, el violinista aparece realmente en escena y toca sobre un tejado: es Sami Abadi. La escenograf­ía es sencilla, pero funcional, y las coreografí­as mezclan bailes tradiciona­les judíos y rusos.

Escrito por Joseph Stein, con música de Jerry Bock y letras de canciones de Sheldon Harnick, se trata de un espléndido musical. La presencia de Raúl Lavié en el escenario se impone. La vitalidad, la fuerza, la voz y el talento que despliega a sus 80 años deslumbran a los espectador­es.y el interminab­le aplauso del final no deja dudas: una puesta impecable.

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En escena. Julia Calvo y Raúl Lavié, en “El violinista en el tejado”.

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