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La sudafrican­a que cambió la medicina por el fado

De padres angoleños, se acercó al género de modo amateur y hoy es una de sus voces más representa­tivas.

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fado curó mi alma, me ha hecho conocer mejor la mujer que soy, me hizo comprender que las emociones tan fuertes e intensas que tenía por dentro y que creí que nadie podía comprender son las que todos tenemos. El fado me hizo comprender­me y comprender a la humanidad”, dice la cantante Kátia Guerreiro, una de las voces más frescas del género, que mañana a las 20 cierra en el CCK la quinta edición del Festival de Fado de Buenos Aires.

Su historia señala que durante años tuvo una vocación compartida entre la medicina y la música. “Mi deseo era terminar mi carrera de doctora y cantar por la noche con mis amigos. Y hasta no hace mucho tiempo seguía teniendo esa vida”, cuenta la artista, que ya editó nueve discos.

Guerreiro nació en 1976, en Vanderbijl­park, en Sudáfrica. Sus padres debieron escapar de la guerra civil que se desencaden­ó en ese país en 1975, creció en las Islas Azores, y siguió sus estudios en Lisboa, Portugal, cuna del género que hoy cultiva.

“Desde muy pequeña me gustó el fado, y siempre canté de manera intuitiva. Recuerdo que escuchaba alguna canción de Amalia Rodrigues y me detenía a escucharla. Amo su voz, su forma de sentir la letra”, dice.

“Una noche, durante el Festival de Fado de Lisboa, en 2000, con mis amigos visitamos Embucado, una casa de fado, en ‘La noche de la guitarra portuguesa’. La dueña, que me cono“el cía, me pidió que cantara. En esos locales, cada cantante amateur hace tres canciones y se baja. Yo hice las mías, y cuando bajaba un hombre me pidió que cantara otra. Ese señor, que me pidió que siguiese, resultó ser el guitarrist­a Joao Veiga, que dieciocho años después estará en el escenario del CCK conmigo”, dice Guerreiro.

“Después del encuentro en Embucado continúe con mi vida, que era terminar mi carrera, mientras que Veiga me proponía actuacione­s. Pero se empezó a hablar de mí, aunque nadie me conocía”, recuerda.

Y sigue: “El día que di mi último examen de Medicina, me llamaron por teléfono para invitarme a participar de un homenaje a Amalia, en el Coliseo, en Lisboa. Canté dos fados con el teatro lleno, con toda la prensa y la televisión, y al otro día los diarios hablaron muy bien de mí. -¡Te habrá encantado!

-No. La verdad es que tanta exposición me disgustó porque no quería tener una carrera artística; quería ser médica. Tres meses después estaba grabando mi primer disco (Risas). -¿Cuándo decidiste dejar definitiva­mente la medicina?

-No hace tanto. En 2012 nació mi hija. Su llegada me hizo replantear muchos aspectos de mi vida, especialme­nte qué hacer con el tiempo. Sentía que ser madre, médica y cantante no iba a resultar. Y me decidí por ser madre y cantante. -Sos de una generación que relacionab­a el fado y algunos de sus intérprete­s con la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar (que ejerció el poder entre 1926-1968). ¿Cómo viviste esta situación? -El fado no tiene ideología. Me acercó su emocionali­dad; las emociones que transmitía Amalia, su voz, llenaban mi corazón. Durante la dictadura, la gente creía que Amalia estaba muy cerca de Salazar, que la apoyaba. Pero cuando terminó ese período, se supo que Amalia había ayudado a mucha gente de la izquierda a escapar del país. Fue una sorpresa. Los comunistas dicen hoy que Amalia era una gran amiga del partido. Siempre hay una gran necesidad de acercar a los grandes a uno mismo.

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DIEGO WALDMANN El broche de oro. Kátia cierra mañana el festival, a las 20 en el CCK.

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