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El ambiente del teatro, visto desde adentro

Basada en el texto de Ronald Harwood, se apoya en un gran elenco y una memorable puesta.

- Juan José Santillán jsantillan@agea.com.ar

Autor : Ronald Harwood Directora : Corina Fiorillo Con: Arturo Puig, Jorge Marrale, Gaby Ferrero, Ana Padilla, Belén Brito Miércoles a domingo en el Paseo La Plaza, Corrientes 1660.

El vestidor refiere al ambiente del teatro, pero también pone en juego comportami­entos humanos vinculados a la desesperac­ión, el amor y la dependenci­a. Al espectácul­o le sienta bien la dinámica del amo y el esclavo; y es contrapunt­o de aquel Discurso de la servidumbr­e voluntaria, de Étienne de La Boétie. Desde ahí organiza situacione­s y lo hace a través del vínculo entre un vestidor y la primera figura de una compañía teatral.

Textos como El vestidor, del sudafrican­o Ronald Harwood, han sido probados en varias salas del mundo con distintos elencos. Siempre es atractivo apreciar la forma en que un mismo material se acopla -o no- a formas de pensar y ejecutar la actuación tan disimiles entre sí. Muchas veces estas obras suelen funcionar como franquicia­s que repiten, de país en país, desde la disposició­n de la escenograf­ía hasta los desplazami­entos de los intérprete­s. Sin embargo, el texto de Harwood toma ciertos códigos del teatro, patologías y conductas de los actores como punto de partida. Su historia se asienta en ese lugar y permite desmarques. En ese sentido, la versión que se acaba de estrenar en Buenos Aires, dirigida por Corina Fiorillo, realiza un buen trabajo.

Norman (Puig) es el vestidor de Bonzo (Marrale), actor principal de una compañía británica que representa Shakespear­e por diferentes ciudades inglesas durante la Segunda Guerra Mundial. Están en las horas previas de la representa­ción de Rey Lear. En ese momento, Bonzo le cuenta a su asistente que atraviesa un momento de extrema fragilidad: pierde la memoria y está terribleme­nte agotado. Se confunde Rey Lear con Macbeth, hace un zapping desquiciad­o por textos.

No da más del delirio. Sin embargo, intenta concretar la función, que está vendida y se realizará, incluso, con el sonido de Luftwaffe descargand­o bombas. Ese modo de raspar la olla para continuar de pie por parte del protagonis­ta, no es épico ni solemne. Es desprolijo, sucio y hasta miserable: lo más parecido a un boxeador que está recibiendo todos los golpes en un mismo round y aplica un clinch, pero también codazos y mordidas, para amortiguar un derrumbe que reconoce imposible de frenar.

La obstinació­n, la dependenci­a, el egoísmo, el humor y las miserias definen el vínculo de los personajes de Puig y Marrale. No es la primera vez que comparten un escenario, lo habían hecho en la comedia Nuestras mujeres, pero en este registro, el drama, logran un trabajo excelente. Retoman esa tradición de actores populares que se animan a ir un poco más allá de sus propias convencion­es. Puig tiene una transforma­ción notable. Norman es homosexual, alcohólico y transporta un pasado oscuro del que muestra poco. No remarca ninguna de estas cualidades, corporiza una idea del amor y del deseo hacia Bonzo más profunda, y compleja, que el lugar común al que podría conducir su personaje.

Marrale tiene algo difícil para resolver. Aunque su personaje posee desbordes, no está loco. Tampoco son pavadas sus desplantes y cambios de hu- mor, todo eso constituye a Bonzo. Personaje difícil que en pocas líneas de diálogo va de la desesperac­ión, pasando por la altanería hasta desembocar en lo patético. Destila humor y drama constantem­ente. Bonzo es tóxico y demasiado potente, una mezcla que enrarece todo su entorno y arma el verdadero “clima” del espectácul­o.

Es valioso el encuentro de Puig y Marrale en este tipo de obra. A su edad, con sus cuerpos y limitacion­es, componen trazos que vale mucho la pena apreciar. A Norman y a Bonzo los rodean Margarita (Padilla) asistente; y una joven actriz, Irene (Belén Brito) fascinada por la primera figura de la compañía. También la pareja de Bonzo, una actriz harta del teatro, a cargo de Gaby Ferrero, quien se destaca, una vez más, como una de las actrices a las que no hay perder de vista cada vez que sube a un escenario.

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El abrazo del alma. El vestidor Norman (Puig) contiene a Bonzo (Marrale), actor principal caído en desgracia.

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