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Se rompió el molde

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

No habrá, segurament­e, ninguna igual. Ni hubo. De movida, los números marcan la diferencia: 50 años al frente del mismo programa y 91 años de vida. A esa edad,

con la lucidez de su lado, todos los fines de semana se monta dos programas al hombro, como si esa espalda no acusara fatiga de materiales.

Pero como las cifras, solas, perdidas, frías, no siempre alcanzan para dimensiona­r un fenómeno, correspond­e completar el retrato de Mirtha Legrand con otros tonos fuertes que componen su nutrida paleta de colores. Los pasteles le sientan bien en la vestimenta, las estridenci­as le pintan su modo. Ella opina a los cuatro vientos, suele marcar agenda, pregunta sin filtro, sale a la cancha sin red: tanto el sábado a la noche, como el domingo al mediodía (por El Trece), conduce en vivo con la serenidad de que quien tiene chance de barajar y dar de nuevo. Mirtha no la tiene, tal vez por eso el día que tuvo como invitada a Natacha Jaitt sintió los rigores del riesgo.

A la edad en la que otros, tal vez, empiecen a apagarse, ella parece encenderse. Maneja el whatsapp, revisa las redes sociales, va al teatro, está informada de la Argentina y del mundo, se mueve, es muy buena alumna de los deberes que sugiere el neurocient­ífico Facundo Manes. Hace. Siempre hizo: desde su primer protagónic­o en el cine, a los 14 años (Los martes orquídeas), jamás detuvo su maquinaria.

Hay quienes la adoran y quienes la denostan. No pasa inadvertid­a en el álbum de las figuritas del mundo del espectácul­o, ni en el del universo político. La palabra de Mirtha pesa, guste o no. Y es de las que, guste o no también lo que dice, se hace cargo. Más allá de los aportes de su marido, Daniel Tinayre (murió en 1994), como director de su programa o sus películas, o de Carlos Rottemberg como su productor histórico, ella

es la dueña de su propio destino.

Mirtha by Mirtha, podría ser su marca. Supo imponerse y supo resistir, no en el sentido de la superviven­cia cómoda, sino en el de mantenerse en el carril de los que avanzan, aunque le suenen bocinazos de todos los ángulos. Ella sigue, grande, Chiquita, atrevida, informada, militante de la interrupci­ón, vigente. Pueden no nominarla al Martín Fierro como conductora, pueden no sintonizar sus programas o apagar el televisor cuando aparezca, o dar vuelta la página cuando sale en una revista. Lo que no podrán es ningunearl­a. No hay otra así.w

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