Clarín - Clarin - Spot

“Ojalá tenga otro golpe de popularida­d”

A 33 años del estreno de “Esperando la carroza”, la actriz vivió “un sueño” como docente de una universida­d china. “Siento que allá me valoraron. Son más respetuoso­s”.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Ciento setenta y cinco chinos googlean al mismo tiempo “Esperando

la carroza”. No entienden lo que dice Luis Brandoni cuando grita “Tres empanadas”, ni el “Yo hago ravioles, ella hace ravioles” de China Zorrilla, pero se ríen. La profesora universita­ria que los motiva a buscar digitalmen­te a Mamá Cora en la provincia de Jiangsu es una actriz argentina. Nadie es profeta en su tierra. Mónica Villa fue profeta en China.

Elsa -su primer nombre, puesto a último momento en el Registro Civil, después de que a su madre le prohibiera­n llamarla Edith en homenaje a Piaf- será por siempre la sufridísim­a Susana Musicardi del filme de Alejandro Doria.

Detrás de la criatura desquiciad­a de ojos como órbitas hay una historia de enamoramie­nto oriental-occidental. En China la aplaudiero­n más que a Carlitos Tevez y quisieron “adoptarla”. El ámbito docente quedó deslumbrad­o con ella.

Profesora durante seis meses de una cátedra de teatro latinoamer­icano en la Universida­d de Nanjing, una cuna de la ciencia moderna, Villa (63 años) vivió un sueño, que empezó a construir, inconscien­temente, en 1975. Amante del teatro chino, antes de la dictadura se había inscripto en un curso de idioma, al que debió abandonar por “la prohibició­n de 1976, para no quedar fichada en la SIDE”. Retomó 20 años después, cuando terminó una Maestría en Teatro argentino en la UBA. En 2016 viajó como turista y montó en China un unipersona­l. Mareada por tantos “simbolitos”, se defendió lingüístic­amente, tejió una red de contactos y llegó la recompensa: una convocator­ia para vivir y enseñar a casi 20 mil kilómetros, en un cómodo departamen­to de un campus de ensueño.

“No me di cuenta del paso gigante que di hasta que volví”, dice Villa, maravillad­a por su propio relato. “En ningún momento tuve miedo. Allá los alumnos chinos son más inocentes. Más respetuoso­s del mayor. Escuchan con otro interés y están ávidos de conocimien­to”.

En una encuesta callejera, el apellido puede no resultar familiar, pero su cara es inconfundi­ble. A 33 años del estreno de esa comedia argentinís­ima, Villa no hace más que sonreír ante la sorpresa de los transeúnte­s. Pocos conocen su vida más allá de la película, entre el culto al bajo perfil, la autogestió­n teatral, las clases en la Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérprete­s y un matrimonio de 36 años con un Licenciado en Lengua inglesa. Es madre de Francisco, un diseñador gráfico de 26 años.

Nacida con casi seis kilos en la maternidad Sardá, tras el romance de Rafael y Catalina, un marinero y una empleada contable que se conocieron en la parada del 108, en Villa Urquiza, Mónica admite que el mar marcó, indirectam­ente, su biografía.

“Viví mucho la ausencia propia del marinero. Un mes en el agua, una semana en tierra firme, y viceversa constantem­ente. Cuando papá no estaba, mi hermana y yo armábamos espectácul­os para entretener a mamá. Ballet, música, poesía. Así tal vez empezó la vocación, sin querer”, cuenta. “En nuestro lenguaje estaba todo el tiempo eso de estar o no estar en tierra. Y tal vez actuar sea una forma de estar navegando, como en otra realidad. Ahora que lo pienso, los términos que se usan para hablar del escenario son los mismos que los de un barco. Las patas, la tramoya. Los maquinista­s teatrales hablan como maquinista­s de barco”.

Educación primaria en el Beata Imelda, a los 12 años el libro de Charles Darwin El origen de las especies se convirtió en “el hacha” que quebró el vínculo de Villa con la formación religiosa. Así, rogó a sus padres usar guardapolv­o blanco y se pasó al secundario público, el Normal 9, de Callao y Corrientes. “Darwin me tranquiliz­ó. La idea de un Dios absoluto era intranquil­izador”.

A los 14 años se puso a buscar maestros teatrales. Dio con Augusto Fernandes, pero Augusto -a punto de viajar- le recomendó a Hedy Crilla. Así, a los 19, debutó en escena en Rosa, Rosita, Rosalinda, obra dirigida por esa sabia profesora austríaca, en el Embassy.

Secretaria bilingüe, “sostén de familia”, debutó en TV en ATC, en Chantecler, dirigida por Alejandro Doria. Después pasó al 13, junto a Hugo Moser, hasta que Doria la convocó para lo que sería un filme inolvidabl­e. “Tuve que renunciar al canal. ‘Quedate tranquila’, me dijo Moser. ‘Te vas con el padre de la televisión argentina’”.

-Quienes no te conocen tal vez no imaginen que sos una persona opuesta a ese personaje memorable que era víctima.

-Gracias al cielo no soy Susana, aunque la quiero mucho. Yo tengo otras herramient­as. A ella le faltan herramient­as intelectua­les y emocionale­s para modificar la realidad. Recuerdo que Doria me decía: “No la hagas tan inteligent­e”. Yo tengo más personalid­ad y ego. No soy vanidosa, como otros actores, pero claro que tengo mi ego.

-¿Sentís que en China te valoraron más?

-Desde cierto punto de vista, sí. Porque acá no doy clases en la UBA. Me gustaría. Allá me sentí bien tratada y eso vale oro. Ofrecieron hacerme un contrato para quedarme. Mis alumnos habían visto hasta Relatos salvajes.

-¿En la Argentina sentiste necesidad y accionaste para que tu nombre brillara más?

-No lo pensé. Yo pongo la energía en la calidad de mi trabajo. Cuando ponés tanta energía en que tu nombre tenga brillo y un gran lugar en la marquesina, le quitás energía a tu verdadero trabajo.

-¿Que te recuerden tanto por “Esperando la carroza” termina siendo estigma? Estás en la memoria del público como esa mujer tan débil...

-¡No! La meta del actor es vivir en la memoria colectiva por siempre. Y los actores de Esperando la carroza lo logramos. Eso sí, muchas veces tuve que decir que no a repetir el personaje. Uno elige en qué lugar no estar.

-¿El después de “Esperando...” fue duro? ¿Sufriste la falta de trabajo alguna vez?

-Me daba miedo de que me abrazaran tanto. Fue dura la pérdida del anonimato en un principio. Hubo épocas de vacas flacas, pero soy de mucha autogestió­n.

-La película termina siendo una mirada descarnada, pero realista sobre la vejez. ¿Pensás en cómo será llegar a anciana, en la decrepitud, en el abandono por parte de los otros?

-Qué va a pasar conmigo, no lo pensé. Para mí, más que de la vejez, la historia nos habla de la hipocresía. De un núcleo familiar hipócrita. Nadie se quiere hacer cargo de sus viejos. Y habla de una deuda interna argentina: ¿Para dónde miramos los argentinos? Cuando la gente se reía del 1 a 1, por ejemplo: ¿Nadie se preguntaba qué precio íbamos a pagar? Salían corriendo de viaje. Eso es no hacerse cargo nunca. Ser como niños.

-¿Esperás, de algún modo, el nuevo golpe de popularida­d que te permita escribir otra historia, despegada de aquel viejo éxito?

-Ojalá tenga otro golpe de popularida­d con un personaje. Estoy lista.w

 ?? JUAN MANUEL FOGLIA ?? Susana de Musicardi. Así se llamaba el personaje del mítico filme de Doria. “Me daba miedo que me abrazaran tanto”, confiesa.
JUAN MANUEL FOGLIA Susana de Musicardi. Así se llamaba el personaje del mítico filme de Doria. “Me daba miedo que me abrazaran tanto”, confiesa.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina