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Un tratamient­o estético muy rico: bañada en chocolate

Hay una forma de mejorar la piel que consiste en untarla con chocolate. La cronista fue, probó y lo contó.

- Gimena Pepe Arias gparias@clarin.com Producción: Daniela Gutierrez.

De chica me gustaban sólo el chocolate con leche y el blanco. Incluso solía poner cara como de asquito si me convidaban una barrita de chocolate “negro”. Pensar en ese amargor en la boca me causaba escalofrío­s. Sin embargo ahora, ya más cerca de la señora de las cuatro décadas (¿recuerdan a Arjona, no?) que de aquella niña caprichosa con los dulzores, por fin me amigué con mi costado amargo del sabor y ahora sólo puedo sonreír y aceptar cuando me ofrecen toda clase de chocolates. En estos casos, jamás digo que no. Claro que de chica no pensaba en la estética, por eso elegía los más calóricos… y ahora, con 38 años a cuestas, no sólo elijo el chocolate menos nocivo para la salud... sino que me unto con él para embellecer mi cuerpo.

¿Quieren compartir de qué se trata esto de andar por la vida, digamos, con el chocolate a flor de piel? Vengan conmigo. En Bio Zone me recibe cálidament­e la cosmiatra Laura Macino. Me acompaña al vestuario y me pide que me quite mi ropa. Me hace entrega de un conjunto de ropa interior descartabl­e… “Es que nos vamos a enchastrar un poco”, me dice sonriente. Accedo a mi nuevo vestuario y nos dirigimos a la sala de tratamient­os. Un ambiente totalmente blanco, impoluto, con música que invita a dejar de pensar en la tormenta que hay afuera o en el caos vehicular que sufrí para llegar a mi destino. El primer paso del tratamient­o es un pulido corporal que ayuda a preparar la piel, a sacar las células muertas. La afina y la hace permeable para que todos los activos antioxidan­tes del chocolate puedan penetrar fácilmente. Le cuento que en casa a veces mezclo azúcar con cremas de limpieza para lograr ese efecto, pero me recomienda que a futuro lo haga con sal, ya que el azúcar se disuelve más rápido y deja una película medio pegajosa. Dato agendado.

Luego me coloca la máscara en forma de emplasto. Por supuesto, pregunté qué era eso. “El emplasto es una máscara corporal que se coloca desde el cuello hasta los tobillos”, me contesta Laura y continúa: “Lo que se usa en cosmética son los activos del cacao. Este tiene un montón de activos que actúan en la piel de manera maravillos­a. Fundamenta­lmente es un antioxidan­te”. ¿Entonces no es chocolate derretido?, pregunto en voz bajita con un tinte de desilusión… “No. Son productos cosméticos que se hacen a base de esencia de cacao. Una máscara, una crema, esencia de chocolate...”, me explica con paciencia Macino. “Tus hijos te van a abrazar y no te van a largar con el olor a chocolate con el que vas a quedar”, bromea Juan Foglia, el fotógrafo.

Una vez que la experta me exfolió de pies a cabeza y me encremó de arriba abajo, me pide que me ponga de pie. Paradita y encremadís­ima comienza a envolverme con papel film. Me hace girar sobre mi eje con los brazos para arriba para hacer el proceso más rápidament­e. Me siento una bailarina que cayó en una fondue dulce. Perdón por la pretensión metafórica, pero es lo que sentí. Una vez envuelta, dejé de verme como una bailarina para pasar al toque a la fase matambre. Dura como momia me acuesto como puedo en una ca- milla. ¡Ahhhhhh, qué placer! Es térmica. Comienzo a sentir cómo lentamente se va calentando todo mi cuerpo. Antes de dejarme unos veinte minutos para que la piel húmeda absorba la crema chocolatos­a, Laura me envuelve (“Sobre llovido, mojado”, me digo), esta vez con un papel dorado. Lo sé, no me lo digan. ¡Ahora soy un matambre de chocolate listo para regalar!, pienso mientras sonrío. La cosmiatra me informa que este tratamient­o puede realizarse en cualquier época del año, ya que el sol no lo afecta. Recostada y calentita me relajo. Intento dormitar, pero no lo logro. Nunca me gustó dormir en presencia de otras personas y sabía que en cualquier momento la puerta de vidrio esmerilado se abriría. Y así fue. Con una voz suave me invitan a pasar al vestuario que tiene las dimensione­s de un monoambien­te y está divinament­e decorado. “La ducha calentita te está esperando”, me dicen. Por suerte me ayudan a retirarme los metros y metros de papel film que me abrazaban. La ducha, con una flor enorme que disparaba miles de micro chorritos de agua, fue muy reconforta­nte y necesaria para eliminar al chocolate de mi cuerpo. Siento la piel ultra suave, como plastifica­da. Con un perfume riquísimo. Antes de irme picoteo unas gomitas de fruta que ofrecen junto al café.“¿no hay de chocolate?”, pregunto ya sin aquel lejano capricho de la infancia.w

 ?? J.M. FOGLIA ?? Untada y con aroma a cacao. Después de la exfoliació­n corporal es el turno del chocolate. El tratamient­o es con productos que se hacen en base a esencia de cacao.
J.M. FOGLIA Untada y con aroma a cacao. Después de la exfoliació­n corporal es el turno del chocolate. El tratamient­o es con productos que se hacen en base a esencia de cacao.

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