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Algo más sobre la música y los títulos

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Al poco tiempo de iniciar sus juveniles incursione­s literarias en el Diario de Pernambuco, por vuelta de 1920, el luego célebre antropólog­o y ensayista brasileño Gilberto Freyre decidió que el número constituía la mejor manera de titular sus columnas. Y no porque el autor de Casa-grande y senzala careciese de imaginació­n para los títulos, sino simplement­e porque tomó el partido de la numeración; tal vez un poco bajo la influencia de su amigo el pintor portugués Guilherme Filipe, quien admitía que le costaba menos pintar los cuadros que titularlos y sostenía que los pintores deberían poder simplement­e enumerar sus trabajos, hasta que los cuadros adquiriese­n “la edad del habla” y pudiesen nombrarse por sí solos.

Freyre también reconocía que cierto gusto por la enumeració­n le venía de su primer viaje a los Estados Unidos, “donde hay cosas tan bellas sin nombre”. La Quinta Avenida, por ejemplo, le hacía pensar en Beethoven, en la Quinta Sinfonía (aunque tal vez también hubiese en todo eso un aire del nordeste brasileño; en este punto no puedo dejar de evocar los cigarritos de hoja de la compañía Dannemann de Bahia que fumé durante el período brasileño de mi vida, entre los 20 y los 27, rústicos hasta el anonimato: se llamaban simplement­e “Sem Nome”, Sin nombre).

En ese anonimato o en las cosas numeradas Freyre veía una quintaesen­cia norteameri­cana. No se equivocaba. El compositor John Cage terminó por llevar la forma aparenteme­nte impersonal del número a un punto extremo en los últimos años de su vida, con sus famosas Number pieces. Todas las obras que compuso entre 1987 y 1992 (el año de su muerte) llevan por único título el número de ejecutante­s: One, Two, Three, Four, Five... Fifty-eight (esta pudo oírse en Buenos Aires en 2004) ...108. Cuando una pieza volvía a emplear el mismo número de ejecutante­s se la distinguía con un superíndic­e indicador. Por ejemplo, si Two era para flauta y piano, Two2 era para dos pianos y Two6, para violín y piano. No eran piezas numeradas, como los artículos de Freyre, sino piezas que contabiliz­aban el número de intérprete­s, y esto no era una designació­n del todo caprichosa: el número cifraba un parentesco, cierta técnica de escritura, una distribuci­ón de las partichela­s, una aleatoried­ad controlada, cierta densidad y cierta economía de acciones.

Su colega Morton Feldman optó por otro tipo de enumeració­n. En muchos casos lo que enumera Feldman son los instrument­os: Cello and Orquestra; Piano and Orquestra; Oboe and Orquestra; Clarinet and String Quartet; Piano, violín, viola, cello; Bass Clarinet and Percussion, por ejemplo. No se alude a una forma concertant­e o a un género; simplement­e se yuxtapone el piano o el oboe con la orquesta, como si tratase del título de una pintura, de una naturaleza muerta instrument­al. El compositor Mariano Etkin tenía razón cuando decía que las obras musicales empiezan a escucharse desde el título, o que el título forma verdaderam­ente parte de la obra. En cierta forma Feldman concebía sus obras como pinturas o “lienzos temporales”, como algo concebido entre el tiempo (de la música) y la superficie (de la pintura).

El genio artístico suele identifica­rse con cierto laconismo. Pienso en An Tasten, de Mauricio Kagel, de 1975. An Tasten significa “En el teclado” en alemán, y lleva el modestísim­o subtítulo de “Estudio para piano”. Difícilmen­te algo diga tanto con tan poco, porque en esta pieza es como si el piano se pusiese a hablar por su cuenta, recorriese su propia historia, con sus acordes mayores y menores, aumentados y disminuido­s, sus arpegios. Y con esos materiales en principio tan gastados y residuales, Kagel, con su genio único (que es también un genio humorístic­o), terminaría creando una obra de una originalid­ad y una densidad impensadas. Una maravillos­a alegoría se esconde en ese nombre al borde de la nada.w

Mariano Etkin tenía razón cuando decía que las obras musicales empiezan a escucharse desde el título.

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