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“No me doy el permiso de caer”

Protagonis­ta del boom “Soy Luna”, por Disney Channel, admite: “Sueño con gritos”. La mexicana, de 18 años, cuenta por primera vez una emotiva parte de su biografía.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Diez minutos con Karol Sevilla bastan para desplomar el imaginario de la perfección y el glamour de la vida Disney. Aunque la serie que ella protagoniz­a y llegó a más de 130 países la llevan a facturar en dólares, pesos argentinos y euros, confiesa que su padre continúa trabajando como plomero a domicilio. Instalada desde hace cuatro años en Buenos Aires, la mexicana jamás reveló lo que esa sonrisa hasta la sien tan bien disimula. Cuando emigró en pos del sueño televisivo mundial, dejó en el Distrito Federal a parte de su familia, entre ellos a Angelo, un hermano con parálisis cerebral. “No me doy

el permiso de caer”, regala con la seguridad de una adulta. “Las princesas nunca arrojan la corona”.

Más que de porcelana, su piel es como un filtro anti-age de Instagram. Lógico: tiene 18 años y sólo se marcan sus líneas de expresión cuando sonríe, algo que ocurre cada treinta segundos. Su vocecita -que fue doblada al hebreo, al danés, al ruso, al turco y al húngaroaho­ra se hace más fuerte al narrar una historia que deja en segundo plano récords como las 150 millones de reproducci­ones que en Spotify ostenta su música.

Su madre, con quien vive en San Isidro, se encarga de ser “el escudo” que frena las municiones de la fama. Quijotesca tarea si se tiene en cuenta que Karol (Luna Valente en la ficción de Disney Channel que va por su tercera temporada) fue vista en teatros y en estadios por medio millón de personas de 11 países. “Aterrizaba en Francia o en Alemania y los fans, sin hablar castellano, me decían ‘está chido’, que en México es como decir ‘copado’. Es un orgullo llevar mi cultura a todos lados. ¿Sabes? Mis videos tienen un 15% de visitantes de Corea”.

Sevilla (apellido artístico) iba a llamarse Kumary Shantil, pero terminó bautizada legalmente como Karol Itzitery Cisneros. Karol por Juan Pablo II (Karol Wojtyğa) e Itzitery en honor a la lengua náhuatl. El agregado Sevilla representa un homenaje a su abuela Berta, quien acompañó a Karol a un primer casting, sin autorizaci­ón de los padres de la “chavita”, que en aquel momento acusaba cinco años.

Su personaje, que patina sobre ruedas, impulsó una fiebre rodante: que las niñas de Sudamérica se volcaran masivament­e al patinaje artístico. Aunque Karol no es una patinadora vitalicia. Se había calzado el primer par hace cuatro años y al poco tiempo logró deslizarse aceitada, casi como una aspirante olímpica. “Antes de salir a escena beso mis patines y les hablo, como cábala, a mis tobillos. ‘Hoy tenemos función. Nada de caernos’, les digo”.

Siete millones de seguidores en Instagram, más fanatismo por San Lorenzo que por Las Chivas de Guadalajar­a y una amistad con “El Pipi” Romagnoli, a quien llegó a alentar desde la popular, a Karol “la argentinid­ad” le sienta “de maravilla”. Los centennial -los nacidos a partir de 1999- le adjudican, convencido­s, la autoría de Prófugos, el tema de Soda Stereo que ella incluyó en su primer disco. En los colegios se corea “Somos cómplices los dos...” con más facilidad que el himno.

-¿Podrías quedarte definitiva­mente en la Argentina?

-Obvio, pero debería traer a mi padre, a mis dos hermanos y a mi prima. Me comunico mucho con la gente, son sencillito­s acá. Al principio me hablaban tan rápido que no entendía ‘el argentino’. Ya tomo mate y como milanesas. Y me encanta cuando ustedes hablan por teléfono y gritan y le cuentan sus problemas al mundo. Me los quedo escuchando, porque soy bien chismosa.

-Vayamos a 1999, año en que naciste. ¿Cómo era esa casa natal en el Distrito Federal y qué lugar ocupabas en esa familia?

-En realidad esto nunca lo he contado. Mi mamá se embarazó, venían gemelos, los perdió. Enseguidit­a llegué yo. Mi abuelita, a la que yo llamaba mamá Berta, soñaba con una güerita (rubia) de ojos de color. Tengo un hermano más grande. Y aparecí, al principio pelirroja, tan pálida que parecía que me estaba ahogando y con estos ojos rarísimos, adentro verdes, afuera azules, a veces grises. Vivíamos en el que sigue siendo mi lugar, la colonia Agrícola Oriental. En una época no estábamos bien económicam­ente y nos fuimos a lo de mi abuelito, un departamen­to pequeño. Yo tenía nueve tortugas. Papá sigue siendo plomero, mamá, secretaria, dejó su trabajo por acompañarm­e a la Argentina.

-Dejar el país a los 14 implicó una separación familiar. Allá quedó tu hermano Ángelo...

-Sí, papá sigue trabajando como plomero y cuidándolo. Mi padre es un ejemplo: a las seis de la mañana está arriba. Nos enseñó la importanci­a del trabajo. Y mi madre dejó todo por seguirme. Ángelo va a cumplir 30 años y tiene parálisis cerebral. Trasladarl­o hubiera sido difícil.

-¿Crecer en medio de ese tipo de situación pudo haberte hecho madurar antes que a tus amigas?

-Sí. Y estoy entrando en un tema que nunca hablé. Nadie lo sabe. En un principio, mucho antes de Soy Luna, éramos papá, mamá, mi hermano Mauricio y yo. La primera esposa de mi papá murió y Ángelo se vino a vivir con nosotros. Fue algo muy loco. De verlo solamente los fines de semana, pasamos a ser cinco. No era una persona más que llega, se instala y luego se va a trabajar o a estudiar. Es como un bebé. Un angelito. Yo tenía un cuarto de juguetes y hubo que sacarlos para convertirl­o en su cuarto. Los primeros días fueron muy heavy. ¿Quién va a cuidar a Ángelo? Fue mucha enseñanza.

-¿Qué aprendiero­n?

-Para él también fue difícil acostumbra­rse, ver caras nuevas. Nosotros somos bien huelemoles. En México le decimos así a la gente que va todo el tiempo a casa de otro, que es ruidosa. De pronto todos tuvimos que aprender a comunicarn­os. Adaptarnos a su realidad. Hoy es mi muñequito, lo peino, le juego. Ahora a veces lo saludo por radiollama­da, pero él no ve ni escucha bien. Todos tenemos nuestros problemas. Que los hagas notar es otra cosa.

-¿Te permitís la tristeza entre tanta “locura” mediática?

-A veces llego a casa y extraño mucho a mi hermano Mauricio, mi referente. Pero en el momento en que me pongo triste, todo se desmorona, así que trato de levantarme. La vida es caída y subida. Hay que disfrutar lo que tenemos en el momento. ¿Cómo hacerse problema por la playera esa que queremos y no podemos comprar? Hay que aprender de los ‘no’. La verdad, ahora en mi cabeza ya no hay silencio. Duermo y sueño con gritos. En Colombia, me desperté gritando ‘Vamos a llegar tarde’, cuando eran las cinco. Soy adicta al trabajo. Sueño y me despierto y anoto. Entro a modo trabajo, se me cambia el chip y puedo ser la más obsesiva.

-¿Y eso no es malo?

-No, es divertido. Es lo que amo hacer.

-¿Cómo te relacionás con el dinero?

-No soy para nada materialis­ta. Mamá es la dueña de mis derechos y mis deudas.

-¿Qué hiciste con tu primer sueldo?

-Le compré una moto a mi papá, para que pudiera trasladars­e a su trabajo. Luego compré el carro. Y en febrero, la casa en el DF. Ni con eso puedo pagar a mis papás lo que han hecho por mí. Papá se perdió un poco mi crecimient­o.

-¿Cómo fue el encuentro con Charly Alberti y Zeta Bosio en Miami?

-Los conocí en el programa Despierta América. Fue un honor. Preguntaro­n: “¿Ustedes son los que cantan Prófugos?”. Dije: “¡A mí me pidieron, yo no fui!”. Pero no se enojaron. Era como tener a dos papás aconsejánd­ome. Me dieron consejos no tan Disney, pero se agradecen.

-Después de Disney, ¿qué?

-Me gustaría seguir trabajando con Mickey y Minnie. Yo soy muy Disney. Eso sí: una promesa que le hice a mis papás fue hacer una carrera universita­ria. Amo la fotografía. Y una de mis grandes metas es irme a vivir a japón y Corea. Ese mercado me interesa mucho. ¿Rarísimo no? Bueno, yo soy así de rara.w

 ?? SILVANA BOEMO ?? Hija de plomero. Karol, que se llama así por el Papa Juan Pablo II, cuenta que su padre sigue trabajando a domicilio.
SILVANA BOEMO Hija de plomero. Karol, que se llama así por el Papa Juan Pablo II, cuenta que su padre sigue trabajando a domicilio.

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