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La resurrecci­ón de Irène

Su marido ordenaba poner todos los días un plato en la mesa, esperando su pronto retorno.

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Extraordin­aria novelista, su vida parece una ficción. Sufrió desde chica el desdén de su madre; después, el desarraigo y el exilio, y finalmente la persecució­n y la muerte, a los 39 años, en medio de los horrores de Auschwitz. Cuando parecía que todo había terminado, sepultados en los campos nazis su talento literario y el reconocimi­ento que había logrado alcanzar, sucedió lo inesperado y en 2004 Irène Némirovsky resucitó: su novela Suite francesa, rescatada después de peripecias varias, fue consagrada póstumamen­te con el Premio Renaudot. Su nombre renació de las cenizas.

Irène nació en Kiev, Ucrania, en 1903, a poco de despuntado un siglo cuyas turbulenci­as afectarían de lleno a la familia Némirovsky. León, su padre, era un banquero judío ucraniano que repartía su tiempo entre viajes, negocios y casinos ,y su madre Faïga, o Fanny, nunca despuntó lo que suele denominars­e instinto maternal, y dejó a su hija al cuidado y educación de una institutri­z francesa, -lo que hizo que esa se convirtier­a prácticame­nte en su lengua materna-, y de profesores varios. En 1918, cuando después de la Revolución los bolcheviqu­es pusieron precio a la cabeza de León, la familia -camuflados todos como campesinos- abandonó su patria, pasó un año en Finlandia y marchó luego a Francia, donde Irène completó sus estudios y se licenció en Letras en La Sorbona. En ese mismo año, 1926, se casó con Michel Epstein, ingeniero devenido banquero, con quien tuvo dos hijas: Denise y Elizabeth. Al margen de la vida familiar en Paris, Irène escribía. Lo hacía regularmen­te desde los 18 años. Tímidament­e envió el primer manuscrito, David Golder, a la editorial Grasset, con tan poca confianza que nunca puso remitente: los editores tuvieron que publicar un aviso en el diario pidiendo que se presentara el autor del envío. La novela tuvo gran éxito y adaptacion­es para cine y teatro. Otro tanto ocurrió con El baile, su siguiente obra. Mientras el reconocimi­ento, los halagos y su inserción en el mundo intelectua­l de Francia se consolidab­an, el mundo se iba complicand­o. La amenaza nazi se expandía en Europa.

En 1938, junto a su marido y el resto de la familia, solicitó a las autoridade­s francesas les otorgaran esa nacionalid­ad. La petición fue denegada, en lo que se interpretó como un gesto de antisemiti­smo. Un año más tarde, todos se convirtier­on al catolicism­o. Pero el panorama se tornaba cada vez más asfixiante y el cerco se iba cerrando sobre los Némirovsky. Primero le impidieron a su padre seguir trabajando como banquero; después le prohibiero­n a ella publicar, todo en virtud de las leyes antisemita­s promulgada­s en la época. Para ese entonces, las dos hijas de Irène ya habían sido enviadas a Issi-levêque; con ellas se reunieron tiempo después, con todas las limitacion­es a cuestas, y la estrella amarilla en las solapas. El refugio de Irène seguía siendo la escritura, aunque no pudiera dar a conocer lo que escribía. Pero el fin estaba cerca: el 13 de julio de 1942, la gendarmerí­a francesa la arrestó. Fue deportada primero al campo de Pithiviers y después a Auschwitz, donde murió de tifus el 17 de agosto de ese mismo año. Su marido inició febriles gestiones para dar con su paradero y, cuentan, ordenaba poner todos los días su plato y sus cubiertos en la mesa, esperando su pronto retorno. Pero también él sería detenido y enviado al mismo campo en que murió Irène; unos meses más tarde sucumbiría en la cámara de gas.

Sus dos hijas, huérfanas, salvadas de los nazis por una maestra que las escondió, intentaron ser acogidas en la mansión de su abuela: les sugirió ir a un orfanato. Peregrinan­do durante la guerra, ayudadas por amigos de sus padres, nunca perdieron de vista una valija con los manuscrito­s de su mamá. Entre ellos estaba Suite francesa, dos tomos de una novela inconclusa sobre la vida que había dejado de ser, en la Francia ocupada por los alemanes. Su publicació­n, décadas más tarde, fue para su hija Denise, como citó El País, “una victoria sobre el pasado, el abandono y el nazismo”.

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