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La mano que tiñó de verde el canal de Venecia

En una acción en la que terminó participan­do la policía, en 1968 el artista coloreó las aguas y entró en la historia.

- Mercedes Pérez Bergliaffa seccioncul­tura@clarin.com

“Lo recuerdo perfectame­nte: ese día Nicolás tiñó las aguas de Venecia de verde. Recuerdo que tiramos dos grandes bolsas de sodio fluorescen­te (que habíamos llevado en tren desde Milán, en donde las habíamos comprado) sobre el Gran Canal (el canal principal de Venecia). Junto a nosotros se encontraba el crítico franta cés Pierre Restany, quien apoyaba a Nicolás en todo. Pero cuando el color verde comenzó a expandirse a gran escala por el Canal, inmediatam­ente vino la policía: imagínense, corría el año 68, estábamos en plena revuelta del Mayo francés. Pensaron que podíamos ser terrorista­s que estábamos atentando; que el líquido podía ser inflamable. Restany tuvo la idea de que nos dispersára­mos; él se fue por un lado, yo me fui por otro, pero a Nicolás se lo llevaron preso”, recuerda, nítidament­e y con gran calidez, Blanca Álvarez de Toledo, quien fue la mujer del audaz artista argentino Nicolás García Uriburu, que murió en 2016. El próximo 29, a 50 años de esta hazaña artística e intervenci­ón pionera del importante creador ecológico y conceptual que fue García Uriburu –sí, fue un pionero: tiñó las aguas del canal de verde para hacer un llamamient­o de atención acerca de la situación de la naturaleza y la contaminac­ión ya en los años 60-, el Museo Nacional de Bellas Artes inaugura Venecia en clave verde. Nicolás García Uriburu y la coloración del Gran Canal. Es una muestra homenaje a esta obra tan especial.

“Nicolás es un referente fundamenta­l del land art (una corriente del arte contemporá­neo que propone reflexiona­r sobre la importanci­a de la preservaci­ón del medio ambiente a través de obras llamativas, importante­s, generalmen­te efectuadas directamen­te sobre el paisaje) y fue, a la vez, un pionero de la conciencia ecológica, que formuló mediante el lenguaje de la acción artística”, comen- el director del Bellas Artes, Andrés Duprat. “Tiñendo las aguas de los canales denunciaba la actividad humana que trastoca la naturaleza volviéndol­a un artificio inútil”.

Por otra parte hay que tener en cuenta lo estratégic­o y disruptivo de la acción del artista: si bien fue llevada a cabo el día en que inauguraba la Bienal Internacio­nal de Arte de Venecia (el encuentro de arte más importante del mundo), García Uriburu arrojó los 30 kilos de sodio fluorescen­te al Gran Canal sin pedir permiso a nadie, accionando de forma clandestin­a; y sin haber sido invitado a participar de la Bienal. Por lo tanto, no tenía el amparo de ninguna institució­n. “Así, ponía en jaque el sistema de las artes, siguiendo el espíritu revolucion­ario de la época”, agrega Duprat.

Eran años efervescen­tes en Europa, especialme­nte en Francia, en donde García Uriburu junto a su mujer residían desde 1964. “Vivíamos en París en un cuartito de 4 x 4 en la Cité des Arts (un edificio entero dedicado a los artistas extranjero­s que quieren tener un taller en París)”, comenta Blanca. “Habíamos llegado allí gracias al Premio Braque que Nicolás había ganado. Viajamos entonces en el barco Andrea C, en tercera clase. Recuerdo que estaba lleno de inmigrante­s europeos que volvían a sus países después de las guerras mundiales, luego de haber juntado dinero trabajando en la Argentina: llevaban el dinero dentro de bolsas en la mano, para comprarse sus casas”.

Blanca cuenta cuándo fue que el artista hizo un click, y decidió saltar

del lienzo, del bastidor, a pintar, directamen­te, sobre el paisaje: “Vivíamos en ese cuartito. Nicolás pintó allí durante 2, 3 años. Pero en un momento me dijo: 'Estoy harto de pintar sobre tela. No puedo más: quiero ir más allá de los cuadros'. Ahí descubrió que con líquido podía intervenir directamen­te sobre las ciudades. Y con eso nos fuimos (en tren) hasta Venecia”.

“Las obras que comprenden la muestra son once”, dice Mariana Marchesi, curadora de la exposición y directora artística de Bellas Artes. Agrega Marchesi que estos trabajos de García Uriburu fueron y siguen siendo importante­s debido a su fuerza, a su potencia, que reside en hacer salir la obra del espacio cerrado de las galerías o de los museos; en expandir el lienzo del cuadro al espacio público; en una ruptura de la práctica pictórica tradiciona­l. Hay que observar que hasta ese momento el artista había creado pinturas sobre bastidores, realizadas con colores estridente­s y grandes contrastes, basadas en temas pop, como por ejemplo, los colectivos porteños.

“Nicolás fue tendiendo cada vez más hacia la idea de la obra de arte total (es decir, una obra que no diferencia entre arte y vida)”, detalla la curadora, “hasta que en determinad­o momento decidió pintar directamen­te sobre la naturaleza”. Sin embargo, sostiene que su acción de pintar de verde las aguas de Venecia no fue tanto una crítica institucio­nal como una búsqueda estética.

Cuando en medio de la coloración del Gran Canal veneciano lo llevan preso, hay que observar el contexto: los ecos del Mayo francés estaban presentes también en Venecia: la Academia de Bellas Artes había sido tomada por los alumnos y muchos artistas pedían la suspensión de la Bienal de Arte de ese año, intentando boicotearl­a. Mientras todo esto pasaba, García Uriburu y su mujer, Blanca, alquilaron una góndola y se lanzaron con el sodio fluorescen­te al Gran Canal. “Allí los gondolieri fueron nuestros aliados absolutos”, recordará después Blanca, “quienes nos ayudaron a tirar los kilos y kilos de colorante al agua. Hasta que vino la policía. Entonces se abrieron: no querían ir presos ellos también”.

Blanca cuenta que se dirigió inmediatam­ente, sola, a refugiarse al hotel donde estaba parando con Nicolás; pero el dueño del hospedaje no le quiso abrir las puertas y le tiró las valijas por la ventana, gritándole que “no quería tener nada que ver con presos ni con problemas”. Así, la entonces esposa de García Uriburu tomó las valijas, a su perrito Beto, y se fue a un bar. Permaneció allí muchas horas. Luego se cambió a otro. Otra vez, se quedó ahí desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche. Hasta que de repente apareció Restany gritando "¡Liberaron a Nicolás, liberaron a Nicolás!" Claro: una vez que la policía comprobó que el colorante no era inflamable ni peligroso y que todo se trataba de una acción artística, no había razón alguna para que siguiera preso.

Después de eso les pasaron cosas insólitas: un hombre –el señor D'anna, amante del arte-, los invitó a alojarse en su inmensa casa veneciana, “un hotel antiguo, no muy lujoso, muy cerca de San Marcos”, cuenta Blanca. “Cuando entramos vimos que estaba lleno de cuadros de Picasso, obras de Dalí… porque D'anna alojaba a todos los artistas a cambio de cuadros. El hotel parecía, directamen­te, un museo”.

De allí en más, la fama de la obra de García Uriburu y del mismo artista fue rotunda: salió en los diarios y revistas de toda Europa. También ayudó el hecho de que Blanca (quien era por entonces modelo y amiga de Pierre Cardin) comentara esto en el mundo de la moda. Cardin no dudó en prestarle a García Uriburu los servicios de su agencia de prensa para expandir las novedades de la insólita obra realizada en Venecia. Entonces los modistos mas famosos también comenzaron a comprarle obras.

Al haber sido una acción artística – es decir, una obra efímera- la única documentac­ión que queda del momento de la coloración son las fotos tomadas por Blanca. Estas fotos –más las de coloracion­es posteriore­s realizadas por el artista en Londres, en Alemaniaso­n las que podrán verse dentro de unos días en el Bellas Artes: manifestac­iones tempranas y originales, sorpresiva­s, de un arte por entonces nuevo, ecológico y conceptual. Realizadas por un artista argentino.w

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MNBA En proceso. Una obra recién llegada al museo, el viernes.
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21. El momento exacto. Un joven García Uriburu en plena acción, el 16 de junio de 1968. 2. Resultado. Así quedó el Gran Canal, como una obra del artista.

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