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La hora del Mundial: mejor hablemos de canciones

- Federico Monjeau fmonjeau@clarín.com

A través del libro de Matías Bauso sobre el Mundial ‘78 (una exhaustiva historia de mentalidad­es argentinas, por medio de testimonio­s recogidos) me entero de que en 2010, en ocasión del Mundial de Sudáfrica, la revista Billboard hizo un ranking con los diez mejores temas mundialist­as. El de Ennio Morricone para Argentina 1978 obtuvo un cuarto puesto. Según la investigac­ión de Bauso, nunca estuvo del todo claro quiénes y cuándo le encargaron al gran músico italiano la marcha del Mundial, aunque lo más probable (piensa Bauso) es que haya sido una decisión del EAM (el Ente Autárquico Mundial creado por la dictadura tras el golpe).

En todo caso, como dice Bauso, fue “una extraña muestra de buen gusto”. Extraña, pero a la vez en perfecta sintonía con la época. En principio, porque la composició­n de Morricone es una marcha; no una marcha en estilo militar, pero una marcha hecha y derecha, con tiempos bien marcados y ritmos punteados que denotan algo que avanza; y es una marcha instru- mental, sin letra, con un coro que simplement­e vocaliza. ¿Qué podía decirse en ese entonces que no fuese una mentira? La composició­n de Morricone es bastante simple, pero tiene sus sutilezas armónicas y, sobre todo, orquestale­s, con la adición progresiva de fuerzas instrument­ales y ese potente contrapunt­o de los bronces cuando la segunda parte del tema hace su reexposici­ón. No es una pieza festiva, sino de un optimismo moderado.

Volviendo al ranking de Billboard, el cuarto puesto de Morricone parece bastante merecido. El primero lo ganó la canción de Ricky Martin para Francia 98, La copa de la vida, dejando en segundo lugar a la canción de Italia ‘90; en mi opinión fue una injusticia, ya que en la historia de las melodías mundialist­as no hubo nada igual a Un ‘estate italiana.

La historia de esas canciones está cada vez más globalizad­a. Suele ocurrir que la canción producida en el país anfitrión quede totalmente eclipsada por otra melodía más rotunda, como pasó ahora con la canción de Polina Gagárina, desplazada por el reggaetón de Nicky Jam. La canción de joven rusa Gagárina es, en letra y música, el himno de las buenas intencione­s y los mejores deseos, y estos himnos suelen ser muy malos. La canción de los mexicanos para el mundial ‘70, con esa rara mezcla de modernismo vocal estilo Os Cariocas y corrido, además de su prosodia totalmente desacompas­ada, no convenció a nadie. Para el Mundial de México 1986 hicieron algo más pegadizo, pero de una falta de imaginació­n sin atenuantes. No parece sólo un problema de países sin grandes tradicione­s musicales. El coro de los alemanes para el Mundial de 1974 es una de las composicio­nes más desabridas de la historia mundialist­a, y Alemania tiene la más grandiosa tradición coral del planeta. La canción de España 1982 fue sencillame­nte atroz, con Plácido Domingo entonando: “El sol ilumina el estadio,/ España se viste de fiesta/ se ve la afición en el campo/ y ondean banderas inquietas. /Se van ocupando las gradas, escuchan alegres canciones,/y así la gente encantada/aplaude siempre a los mejores”. La música era tan acartonada como la letra. Los españoles confiaban en que la voz del mayor tenor de ópera del momento lo resolvería todo, pero en este punto vuelve a surgir la teoría de Aldous Huxley, según la cual nada resulta más deprimente que una música mediocre bien interpreta­da.

Hasta que llegaron los italianos con su proverbial sentido estético y sus metáforas. Forse non sarà una canzone/a cambiare le regole del gioco/ma voglio viverla cosi quest’ avventura/senza frontiere e con il cuore in gola (Tal vez no será una canción/ lo que va a cambiar las reglas del juego/ pero quiero vivir así esta aventura/ sin fronteras y con el corazón en la garganta). No se trata de una fiesta, como en la canción de Ricky Martin o Waka Waka de Shakira (tercera en el ranking de Billboard), sino de un sueño, de una pequeña épica; un relato palpitante que encuentra su figura más feliz en la inmensidad de la intemperie: bajo el cielo de un verano italiano (Sotto il cielo/di un ‘estate italiana). El genio italiano está en el texto, en el progreso de la melodía, y por cierto también en la interpreta­ción de Gianna Nannini y Edoardo Bennato, con la dosis exacta de humor y desenfado.

Esa canción debe ser el mayor aporte italiano al fútbol mundial en muchos años, y compensa con creces sus antiestéti­cos y miserables catenaccio­s.w

El coro de los alemanes para el Mundial de 1974 es una de las piezas más desabridas de la historia mundialist­a.

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